La responsabilidad del Papa es conservar la pureza de la Palabra de Dios sin que sea
fragmentada por los continuos cambios de las modas
Sábado, 7 may (RV).- Benedicto XVI ha tomado posesión esta tarde de la cátedra de
obispo de Roma, en la basílica de San Juan de Letrán, una cátedra para dar testimonio
de Cristo, y como ha recordado el Papa, “símbolo de la potestad de enseñar que es
parte esencial del mandato de atar y desatar conferido por el Señor a Pedro y, después
de él, a los Doce”.
El Pontífice se ha extendido considerablemente, durante su homilía, en “esta potestad
de enseñar” de la Iglesia y cómo la misma atemoriza a muchos hombres dentro y fuera
de ella. “Se preguntan si ella no amenaza la libertad de conciencia, si no es una
presunción contrapuesta a la libertad de pensamiento. No es así –ha afirmado Benedicto
XVI. El poder conferido por Cristo a Pedro y a sus sucesores es, en sentido absoluto,
un mandato para servir. La potestad de enseñar, en la Iglesia, comporta un compromiso
al servicio de la obediencia a la fe. El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento
y deseo son ley. Por el contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia
a Cristo y a Su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincular constantemente
a sí mismo y a la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los
intentos de adaptación y debilitamiento, así como frente a todo oportunismo”.
Y como ejemplo el Santo Padre ha puesto a su inmediato predecesor, a Juan Pablo II
y como “frente a las erradas interpretaciones de la libertad, subrayó de modo inequívoco
la inviolabilidad del ser humano y la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción
hasta la muerte natural”. “La libertad de asesinar –ha afirmado el Pontífice- no es
una verdadera libertad, sino una tiranía que reduce al ser humano a la esclavitud”.
El poder del Papa, ha subrayado Benedicto XVI, “no está por encima, sino al servicio
de la Palabra de Dios, y sobre él recae la responsabilidad de hacer que esta Palabra
continúe estando presente en su grandeza y resonando en su pureza, de modo que no
sea fragmentada por los continuos cambios de las modas”.
El Santo Padre ha introducido el concepto de la cátedra como símbolo de la potestad
de enseñar con una advertencia previa hacia donde la Sagrada Escritura es arrancada
de la voz viva de la Iglesia y cómo en este caso cae presa de las disputas de los
expertos. “El trabajo de los sabios –ha explicado el Pontífice- nos es de notable
ayuda para poder comprender el proceso vivo con el cual ha crecido la Escritura y
comprender así su riqueza histórica. Pero la ciencia por sí sola no puede darnos una
interpretación definitiva y vinculante; no es capaz de darnos, en la interpretación,
aquella certeza con la que podemos vivir y por la cual podemos incluso morir. Por
esto, es necesario un mandato más grande, que no puede surgir sólo de las capacidades
humanas. Por esto, es necesaria la voz de la Iglesia viva, de aquella Iglesia confiada
a Pedro y al colegio de los apóstoles hasta el final de los tiempos”.
De forma entrañable el Papa se ha dirigido al final de su homilía a los romanos, de
quien es obispo, agradeciendo su generosidad, su simpatía y su paciencia, y ha extendido
la ciudadanía romana a todos los católicos, a los hermanos y hermanas en la gran familia
de Dios, en la que no existen extranjeros.
La toma de posesión de la cátedra como obispo de Roma ha tenido lugar en el día en
el que la Iglesia en Italia celebra la Fiesta de la Ascensión del Señor que “no es
un viaje en el espacio hacia los astros más remotos; porque, en el fondo, también
los astros están hechos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo
–ha dicho el Papa- significa que Él no pertenece más al mundo de la corrupción y de
la muerte que condiciona nuestra vida”.
El Papa ha dado especial relevancia también el cómo el Espíritu Santo es la fuerza
a través de la cual Cristo nos hace experimentar su cercanía y conectando este concepto
con las palabras de la primera lectura: seréis mis testigos, ha subrayado que Cristo
resucitado necesita de testigos que lo han encontrado. A través de los testigos ha
sido construida la Iglesia, hombres y mujeres que, llenos de Cristo, a lo largo de
los siglos han encendido y continuarán encendiendo de un modo siempre nuevo la llama
de la fe.
“Cada cristiano, a su modo, -ha proseguido el Papa- puede y debe ser testigo del Señor
resucitado. Cuando leemos los nombres de los santos podemos ver cuántas veces han
sido –y continúan siéndolo-, ante todo, hombres sencillos, hombres de los que emanaba
–y emana- una luz resplandeciente capaz de conducir a Cristo. Pero esta sinfonía de
testimonios también está dotada de una estructura bien definida: a los sucesores de
los Apóstoles, es decir a los Obispos, les corresponde la responsabilidad pública
de hacer que la red de estos testimonios permanezca en el tiempo.
Acabada la ceremonia en San Juan de Letrán, Benedicto XVI se desplazó a la basílica
romana de Santa María La Mayor y rezó ante el icono de la Madre de Dios "Salus Populi
Romani", rogando a la Virgen que ampare la barca de la Iglesia, conduciéndola hasta
el puerto y de forma que evite los escollos y venza las oleadas.
El Santo Padre rogó asimismo a la Virgen María "Salus Populi Romani", que le ayude
a él mismo en su “inexperiencia” y que custodie al pueblo de Roma, confortando también
a todos los que llegan a esta ciudad, a los sin techo y a los desamparados y que extienda
su manto sobre todos sin distinción. Benedicto XVI rezó para que la Madre de Dios
libere a la asamblea de los creyentes del mal y del maligno, defendiendo con su intercesión
materna nuestra fragilidad humana y acompañándonos de la mano con su amor de Madre.