Miércoles, 8 jun (RV).- “Para que nuestra sociedad ayude con gestos concretos de amor
cristiano y fraterno a los millones de refugiados que se encuentran en condiciones
de pobreza extrema y abandono”. Ésta es la intención general de oración que presenta
el Papa para este mes de junio.
El Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes nos ayuda a reflexionar sobre
esta intención, con la cual el Santo Padre invita a rezar a los numerosos miembros
del Apostolado de la Oración, recordando las palabras con las que Juan Pablo II advertía
que “cualquier situación en que las personas o los grupos humanos se ven obligados
a huir de su tierra para buscar refugio en otros lugares, resalta como grave ofensa
a Dios y al hombre”. (Ángelus del 15 de junio de 2003).
Es una apremiante exhortación a rezar para que con gestos concretos de amor cristiano
y fraterno, nuestra sociedad salga al encuentro de los millones de refugiados que
sufren condiciones de extrema pobreza y abandono. Apremiante exhortación que resuena
ante la necesidad urgente de hallar una solución justa a las causas que están a la
base del problema.
Ante esta tragedia que sigue creciendo en todo el mundo, no pueden quedar en el olvido
los numerosísimos refugiados que se ven obligados a huir de sus tierras, como única
solución para sobrevivir o para atender a su familia. Huyendo de condiciones inhumanas
que incluyen la persecución, la violación de los derechos humanos, las horribles consecuencias
de la guerra civil o de los conflictos, la violencia y crueldades indescriptibles
contra mujeres, niños, ancianos y hombres.
El forastero nos debe llevar al centro de la caridad cristiana, que se hará patente
en la compasión con el más débil y en la actitud misericordiosa hacia los demás, recomienda
el Pontificio Consejo para los Emigrantes e Itinerantes, haciendo hincapié en que
la presencia de refugiados de todas partes del mundo hace visible la opresión, la
injusticia y la guerra en muchas naciones y es una gran preocupación para la Iglesia,
que no puede dejar de clamar para garantizar la dignidad humana de los que buscan
asilo, de los refugiados y de los desplazados, reclamando asimismo el respeto de las
leyes internacionales. Ante el racismo, la xenofobia y los prejuicios, ante las causas
de la emigración forzada, la Iglesia proclama su Doctrina Social, pidiendo apremiantemente
la paz justa, la reconciliación y el progreso económico integral, con vistas al bien
común de cada nación y de la comunidad internacional.
“La catolicidad no se manifiesta solamente en la comunión fraterna de los bautizados,
sino también en la hospitalidad brindada al extranjero, cualquiera que sea su pertenencia
religiosa, en el rechazo de toda exclusión o discriminación racial, y en el reconocimiento
de la dignidad humana de cada uno, con el consiguiente compromiso de promover sus
derechos inalienables” (Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada Mundial de los Emigrantes
de 1999).
Con frecuencia la Biblia exhorta a la hospitalidad con el extranjero... El Nuevo Testamento
nos dice “no os olvidéis de la hospitalidad: gracias a ella hospedaron algunos, sin
saberlo, a ángeles”. (Hb 13,2) Y Jesús hizo hincapié en la noción de la hospitalidad
cuando dijo que junto con el amor a Dios, el mayor mandamiento es “amar al prójimo
como a sí mismo”. La auténtica hospitalidad es algo divino, reitera el Pontificio
Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, pues abriéndonos al otro,
honramos la imagen de Dios, en su humanidad, siguiendo la exhortación de Jesús: “Venid,
benditos de mi Padre... era forastero y me acogisteis” (Mt 25,34 b 35)