Mensaje de bienvenida del Presidente alemán, Horst Köhler, a Benedicto XVI
Viernes, 19 ago (RV).- A continuación les ofrecemos el texto íntegro del mensaje pronunciado
por el presidente alemán, Horst Köhler, ayer, 18 de agosto en el aeropuerto Konrad
Adenauer de Colonia-Bon, al recibir a Benedicto XVI.
Santo Padre:
¡Bienvenido
a su tierra, bienvenido a Alemania!
Todos los aquí reunidos le damos nuestra
más cordial bienvenida. Nos alegramos de que esté usted entre nosotros. Nos alegramos
de este su primer viaje a Alemania. Es un día de júbilo para todos nosotros.
La
Jornada Mundial de la Juventud a la que ha invitado usted a participar a los jóvenes
del mundo es un acontecimiento maravilloso. Me parece extraordinario que tengamos
entre nosotros a tantos jóvenes.
Nos emociona especialmente, y lo digo también
como cristiano protestante, que un alemán, es decir, uno de los nuestros, ocupe la
silla de Pedro. Se lo reitero hoy aquí en su tierra: Le deseamos para su eminente
cargo todo lo mejor y la bendición de Dios.
Su elección como Papa reviste importancia
histórica: Tras el Papa de Polonia, que fue el primer país invadido por Alemania en
la Segunda Guerra Mundial, ha sido elegido como sucesor de San Pedro alguien que forma
parte de la llamada generación de los "niños de la defensa antiaérea". Que esto haya
sucedido me da confianza, sesenta años después del final de la ideología contraria
al ser humano y a Dios que imperó en Alemania. Ello también se ha entendido en todo
el mundo como signo de reconciliación y hoy puedo contar que, tan solo unos minutos
después de su elección, el primero que me llamó para felicitarnos fue el presidente
polaco Kwaśniewski.
Santo Padre: Hace pronto cincuenta años que inició usted
su carrera académica muy cerca de aquí, en la Universidad de Bonn, como jovencísimo
catedrático de teología. Su manera de interpretar la fe entusiasmó a sus oyentes y
desde entonces su prestigio en el mundo científico no ha dejado de crecer. Para usted
la fe y la teología no han sido nunca un tema propio de círculos académicos ajenos
al mundo. Siempre ha velado usted por que las manifestaciones centrales de la profesión
de fe sean a la vez relevantes para la cultura secular y la política.
Lógicamente
ello había de provocar desacuerdos. Pero usted con razón prefiere el desacuerdo a
la indiferencia. Pues también los dogmas de la fe han de ser la sal de la tierra.
Y así ha ocurrido que estudiosos de todo el mundo hayan buscado el diálogo justamente
con usted, entre ellos, no hace mucho tiempo, su coetáneo Jürgen Habermas.
Pienso
que también supone un reconocimiento para la teología alemana y, más aún, para el
conjunto de las humanidades alemanas, el hecho de que haya sido elegido para ocupar
la cathedra Petri alguien de entre sus filas, alguien procedente del mundo de la cátedra.
En
1992, al ingresar en la prestigiosa Academia de Ciencias Morales y Políticas del Instituto
de Francia como sucesor del gran Andrei Sajarov, dijo usted lo siguiente acerca de
él: Fue más que un conspicuo estudioso, fue un gran hombre. En su persona concurren
igualmente la erudición y la sabiduría. Y así es como las personas, mucho más allá
de la Iglesia Católica, buscan y encuentran en usted una autoridad moral.
Santo
Padre: Viene usted a un país en el que las Iglesias cristianas desempeñan un papel
vivo. Me alegro de que así sea.
