Viernes, 29 jul (RV).-
Hoy hablaremos del orgullo, ese sentimiento que en ocasiones nos hace sentirnos muy
bien, importantes, triunfadores, pero en otras ocasiones se convierte sin duda en
el motivo diferencias y conflictos por culpa del orgullo herido. Bienvenidos.
El
orgullo, en muchas oportunidades, tiene que ver mucho mas con nuestra creencia de
que somos importantes y valiosos, y en muchas ocasiones utilizamos esto para salvaguardar
las apariencias y construir las máscaras con las que nos relacionamos. Todo ello porque
construimos imaginarios falsos de nosotros mismos, se nos dificulta reconocernos tal
como somos, y preferimos armar nuestra propia imagen con facetas arregladas y aparentes.
Estamos
tan acostumbrados a vivir de la apariencia que, desde las rutinas cotidianas hasta
los cuentos de hadas, se nos presenta como un lugar común. Basta recordar la fábula
de los cuentos infantiles, que todos los niños nos narran que los padres de la Bella
Durmiente olvidaron invitar a un hada madrina al banquete del nacimiento de la niña.
El hada que se sintió rechazada, usó su magia y entonces, de nuevo, gracias al orgullo
lastimado, la princesa y el reino durmieron durante cien años.
Parece ser que
cada vez que alguien desconoce el reconocimiento social que suponemos merecer, nuestras
costumbres nos autorizan para desatar múltiples formas que nos permitan resarcir
nuestro orgullo herido, e incluso en ocasiones estas heridos desatan verdaderas batallas
y odios. Incluso podríamos señalar que cuando esta clase de orgullo nos domina,
apostamos el todo por el todo. No nos detenemos, perdemos lo que nos es más preciado;
la única ganancia es salvar el orgullo que no es otra cosa que la máscara de nuestras
propias inseguridades. Cuantas veces vemos destruidos matrimonios, relaciones entre
amigos, hermanos por el simple orgullo? Pues obviamente el orgullo tiene que ver con
la dignidad, el respeto, pero también con el perdón. Porque muchas veces somos incapaces
de entender de manera clara y precisa, sin exageraciones ni victimizaciones lo que
realmente nos afecta, en su exacta dimensión, y por ello salimos a pelear por esa
imagen que hemos construido falsamente, pero que pocas veces responde de manera fidedigna
a lo que somos.
De ahí que la responsabilidad de nuestros actos hacia los demás
parte de la que tengamos hacia nosotros mismos. Y es necesario un reconocimiento profundo
de quienes somos, con todas las riquezas humanas que poseemos, pero también con humildad
al reconocer nuestras limitaciones. De esta forma, nuestro orgullo responderá realmente
a una imagen justa y equitativa de los que somos y nuestro respeto hacia nosotros
mismos y los demás que expresará como pauta clara de comportamiento.
En fin,
podríamos decir que el orgullo es un asunto personal, de ahí que muchas veces vale
mucho mas la pena preguntarse por la responsabilidad en el destino de los pueblos
y menos por su importancia personal, tal vez cuando eso pase las naciones se despertarían
en un mundo en el que se construye la confianza necesaria para crear abundancia material
y espiritual. Por ello cuando notemos que el orgullo es sencillamente una idea
o pretensión sobre lo que los demás deben creer acerca de nosotros y, en consecuencia,
diferenciemos lo esencial y real de lo aparente e imaginado, podremos ver renacer
las relaciones leales entre las personas, las parejas, las familias y las naciones.