2005-03-27 12:23:09

Urbi et Orbi: el Papa bendice a la multitud congregada en la Plaza de San Pedro desde la ventana de su estudio


Domingo, 26 mar (RV).- Juan Pablo II ha bendecido a la multitud de fieles que le esperaban en la Plaza de San Pedro. El Santo Padre, que ha seguido íntegramente la lectura del mensaje pascual por el cardenal Sodano, no pudo pronunciar palabra alguna, y permaneció algunos minutos en la ventana. Una visión que ha provocado los aplausos y las lágrimas emocionadas de muchos fieles que han podido constatar el gran esfuerzo realizado por el Pontífice.

Paz para Tierra Santa, los países de Oriente Medio y África, empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes, y solidaridad con las multitudes que sufren y mueren de miseria y hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por enormes catástrofes naturales. Es el deseo del Papa en su mensaje Urbi et Orbi en este domingo de Resurrección, que por primera vez en su Pontificado no ha podido leer, y en el que ha rogado al Señor que se quede con nosotros y “haga que el progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de la civilización”.

Tras la Santa Misa, presidida por el cardenal Angelo Sodano, desde el atrio de la plaza de san Pedro, el Secretario de Estado Vaticano ha leído el mensaje Urbi et Orbi del Santo Padre que esta Semana Santa, obligado por la convalecencia de la traqueotomía a que fue sometido el pasado 24 de febrero, ha ofrecido su sufrimiento para que se cumpla el diseño de Dios y su palabra camine entre la gente.

“Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los Países del Medio Oriente y África, donde también se sigue derramando mucha sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro de guerras fratricidas”.

De igual forma se dirige este mensaje a Cristo, Pan de vida eterna, para que nos dé “la fuerza de una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de miseria y de hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por enormes catástrofes naturales”.

Juan Pablo II pone de manifiesto en su mensaje la necesidad que los hombres y mujeres del Tercer Milenio tienen del Señor resucitado, al mismo tiempo que le ruega para que permaneciendo a nuestro lado ahora y hasta el fin de los tiempos haga que el “progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización”.

Mensaje Urbi et Orbi completo


1. Mane nobiscum, Domine!
¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús
invitaron al misterioso Viandante
a quedarse con ellos al caer de la tarde
aquel primer día después del sábado
en el que había ocurrido lo increíble.
Según la promesa, Cristo había resucitado;
pero ellos aún no lo sabían.
Sin embargo las palabras del Viandante durante el camino
habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: “Quédate con nosotros”.
Después, sentados en torno a la mesa para la cena,
lo reconocieron “al partir el pan”.
Y, de repente, él desapareció.
Ante ellos quedó el pan partido,
y en su corazón la dulzura de sus palabras.

2. Queridos hermanos y hermanas,
la Palabra y el Pan de la Eucaristía,
misterio y don de la Pascua,
permanecen en los siglos como memoria perenne
de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
También nosotros hoy, Pascua de Resurrección,
con todos los cristianos del mundo repetimos:
Jesús, crucificado y resucitado, ¡quédate con nosotros!
Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro
de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre,
infundes confianza y esperanza a cuantos buscan
el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre
hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
 
3. Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre,
y enséñanos palabras y gestos de paz:
paz para la tierra consagrada por tu sangre
y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes;
paz para los Países del Medio Oriente y África,
donde también se sigue derramando mucha sangre;
paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre
el peligro de guerras fratricidas.
Quédate con nosotros, Pan de vida eterna,
partido y distribuido a los comensales:
danos también a nosotros la fuerza de una solidaridad generosa
con las multitudes que, aun hoy,
sufren y mueren de miseria y de hambre,
diezmadas por epidemias mortíferas
o arruinadas por enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección,
que ellas participen igualmente de una vida nueva.
 
4. También nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio,
tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos
nunca oscurezca los valores espirituales
que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos,
porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!







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