2005-03-25 14:41:56

«Viernes Santo»


Viernes, 25 mar (RV).- El viernes santo es, propiamente, el primer día del Triduo que conmemora la primera fase del Misterio Pascual: el sacrificio redentor de Jesucristo que, como sumo sacerdote y en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvar a todos.

En este día en que ha sido inmolada nuestra víctima pascual, Cristo, (1 Cor 5,7) la Iglesia, meditando la Pasión de su Señor y Esposo y adorando la Cruz, conmemora su nacimiento del costado de Cristo dormido en la Cruz, e intercede por la salvación de todo el mundo. (PFP 58)

Es el comienzo de la Pascua y no su preparación inmediata (la Cuaresma ya terminó). Comenzamos, así, el Triduo como tres días consecutivos que celebran la Pascua, es decir, el «tránsito» de Jesucristo de este mundo al Padre, haciendo pasar consigo, de la muerte a la vida y del pecado a la amistad y comunión con Dios, a la humanidad entera. No se trata, pues, de que hoy celebramos su muerte y otro día celebraremos su resurrección. Lo que propiamente celebramos es el pasar de Jesús de este mundo al Padre a través de su muerte en la Cruz... Ya una antigua oración del Sacramentario Gelasiano lo expresaba así: por su muerte, su alma pasó ya al Padre; con su sepultura, su carne pasó de la fatiga y el sufrimiento al descanso; y, con su resurrección, el cuerpo glorificado pasó a la esfera de lo divino. Así pues, todos y cada uno de los días del Triduo y todas y cada una de sus celebraciones conmemoran la totalidad del Misterio pascual. Solo que este único Misterio se celebra cada día con matices propios y un tanto diversos. El viernes santo contemplamos a Cristo que con su muerte inaugura la Pascua venciendo la muerte de la humanidad.

Celebramos, pues, la muerte gloriosa del Señor que sube a la cruz para pasar al Reino de Dios. Bajo este aspecto es significativo el canto más antiguo de este día: la antífona Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. No se trata, pues, de un duelo, sino de una celebración centrada en la Cruz del Señor, proclamando la Pasión y adorando la Cruz. Se trata, pues, de una memoria de la muerte del Señor, preñada de esperanza y contemplada como victoria. Por eso, las vestiduras litúrgicas de los ministros no son hoy moradas como en las celebraciones penitenciales, sino de color rojo, que es el color de la victoria. Pero ¿cómo podremos celebrar la muerte afrentosa de Jesús?, ¿cómo podemos aclamarle cuando aparece más miserable?... Se trata de ver más allá de nuestros pobres esquemas mentales. La Cruz, mirada a la luz de la fe pascual, significa en realidad el fracaso de un mundo de valores y el nacimiento de un nuevo orden de cosas: lo que antes era miserable y absurdo, desde la Cruz se convierte en riqueza y sabiduría: Cristo en la Cruz no es un fracasado, sino un triunfador. Por eso, la Iglesia puede contemplar hoy la Cruz con ojos de júbilo. Para ella no es un instrumento de escarnio que culmina con la muerte vergonzante del crucificado, porque mira la Cruz a la luz del Resucitado: en ella comienza, en realidad, la vida del universo.

Las lecturas antes de la proclamación de la Pasión preparan a entender su sentido y la dimensión salvífica de lo acontecido en el Calvario. Tratan de evocar los sentimientos de Cristo Jesús para que los oyentes puedan sintonizar con ellos: la 1ª expresa la tensión humillación-libertad que pasa por la muerte del Siervo. El Salmo es una meditación de la voluntad interior de oblación con la que Jesús se enfrenta a la muerte: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. La 2ª lectura: de la obediencia en el sufrimiento que ha convertido a Cristo en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. La lectura de la Pasión, según S. Juan es el momento culminante y central de la celebración. Según remotísima tradición, se ha escogido para este día el relato del IV Evangelio, precisamente, porque es el que mejor conecta con el espíritu en el que la Iglesia contempla hoy la pasión y muerte de su Señor: Juan lo presenta como la gran hora de la entrega de Jesús por amor y de su glorificación.







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