Estoy pensando por ejemplo en la labor de las
asociaciones juveniles católicas y evangélicas. Hoy en día se les suele reprochar
a los jóvenes falta de compromiso o fijación en su propio ego. Obviamente, estas críticas
no pueden ir dirigidas contra los muchos miles de monitores juveniles que, a título
puramente honorífico, se responsabilizan de niños o jóvenes de su misma edad en distintas
organizaciones, como los Scouts, la Federación Alemana de Organizaciones Infantiles
y Juveniles Católicas o el CVJM/YMCA. En este tipo de organizaciones muchos jóvenes
experimentan el inestimable valor del compromiso con el prójimo y lo gratificante
que puede ser.
Precisamente a través del trabajo juvenil de las Iglesias los
jóvenes vivencian valores y ejercitan una conducta responsable que es vital para la
sociedad en su conjunto. La orientación por la que tanto se clama hoy en día solo
puede emanar de quien está orientado. Tengo la impresión de que el trabajo juvenil
de las Iglesias hace un gran bien y, más aún, resulta indispensable.
En su
compromiso social las Iglesias se guían por una determinada imagen del ser humano.
Es la imagen del ser humano que no se inspira en el pragmatismo ni el materialismo.
Nos dice: No sólo de pan vive el hombre. Y sólo es por y a través del otro que el
ser humano llega a sí mismo. La libertad, la personalidad y la solidaridad van unidas.
Así lo enseña con razón la Doctrina Social Católica. Por eso la labor caritativa y
diaconal de las Iglesias es mucho más que un taller de reparaciones sociales.
En
ese compromiso siempre se manifiesta a la vez una exhortación política: A saber, no
abandonar a su suerte a los débiles, a los enfermos, a los moribundos, a los perdedores
de la competencia. Todos los llamamientos a la solidaridad realmente sólo adquieren
fuerza de convicción a partir del compromiso efectivo, del efectivo amor al prójimo.
En
las Iglesias de nuestro país ese efectivo amor al prójimo y el empeño en pro de una
sociedad justa son, así lo constato una y otra vez, muy notables. Los laicos que se
entregan con total dedicación y entusiasmo al voluntariado merecen por ello precisamente
el ánimo y aliento de las cúpulas eclesiásticas, y la gratitud de todos nosotros.
Santo
Padre: Viene usted a la Jornada Mundial de la Juventud a la cual había invitado
a participar a los jóvenes del mundo su predecesor, el inolvidable Juan Pablo II.
La Jornada Mundial de la Juventud se proyecta como signo de esperanza. La solidaridad
que demuestran los jóvenes de todo el mundo puede hacer mucho bien. Nos hace cobrar
conciencia de la responsabilidad que asumimos frente a este nuestro mundo único, compartido
por todos.
Pero sé que la Jornada Mundial de la Juventud no se ocupa primordialmente
de programas de acción o discusiones teóricas. Su terreno es la espiritualidad, la
experiencia espiritual, la oración y la celebración de la fe. La transformación, la
verdadera transformación, siempre presupone el cambio del corazón. Con su espíritu
abierto y su búsqueda de orientación esos cientos de miles de jóvenes nos transmiten
precisamente también a nosotros los mayores una señal de esperanza y de confianza.
Estos días pasados yo mismo ya lo he experimentado así.
Justamente en los tiempos
que corren, tiempos en que muchas personas sienten miedo ante el terror y la violencia
que se cometen por motivos supuestamente religiosos, es bueno experimentar la fe y
la religión como caminos hacia la paz y la humanidad. Santo Padre, usted mismo se
ha referido reiteradamente a la existencia de "patologías", extravíos de la religión
—inclusive en el Cristianismo—, del mismo modo que existen extravíos de la razón ilustrada.
Ambas, la religión y la razón, deben corregirse y purificarse mutuamente de forma
permanente, como usted dice.
Espero que esta Jornada Mundial de la Juventud
convocada por usted dé al mundo una señal muy clara de una fe humana, una fe proyectada
hacia el ser humano. De una fe a la que no le resultan indiferentes el mundo y los
seres humanos, de una fe que da testimonio de que todos somos hijos de Dios en este
mundo único y compartido.