2005-04-08 13:51:56

Juan Pablo II nos bendice desde la casa del Padre


Viernes, 8 abr (RV).- Con la certeza de que nuestro amado Juan Pablo II nos bendice desde la casa del Padre, e invocando su bendición, el cardenal Ratzinger ha sellado la homilía de la Misa Exequial por el Pontífice, cuya alma ha encomendado a la Madre de Dios: “Podemos estar seguros de que ahora nuestro amado Papa está asomado a la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. ¡Sí, bendícenos Santo Padre! Encomendamos tu alma querida a la Madre de Dios y Madre tuya, que te guió cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Amén”

La solemnidad, la sobriedad y la sencillez se enlazaban intensamente en esta celebración con la que la Iglesia ha elevado al Señor de la vida y de la muerte su oración de profundo agradecimiento, por el bien que Juan Pablo II ha cumplido en favor de la misma Iglesia y de toda la humanidad. Acompañado con la música del órgano y un largo y vibrante aplauso, el ataúd de madera de ciprés con los restos mortales del Papa fue transportado a hombros desde la Basílica de San Pedro a la Plaza.

La procesión partió en medio del toque de las campanas en señal de duelo, acogidas por un conmocionado silencio de las centenares de miles de personas presentes. A su llegada al atrio de la plaza, el ataúd que llevaba grabado el símbolo de Juan Pablo II - la cruz y la M de María - fue colocado delante del altar, en el suelo. Encima se puso un Evangelio abierto, cuyas hojas movía el viento. Junto al féretro del Papa presidía la celebración un gran crucifijo y el cirio pascual. En la puerta central de la basílica colgaba un gran tapiz con la resurrección de Cristo.

“¡Sígueme!” Ésta, que es la exhortación del Señor resucitado a Pedro, - ha explicado el Decano del Colegio Cardenalicio - es también “la clave para comprender el mensaje que mana de la vida de nuestro llorado y amado Juan Pablo II, cuyos restos mortales deponemos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza, pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud”.

El cardenal Ratzinger ha sintetizado la vida del Papa, evocando los años de la juventud de Karol Wojtyla. “¡Sígueme!”En cada etapa de su vida él fue percibiendo esta llamada. Cuando era estudiante aficionado a la literatura, al teatro y a la poesía. Cuando trabajaba en una fábrica química, “rodeado y amenazado por el terror nazi”.

El alma de Juan Pablo II se refleja, en especial, en tres consignas de Jesús. La primera es cuando el Maestro afirma: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado a que vayáis y deis fruto, y fruto que permanezca” (Jn 15,16). La segunda, cuando recuerda: “Yo soy el buen pastor que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Y la tercera, cuando asegura: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15,9).

Así ha sido, Juan Pablo II fue verdaderamente por doquier, infatigablemente llevando un fruto que permanece. Nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y de hoy. Y hoy nos vuelve a decir...”Alzaos y vamos”, como el título de su penúltimo libro.

Destacando su ordenación sacerdotal – “fue sacerdote por encima de todo y hasta lo más profundo de su ser”, y recordando la cotidiana entrega del Papa al servicio de la Iglesia - en particular en las “difíciles pruebas de los últimos meses” - el cardenal Ratzinger, cuyas palabras fueron interrumpidas varias veces por los aplausos de los que participaron en la Liturgia Exequial, hizo hincapié en que “nuestro amado Papa – lo sabemos todos – nunca quiso salvar su propia vida”:“Quiso entregarse sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y también por nosotros”.

Meditando sobre la elección del cardenal Wojtyla como Sucesor de Pedro, en octubre de 1978, el decano del Colegio Cardenalicio ha reiterado que el amor del Papa a Cristo “ha sido la fuerza dominante” de nuestro amado Santo Padre: “Gracias a este apego radical a Cristo pudo llevar un peso, que va más allá de las fuerzas meramente humanas: ser pastor del rebaño de Cristo y de su Iglesia Universal”.

Dios no hace distinciones entre las personas ni entre los pueblos, “Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos”, ha recordado también el cardenal Ratzinger evocando el primer período de Pontificado de Juan Pablo II, cuando siendo aún joven y lleno de fuerza iba a los confines del mundo... Y cuando, luego, interpretando el misterio pascual como misterio de la Divina Misericordia reflexionó sobre el atentado, señalando que “Cristo, sufriendo por todos nosotros, confirió un sentido nuevo al sufrimiento... el del amor...: “El Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo y por ello el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo”.

Divina Misericordia. Juan Pablo II encontró el reflejo más puro de esta misericordia en la Madre de Dios. Él que había perdido a su madre siendo niño, amó con mayor profundidad a la Madre Divina. Hizo como el discípulo predilecto, la acogió en su ser: “¡Totus tuus. Y de la Madre aprendió a conformarse en Cristo!”

