Viernes,
27 may (RV)- Hoy hablaremos del principio y el fin, acercándonos a la comprensión
de los ciclos de nuestra vida, de todos los procesos que día a día iniciamos para
que lleguen a un final, procesos afectivos, laborales, académicos, de proyectos personales,
en fin, procesos que nos marcan una constante evolución, movimiento incesante de nuestras
vidas.
Las etapas en la vida se suceden. El final de una de ellas anuncia el
nacimiento de la siguiente. Empezar para terminar: con las amistades, las sociedades,
las relaciones de pareja, los trabajos, todo forma parte de un movimiento incesante
hacia un punto de evolución, de madurez.
Aunque este es un proceso normal
y puede ocurrir con armonía, en nuestro medio es común pensar que terminar un ciclo
o dejar morir un sueño, es un fracaso que adicionalmente está prohibido. Pero las
cosas no son así, en muchas oportunidades, aunque no logremos estar satisfechos con
lo que estamos viviendo o con lo que hacemos, y a pesar de que notemos que alfo falta
en nuestras relaciones, muchas veces nos aferramos a todo eso. No entendemos que ha
llegado el momento de decir adiós. En otras ocasiones, por el contrario, la situación
es tan satisfactoria que no alcanzamos a imaginarnos una vida diferente, no queremos
cambiar nada. Pero no hay remedio: todo llega a su fin. Y cuando esto sucede, es
necesario saber despedirse. Cada quien tiene un estilo diferente para decir adiós.
Los quejosos no aceptan los finales, no quieren despedirse, buscan explicaciones
y culpan al otro o a sí mismos, de tal manera que los finales se convierten en una
feria de la agresión y la recriminación mutuas, del temor al cambio, del rechazo a
cualquier cosa o situación nueva.
Los sabios miran lo vivido y agradecen todo
lo que la situación les dio, los obstáculos que les dejaron enseñanzas, los regalos
que les alegraron el alma, las ofensas que mostraron el camino del perdón. Ellos,
con las enseñanzas, las alegrías y el perdón, hacen el equipaje para iniciar una nueva
etapa. Ellos ven en las situaciones de cambio una oportunidad para renovarse, para
crecer y sentir que la vida es un constante movimiento, independiente de los aciertos
o desaciertos.
Es curioso, pero estas personas actúan con una sabiduría que
todo ser humano guarda dentro sí. Todos, al nacer, nos despedimos con gratitud de
las alegrías y las dificultades que el útero materno nos ofreció. Cualquier madre
sabe que desde la concepción, la relación con los hijos es un proceso continuo de
separación, en el que cada nuevo momento lleva al hijo hacia lugares más lejanos. Y
ellas, como ninguna otra persona, entienden estos ciclos de la vida.
Aprender
el arte de despedirnos nos ayuda a discernir amorosamente lo que la vivencia construyó
en nosotros: los dolores que nos hizo superar, las cualidades que nos permitió desarrollar
o los defectos que nos hizo conocer. De esta forma, al igual que los sabios o las madres,
estaremos preparados para los nuevos comienzos. Pero lo más importante: sólo así dejaremos
que la vida fluya a través de nosotros, dándonos todo lo que tiene.
De otra
forma lo único que haríamos es negarnos a los ciclos vitales, negarnos al movimiento
constante de la vida, porque anteponemos a cualquier experiencia una valoración determinista
de nuestros procesos, de nuestras relaciones y vivencia.
Indiscutiblemente
la vida misma nos permite cerrar un ciclo para que se inicie otro. Bien amigos oyentes,
concluyen aquí estas reflexiones en familia, volveremos la próxima semana. Hasta pronto.