2005-03-23 16:09:28

«Miércoles Santo»


Miércoles, 23, mar (RV).- El hecho de que uno de los discípulos, elegido para ser de los Doce Apóstoles, ha traicionado al Maestro y Salvador, ha provocado una profunda mella en la sensibilidad de los cristianos. Es un acontecimiento oscuro sobre el que han surgido tantas leyendas y se han escrito múltiples narraciones. Pero ninguna ha sido capaz de explicar cómo ha podido ocurrir un hecho semejante. El Evangelio, después de haber aludido ayer a la traición de Judas, vuelve en este día sobre el mismo argumento, casi como si quisiera presentarnos con reiterada insistencia el argumento para nuestra meditación.

Lo que más nos impresiona es la presencia de este amigo-traidor en el convite pascual que Jesús ofrece a sus doce Discípulos, en los que confiaba plenamente y a los que estaba por encargar la continuación de la obra que Él había comenzado. Esta cena suponía para los asistentes una relación de leal amistad y quería subrayar el vínculo de solidaridad entre ellos y su Maestro. Era, por tanto, el momento menos oportuna para que Judas se dejase ver por el Señor. Pero Jesús ha tenido que soportar también este ultraje. Y es que, justamente, a partir de este acto de traición comienza la pasión del Señor, y nosotros entramos en ella poniéndonos en guardia para no renovar una culpa semejante.

Mateo nos dice hoy que “Judas, uno de los doce”, poniendo así de relieve su pertenencia al Colegio Apostólico, va a los Sumos Sacerdotes y vende a Jesús por 30 monedas de plata, el precio de un esclavo acorneado por un buey (Ex 21, 32), para indicar así el poco valor que este discípulo atribuía al Maestro. Al mismo tiempo los demás discípulos se ocupan de los preparativos de la “cena de la Pascua”: debían encontrar una sala amplia, disponerla para un convite donde tomarían parte al menos trece personas, comprar los alimentos prescritos por el ritual y cocinarlos. Si, está claro que para todo esto los discípulos deberían tener amigos y colaboradores, como “fulano” al que el Maestro manda a los discípulos. Los gestos de la preparación de esta cena ritual, que para los judíos era memoria de la liberación de la esclavitud y de la constitución de su pueblo, era una ocasión para recordar y orar, para los discípulos se convertirá en un momento para considerar la extraordinaria experiencia vivida con Jesús con el trasfondo de los recuerdos religiosos de su pueblo.

Durante la cena Jesús anuncia la traición que sufrirá. El signo para indicar al culpable será mojar un trozo de pan en el plato común. Este era un modo de comer juntos que manifestaba familiaridad y amistad entre los convidados, y el gesto de Judas de tomar parte en aquel banquete común tendrá un triste significado para la futura Iglesia. La ansiedad de los discípulos al preguntar cada uno al Maestro: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”, nos manifiesta claramente la posibilidad de que todo cristiano pueda sentarse a la mesa de la Eucaristía como perjuro. Sin duda, la tradición eclesial ha conservado este recuerdo para que cada uno de nosotros nos preguntemos, mientras nos acercamos a participar en la eucaristía, si estamos en sintonía con Jesús y con los hermanos. Encontrar esta cuestión inquietante al final de la Cuaresma es una nueva invitación a preguntarnos si cada uno de nosotros está en comunión pura con el Señor.

Profiriendo una dura condena contra el traidor, Jesús afirma que quizás a llegado el momento de que el Hijo del hombre deba dejar este mundo, “como está escrito de Él”. Viene a propósito el tercer canto del Siervo doliente de Isaías, que la Iglesia ha interpretado como profecía de los dolorosos acontecimientos de Jesús. El Siervo se presenta como un “iniciado” al que Dios abre cada mañana la mente para que comprenda su palabra y pueda proclamar palabras de salvación y esperanza a lo que han perdido la confianza. De este modo puede soportar toda persecución con tenaz resistencia. Tiene confianza que su misión llegará a buen puerto y sus adversarios no le derrotarán, ya que espera la justicia de Dios y posee la asistencia divina. De este modo somos ya introducidos en el clima del Triduo pascual, cuando las tinieblas más oscuras se abatirán sobre Jesús y serán finalmente vencidas por una luz fulgurante.







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