Tras saludar a la multitud de personas “silenciosas y orantes”, presentes en la Plaza de San Pedro, en las inmediaciones de Vaticano y en otros lugares de la capital italiana y sin olvidar a los purpurados y personalidades de tantos países, entre los que se encontraban los Reyes de España, el cardenal Ratzinger había dirigido asimismo unas palabras a los representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas, así como a los de las distintas religiones.

Extendiendo sus saludos al clero procedente de todos los continentes, en particular a los jóvenes – “que Juan Pablo II amaba definir futuro y esperanza de la Iglesia” – el Decano de los Cardenales ha dedicado unas palabras “a cuantos en todo el mundo se han unido por medio de la radio y de la televisión, a esta coral participación en el solemne rito de despedida del amado Pontífice”. La transmisión en mundovisión ha sido seguida también en directo por las televisiones públicas y privadas de Israel y de la Autoridad Nacional Palestina.

Al finalizar la Liturgia Exequial, el ataúd con los restos mortales de Juan Pablo II ha sido llevado por los mismos portadores pontificios que lo habían conducido al comienzo de la celebración, acompañados por un aplauso interminable y el canto del Magnificat, a la Basílica de San Pedro. Antes de dejar la Plaza, el féretro del Papa ha sido levantado y presentado a los numerosísimos peregrinos embargados por la conmoción.

En concreto, trescientas mil personas, según la policía, han seguido desde la Plaza de san Pedro y calles aledañas la misa exequial por Juan Pablo II. Otras 700 mil personas han seguido el funeral en Roma ante las pantallas gigantes que se han instalado en distintos puntos de la ciudad. Significativo han sido también los cientos de banderas polacas que han ondeando en un día nublado y gris en Roma, en el que el viento ha aliviado a los fieles que desde 24 horas antes han hecho guardia en la Via de la Conciliazione y alrededores para poder dar el último adiós al Papa.

Antes de cerrar la caja de ciprés donde descansa Juan Pablo II, se han introducido las monedas acuñadas durante el Pontificado y el acta notarial sellada en un tubo de plomo. Este documento contiene la síntesis del magisterio del Papa en sus 26 años y medio de pontificado y se lo resumimos a continuación.

El 2 de abril de 2005, a las 9 y 37 de la noche el amado Pastor de la Iglesia, Juan Pablo II abandonaba este mundo para ir hacia el Padre. Toda la Iglesia en oración acompañó su tránsito, especialmente los jóvenes. La memoria del 264 Papa permanece en el corazón de la Iglesia y de toda la humanidad.

Elegido Papa el 16 de octubre de 1978, Karol Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920. 22 años después sintió la llamada del sacerdocio y frecuentó los cursos de formación del seminario clandestino de Cracovia. El 1 de noviembre del 46 fue ordenado sacerdote por el cardenal Adam Sapieha, después de lo cual fue enviado a Roma donde se licenció y doctoró en Teología con la tesis sobre San Juan de la Cruz.

Durante el periodo del pontificado de Juan Pablo II, uno de los más largos de la historia, se sucedieron numerosos cambios históricos, entre los que figura la caída de algunos regímenes, a lo que él mismo contribuyó. Con incansable espíritu misionero y con la finalidad de anunciar el Evangelio realizó más de un centenar de viajes a distintas naciones. Más que cualquier predecesor suyo se reunió con el Pueblo de Dios y con los Responsables de las Naciones en las Celebraciones, en las Audiencias generales y especiales y en las visitas pastorales.

Su amor por los jóvenes hasta el final le llevó a iniciar las Jornadas Mundiales de la Juventud, en las que convocó a millones de jóvenes en varias partes del mundo. Promovió también con éxito el diálogo con los judíos y con los representantes de otras religiones y en este contexto convocó distintos encuentros de oración por la paz, especialmente en Asís.

Obra también suya fue la ampliación del Colegio Cardenalicio, la convocatoria de 15 Asambleas del Sínodo de los Obispos, 7 generales ordinarias y 8 especiales. Erigió numerosas diócesis y circunscripciones en particular en el este europeo. Reformó los Códigos de Derecho Canónico Occidental y Oriental, creo nuevas Instituciones y reorganizó la Curia Romana.

Especial énfasis puso nuestro difunto Pontífice en la adoración eucarística y en el rezo del santo Rosario. Y con el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, promovió la renovación espiritual de la Iglesia. Fue notable, de la misma manera, el extraordinario impulso que dio a las canonizaciones y beatificaciones para mostrar los innumerables ejemplos de santidad actuales. En este apartado no podemos olvidar la proclamación de santa Teresita del Niño Jesús como doctora de la Iglesia.

Entre el magisterio doctrinal de Juan Pablo II podemos enumerar 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas y 45 cartas apostólicas. En resumidas cuentas Juan Pablo II nos deja a todos un testimonio admirable de piedad, de vida santa y de paternidad universal.







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