Viernes, 25 feb (RV).- En estas Reflexiones en Familia, retomaremos apartes del mensaje
que el Santo Padre dirigió a los participantes en la asamblea general de la Academia
Pontificia para la Vida, quienes se reunieron esta semana en el Vaticano en su Asamblea
Plenaria. Un mensaje lleno de esperanza en el que subraya que la dignidad de la persona
humana no depende de su calidad de vida.
En el mensaje dirigido a esta institución, el Papa plantea una convencida defensa
del derecho a vivir de las personas «que todavía no son capaces o que ya no son capaces
de comprender y de querer». El Pontífice constata que cada vez más «la llamada ‘calidad
de vida’ se interpreta principal o exclusivamente como eficiencia económica, consumismo
desordenado, belleza y goce de la vida física, olvidando las dimensiones más profundas
-relacionales, espirituales y religiosas- de la existencia».
El Santo Padre considera, sin embargo, que hay que reconocer la calidad esencial que
caracteriza a toda criatura humana por el solo hecho de ser creada a imagen y semejanza
del mismo Creador.
«Este nivel de dignidad y de calidad –señala el Papa en su mensaje- pertenece al orden
ontológico y forma parte constitutiva del ser humano, y es una condición que permanece
en todo momento de la vida, desde el primer instante de su concepción hasta la muerte
natural, y se actúa en plenitud en la dimensión de la vida eterna.
Por tanto - indica el Papa-, hay que reconocer y respetar al hombre en toda condición
de salud, de enfermedad o de discapacidad».
En su mensaje a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia para la vida, el Santo
Padre señala que a partir del reconocimiento de la vida y de la dignidad peculiar
de toda persona, la sociedad debe promover, en colaboración con la familia y los demás
organismos intermedios, las condiciones concretas para desarrollar armoniosamente
la personalidad de cada uno, según sus capacidades naturales.
Todas las dimensiones de la persona -la dimensión corporal, la psicológica, la espiritual
y o la moral- deben promoverse de manera armoniosa. Y ante ello, el Pontífice puntualiza
que todo esto supone la presencia de condiciones sociales y ambientales capaces de
favorecer un desarrollo armonioso. El contexto socio-ambiental, por tanto, caracteriza
este segundo nivel de calidad de la vida humana, que debe ser reconocido a todos los
hombres, incluso a quienes viven en los países en vías de desarrollo.
El Papa reconoce, sin embargo, que en estos momentos se está extendiendo un concepto
diferente de calidad de la vida, un concepto tal vez más reductor y selectivo, que
consiste en la capacidad para gozar y experimentar placer, o en la capacidad de autoconciencia
y de participación en la vida social, es decir una calidad de vida individualista.
Esta mentalidad, subraya Juan Pablo II, niega toda calidad de vida a los seres humanos
que todavía no son capaces o que ya no son capaces de comprender y de querer, a quienes
ya no son capaces de disfrutar de la vida como sensación o relación.
Así mismo el Papa señala que también existe una desviación parecida a la que ha sufrido
el concepto de calidad de vida, pero aplicada también el concepto de «salud», tras
lo cual el Pontífice constata la gran paradoja de las sociedades contemporáneas.
Por una parte, la humanidad se presenta hoy, en amplias zonas del mundo, como víctima
del bienestar que ella misma ha creado. En otras partes mucho más grandes, añade Juan
Pablo II, es víctima de enfermedades difundidas y devastadoras, cuya virulencia se
deriva de la miseria y de la degradación del ambiente.
El mensaje pontificio concluye pidiendo una movilización de todas las fuerzas de la
ciencia y de la sabiduría al servicio del auténtico bien de la persona y de la sociedad
en todas las partes del mundo, a la luz del criterio de fondo que es la dignidad de
la persona, en la que está impresa la imagen misma de Dios.