Viernes, 18 feb (RV).- Hoy hablaremos de los cambios que en materia de poder vive
la familia actualmente. En espacios anteriores hemos hecho referencia a los cambios
en la estructura económica, en la tipología y conformación de la familia, factores
éstos considerados consecuencias directas de las variaciones y nuevas estructuraciones
sociales de la modernidad. En esta ocasión hablaremos entonces del poder, un tema
sin duda interesante que sufre inmensas transformaciones al interior de las familias.
Desde siempre, los niños preguntan por qué deben hacer esto o aquello. Ellos están
en un permanente cuestionamiento de sus experiencias así como de las cosas que hacen
o ven que sucede a su alrededor. Obviamente, ellos siempre están en una fase de exploración
del mundo.
Anteriormente los padres ante los interrogantes constantes de los hijos buscaban respuestas
simples y en la mayoría de las ocasiones recurrían al poder que como padres tenían
para contestar sin grandes dificultades: “porque yo lo digo y punto”. Sin embargo,
estos discursos o respuestas simples de los padres, que responden a una formación
y disciplina de imposición inculcada de generación en generación, al parecer están
pasando a la historia.
Hoy estas imposiciones o ejercicio de poder de los padres basados únicamente en la
autoridad que tienen, generan en los niños resentimientos y a largo plazo actitudes
de rebelión. Y esto sucede porque las sociedades modernas están adoptando en todas
sus instancias posiciones mucho más abiertas, de igualdad, de participación, de tolerancia
y aceptación, conceptos éstos que permiten una mayor socialización, y ante los cuales
obviamente la familia no puede permanecer marginada.
La familia democrática es, sin lugar a dudas, la concepción de familia que las sociedades
actuales están reclamando. Son familias en las cuales el diálogo es el instrumento
ideal para solucionar las diferencias. La confianza es la base de las relaciones y
por tanto ya no hay espacio para el poder autoritario y mucho menos para la violencia.
Esto no quiere decir en ningún momento que los padres de familia no puedan ejercer
autoridad sobre sus hijos. Al contrario, la autoridad es necesaria pero no sobre las
bases de la imposición, sino sobre las bases de la negociación, de concebir que la
familia es una institución donde se genera la participación de todos sus miembros
en las decisiones, del reconocimiento de los derechos y deberes de cada uno.
Los niños ya no son seres sin voz ni voto. Tanto en las instituciones educativas como
en diversos ámbitos sociales a los niños se les está enseñando a hacer valer sus derechos
y la familia debe ser la primera institución para generar este espacio.
Es claro entonces que la familia democrática no puede estar al margen de este tema
y de las obligaciones que ello implica, y obviamente la protección de los niños es
la prioridad, pues los padres deben ser responsables por sus hijos hasta que ellos
cumplan la mayoría de edad, una protección que compete incluso a otras instituciones
como los gobiernos y legisladores, lo que significa por tanto que la familia no esta
sola en esta importante labor.
Conciliar los derechos de los niños con la responsabilidad de los padres en el concepto
de familia democrática no es fácil, más cuando existe la tendencia de vaciar de sentido
a la familia como institución, de restarle sentido a los valores de unión, fidelidad,
solidaridad y tolerancia, valores fundamentales de la familia.
Pese a estas tendencias, la familia sigue siendo la institución básica de toda sociedad,
por ello debe adaptarse y asumir los nuevos cambios y exigencias de las sociedades
modernas. Este es el gran desafío para las familias de hoy.