Miércoles, 23, mar (RV).- El hecho de que uno de los discípulos, elegido para ser
de los Doce Apóstoles, ha traicionado al Maestro y Salvador, ha provocado una profunda
mella en la sensibilidad de los cristianos. Es un acontecimiento oscuro sobre el que
han surgido tantas leyendas y se han escrito múltiples narraciones. Pero ninguna ha
sido capaz de explicar cómo ha podido ocurrir un hecho semejante. El Evangelio, después
de haber aludido ayer a la traición de Judas, vuelve en este día sobre el mismo argumento,
casi como si quisiera presentarnos con reiterada insistencia el argumento para nuestra
meditación.
Lo que más nos impresiona es la presencia de este amigo-traidor en el convite pascual
que Jesús ofrece a sus doce Discípulos, en los que confiaba plenamente y a los que
estaba por encargar la continuación de la obra que Él había comenzado. Esta cena suponía
para los asistentes una relación de leal amistad y quería subrayar el vínculo de solidaridad
entre ellos y su Maestro. Era, por tanto, el momento menos oportuna para que Judas
se dejase ver por el Señor. Pero Jesús ha tenido que soportar también este ultraje.
Y es que, justamente, a partir de este acto de traición comienza la pasión del Señor,
y nosotros entramos en ella poniéndonos en guardia para no renovar una culpa semejante.
Mateo nos dice hoy que “Judas, uno de los doce”, poniendo así de relieve su pertenencia
al Colegio Apostólico, va a los Sumos Sacerdotes y vende a Jesús por 30 monedas de
plata, el precio de un esclavo acorneado por un buey (Ex 21, 32), para indicar así
el poco valor que este discípulo atribuía al Maestro. Al mismo tiempo los demás discípulos
se ocupan de los preparativos de la “cena de la Pascua”: debían encontrar una sala
amplia, disponerla para un convite donde tomarían parte al menos trece personas, comprar
los alimentos prescritos por el ritual y cocinarlos. Si, está claro que para todo
esto los discípulos deberían tener amigos y colaboradores, como “fulano” al que el
Maestro manda a los discípulos. Los gestos de la preparación de esta cena ritual,
que para los judíos era memoria de la liberación de la esclavitud y de la constitución
de su pueblo, era una ocasión para recordar y orar, para los discípulos se convertirá
en un momento para considerar la extraordinaria experiencia vivida con Jesús con el
trasfondo de los recuerdos religiosos de su pueblo.
Durante la cena Jesús anuncia la traición que sufrirá. El signo para indicar al culpable
será mojar un trozo de pan en el plato común. Este era un modo de comer juntos que
manifestaba familiaridad y amistad entre los convidados, y el gesto de Judas de tomar
parte en aquel banquete común tendrá un triste significado para la futura Iglesia.
La ansiedad de los discípulos al preguntar cada uno al Maestro: “¿Soy yo acaso, Rabbí?”,
nos manifiesta claramente la posibilidad de que todo cristiano pueda sentarse a la
mesa de la Eucaristía como perjuro. Sin duda, la tradición eclesial ha conservado
este recuerdo para que cada uno de nosotros nos preguntemos, mientras nos acercamos
a participar en la eucaristía, si estamos en sintonía con Jesús y con los hermanos.
Encontrar esta cuestión inquietante al final de la Cuaresma es una nueva invitación
a preguntarnos si cada uno de nosotros está en comunión pura con el Señor.
Profiriendo una dura condena contra el traidor, Jesús afirma que quizás a llegado
el momento de que el Hijo del hombre deba dejar este mundo, “como está escrito de
Él”. Viene a propósito el tercer canto del Siervo doliente de Isaías, que la Iglesia
ha interpretado como profecía de los dolorosos acontecimientos de Jesús. El Siervo
se presenta como un “iniciado” al que Dios abre cada mañana la mente para que comprenda
su palabra y pueda proclamar palabras de salvación y esperanza a lo que han perdido
la confianza. De este modo puede soportar toda persecución con tenaz resistencia.
Tiene confianza que su misión llegará a buen puerto y sus adversarios no le derrotarán,
ya que espera la justicia de Dios y posee la asistencia divina. De este modo somos
ya introducidos en el clima del Triduo pascual, cuando las tinieblas más oscuras se
abatirán sobre Jesús y serán finalmente vencidas por una luz fulgurante.