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Viernes, 22 jul (RV).- La mayor satisfacción de los padres es ver a sus hijos felices,
es sentirse orgullos de sus hijos por las cosas que hacen, por sus triunfos grandes
o pequeños, pero que son sus logros en lo que hacen. Estos son sin duda los momentos
de mayor satisfacción para todos los padres.
Pero hoy en día, este sentimiento se ha venido mezclando con un afán de los padres
de reconocimientos, de competitividad que los lleva a buscar en miles formas que sus
hijos se destaquen aún en áreas no gratas para los propios hijos.
En la sociedad competitiva actual, la fama dada por los triunfos se ha convertido
en un valor supremo y la vida gira en torno a la búsqueda y logro de reconocimiento.
Y esto obviamente lo trasladamos a nuestros hijos, incluyendo la competición como
una forma de formación y pedagogía, olvidando en este proceso que lo importante no
es qué tanto se destaquen nuestros hijos sino el precio que muchas veces les toda
pagar por ello.
Esta situación está afectando no sólo a nuestros hijos sino en general a las familias.
Día tras día vemos a madres y padres corriendo con sus hijos de un lado para otro:
que a clases de piscina, luego dibujo, piano, otro idioma, como no inscribirlos en
danza moderna, y así llenamos el tiempo de los niños –entre otras cosas para mantenerlos
ocupados mientras los padres trabajan-, pero los llenamos de actividades donde se
les exigen en cada una de ellas dar lo mejor, sobresalir, además de las obligaciones
que de por si trae la escuela.
Hay que recordar en todo momento que el éxito no es un destino, una finalidad, por
el contrario, debe asumirse como un proceso, un camino. Triunfamos como padres cuando
respetamos la dignidad de nuestros hijos y los aceptamos como son, diferentes a nosotros,
con sus propios intereses y gustos, con su propia personalidad que en muchas ocasiones
se aleja de lo que nosotros como padres soñamos para ellos.
Nuestra responsabilidad como padres es ayudar a orientar sus vidas, lograr que se
rijan por el deseo de ser mejores personas y no por el ansia de obtener más honores;
debemos inculcarles que lo que les garantizará un lugar prominente en la sociedad
no serán sus triunfos personales sino lo mucho que logren aportar al bienestar de
sus semejantes, pro ello es necesario tener muy claro que el éxito –nuestro y de nuestros
hijos- no depende del alcance de la fama ni del monto de los bienes que se tengan,
sino de la cuantía de las contribuciones.
Solo estos factores, en los que el empeño se orienta en cumplir procesos de crecimiento
humano, de cooperación colectiva, de aprendizaje y formación en áreas de interés particular,
permiten una realización plena y en libertad de nuestros hijos.
Además existe otro riesgo en esta tendencia de valorar las actividades de nuestros
hijos por los logros y reconocimientos, y es el activismo que entorpece realmente
las actividades propias de los niños, y quien lo creyera, está siendo un factor de
estrés para los niños. Pues el corre corre de un lado para otro les resta tiempo y
espacios de socialización, de juego, de creatividad.
Hay que ser conscientes de los tiempos y etapas de la vida, es decir los niños deben
jugar, explorar, observar, e incluso permitirles que se equivoquen, todo ello hace
parte justamente de su crecimiento y aprendizaje. No podemos trasladar a nuestros
hijos los deseos de triunfo, de que sean lo que nosotros hemos soñado para ellos,
porque tienen su propia personalidad y gustos.