2005-03-26 13:43:52

«Sábado de la sepultura del Señor»


Sábado 26 mar (RV).- Durante el sábado santo de la sepultura del Señor, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte y su descenso a los infiernos; y esperando en la oración y el ayuno su Resurrección. (PFP 73)

Al viernes santo le sigue el sábado, el día de Jesús muerto en el sepulcro. Ayer escuchamos que “dando un fuerte grito, expiró”. Todo estaba cumplido, Él estaba muerto. Y no fue una muerte aparente. Jesús ha muerto verdaderamente en la carne y ya está con los muertos. Él, como nos cuenta Mateo “como Jonás permaneció tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así Él permaneció tres días y tres noches en el corazón de la tierra”. Su sepultura y sepulcro confirman su muerte, según el sentido del Nuevo Testamento. Él, el crucificado, ahora yace en el sepulcro y está en el reino de los muertos como un muerto más. Hemos llegado a la tarde del viernes santo y al sábado santo. Ha llegado el silencio sepulcral.

Silencio, ayuno y austeridad no vacíos, sino llenos de sentido: están llenos de esperanza, contenidos, en espera de la fiesta... Oración y meditación junto al sepulcro del Señor: Jesús en el sepulcro es el mejor símbolo del Mesías que se ha abrazado con el dolor, la muerte y el silencio de todos los hombres de todos los tiempos. Pero es una situación esperanzada: dormiré y descansaré en paz; mi carne descansa serena; espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

No podemos anticipar a este día la alegría pascual. El Sábado Santo es como un paréntesis entre el dolor de ayer y la alegría de mañana. Más aún, el Sábado encierra un misterio que no se puede decir con palabras ni expresar por medio de ritos. Es una ocasión para meditar sobre la seriedad de una muerte que no ha sido una ficción ni un paseo, por otro lado penoso, hacia una resurrección prevista y esperada.

Ciertamente Jesús era animado por la esperanza, manifestada en los salmos con los que ora a su Padre Dios, y que habían sostenido a los creyentes en el Antiguo Testamento. Dios no abandona en su fidelidad al mísero y afligido, no le deja morir en las manos de sus enemigos y le ofrece después una existencia más fecunda. Pero esta certeza sólo se ampliaban tímidamente hacia el más allá. A pesar de estas premisas bíblicas, la perspectiva histórica de Jesús se encuentra con una violencia feroz que no le consiente escapatoria alguna y le empuja hacia el abismo de la muerte.

¿Qué ocurrirá después con Él? Nosotros ya lo sabemos y esperamos con certeza el anuncio pascual. Pero es necesario que nos detengamos a reflexionar hasta que punto la muerte a atrapado al Maestro bueno y de que profundidad lo ha resucitado Dios. Incluso en esta situación, entre los muertos, Jesús ha compartido en todo el destino humano.

Pero, ¿qué significa para los vivos y para los muertos este sábado? Para los contemporáneos del Señor representó sólo un Jesús difunto que ha pasado al más allá; un Jesús “histórico” puro y simple, un hombre como los demás que ha nacido para morir, con un nombre que pronto será olvidado. Incluso, sus discípulos camino de Emaús, afirman: “Fue un profeta potente en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo... los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera el libertador de Israel. Y ya ves, hace ya dos días que sucedió esto”.

Este es un aspecto del Sábado Santo, pero hay otro. Es el día en el que, con Jesús muerto, se revela una vez más el significado último y la fuerza íntima de la cruz. Es el momento en el que el Señor, ausente de la tierra, escondido para el ojo humano, avanza hasta el punto extremo de la muerte, y una vez muerto, desde lo alto de la cruz, con el Evangelio de la cruz, penetra profundamente en ella. De este modo se convierte en un prólogo escondido de la Pascua, ya que el amor derramado en la cruz inicia ya a ser victorioso.







All the contents on this site are copyrighted ©.