La Eucaristía, misterio que hace presentes al mismo tiempo el misterio de la Encarnación
y el de la Pascua. Segunda predicación de Cuaresma para la Curia Romana
Viernes, 4 mar (RV).- El padre Raniero Cantalamessa ha centrado esta mañana su segunda
predicación de Cuaresma en las dos visiones de la Eucaristía, la paulina basada en
el misterio pascual y la juánica, en la encarnación de Verbo, y cómo éstas han dado
lugar desde la antigüedad a dos teologías y dos espiritualidades eucarísticas distintas
y complementarias. Ambas concepciones no han acabado con las escuelas que las elaboraron,
sino que están presentes y son reconocibles en toda la tradición posterior, como dos
especies de arquetipos de piedad eucarística.
Abordando en primer lugar la
visión alejandrina inspirada en la cristología juánica, el predicador de la Casa Pontificia
ha subrayado que “esta doctrina eucarística se formó en un tiempo en el que toda la
preocupación teológica está concentrada alrededor de la figura de Cristo y la unidad
de su persona. Una visión que resalta que el Padre no sólo nos da la Eucaristía, sino
que se da en la Eucaristía. Y como sólo hay una naturaleza divina indivisa, recibiendo
la divinidad del Hijo recibimos también al Padre”.
En cuanto a la visión paulina
de los antioquenos, el padre Cantalamessa ha manifestado que ésta no contradice la
precedente, sino que la enriquece y la completa. “Considerando las dos perspectivas
a la vez podemos tener una visión mucho más completa de la Eucaristía, que se nos
presenta, contemporáneamente, como presencia real del Verbo encarnado y como memorial
de su pasión y resurrección; el sacramento que hace presente, en el mismo momento,
el misterio de la encarnación y el misterio pascual”.
Más adelante, el predicador
ha vuelto sobre la perspectiva alejandrina, en la que todo está centrado sobre el
misterio pascual y en la que nos predisponemos a recibir el cuerpo y la sangre de
Cristo, con la certeza de que con ellos las energías divinas de la resurrección pasan
a nosotros bajo las formas de paz, valor y esperanza.
Esta segunda visión patrística
de la Eucaristía se puede completar y actualizar hoy en día, como ha subrayado el
predicador, a la luz de la doctrina del cuerpo místico y del sacerdocio universal
de todos los bautizados. “La doctrina del cuerpo místico nos asegura que, en la Misa,
la Iglesia no es sólo la que ofrece el sacrificio, sino también la que se ofrece en
sacrificio junto a su cabeza. A su vez, la verdad del sacerdocio universal permite
extender esta participación a todos los fieles, no sólo a los sacerdotes”.
El
padre Cantalamessa ha recurrido como Jesús a las parábolas como método para comprender
qué sucede en la celebración eucarística. El ejemplo descriptivo ha sido el de una
empresa en el que un empleado admira y ama al jefe por encima de todo y propone a
todos sus compañeros de trabajo hacer un regalo al jefe como símbolo de la estima
que todos nutren por él. El regalo, sin embargo, lo paga únicamente este empelado,
aunque todos firman como si hubiesen contribuido. De la misma forma, en la Misa, Jesús
invita a todos sus hermanos a que firmen para contribuir en este don, de manera que
el regalo llega a Dios como si proviniera indistintamente de todos sus hijos. Sin
embargo, sabemos que tan sólo uno ha pagado con su vida el precio de tal don.
“Nuestra
firma –ha proseguido el predicador- son las pocas gotas de agua que se mezclan con
el vino en el cáliz; nuestra firma es sobretodo ese Amén solemne que la liturgia hace
pronunciar a toda la asamblea como conclusión de la oración eucarística. Y como sabemos
que quien ha firmado un contrato después tiene el deber de honrar la propia firma,
esto significa que a la salida de misa, también nosotros debemos hacer de nuestra
vida un don de amor por el Padre y por los hermanos. De esta forma, toda la vida del
cristiano, no sólo durante la misa, se convierte en una eucaristía”.
El padre
Cantalamessa se ha referido también a otro aspecto de la comunión eucarística del
que se habla menos: el matrimonio humano como símbolo de la unión entre Cristo y la
Iglesia. Y en este contexto, el predicador de la Casa Pontificia ha querido reafirmar
que no hay nada de nuestra vida que no concierna a Cristo. En particular ha manifestado
que “nadie debe decir que Jesús no sabe qué significa estar casado, ser mujer, haber
perdido a un hijo, estar enfermo, ser anciano o ser alguien de color”, porque lo que
Cristo no pudo vivir personalmente durante su existencia terrena, limitada a algunas
experiencias como todos los hombres, lo vive y experimenta ahora como resucitado “según
el Espíritu”, gracias a la comunión esponsal de la misa.