2004-11-30 14:09:22

Diciembre: intención general para el apostolado de la oración


Martes, 30 nov (RV)- Como broche de oro para las intenciones generales de 2004, en este mes de diciembre, Juan Pablo II exhorta a rezar «Para que los niños sean considerados como dones preciosos de Dios a quienes se debe respeto, comprensión y amor».

Cuán numerosas son las oportunidades en que Juan Pablo II ha advertido que «no se puede permanecer indiferentes ante el sufrimiento de tantos niños en el mundo».

Evocando el magisterio del Papa, la Santa Sede no escatima sus esfuerzos en pedir, también ante las Naciones Unidas «una legislación de protección de la niñez que preserve a los niños de todas las formas de explotación y abuso, como por ejemplo el incesto y la pederastia, ya sea en el trabajo, en la esclavitud, en los delitos abominables de la prostitución y la pornografía, en los secuestros o su utilización como soldados o guerrilleros, ya sea como víctimas de conflictos armados o de las sanciones internacionales o unilaterales impuestas a algunos países; plagas todas ellas que afrentan y escandalizan a la humanidad. Estas variadas formas de violencia no deben quedar impunes».

Con Juan Pablo II, la misma Santa Sede recomienda que «es preciso vigilar cuidadosamente para que las adopciones, nacionales o internacionales, cuando sean realmente aconsejables, observado el principio del ‘bien superior del niño’, sean hechas por matrimonios que ofrezcan verdaderas garantías por su estabilidad, solvencia moral, capacidad de acompañamiento y ejemplaridad, de tal forma que los niños puedan ser adecuadamente educados, no entorpecidos, cuando no destruidos, en su misma personalidad. Forma parte del interés del niño para su desarrollo integral y armónico que, como la misma ciencia lo enseña, tenga un padre y una madre».

El secretario nacional del Apostolado de la Oración en Nigeria, Padre Peter Schineller, recuerda que no tenemos que adentrarnos mucho en los Evangelios para ver «cuán preciosos e importantes son los niños a los ojos de Jesús, cuán dignos de respeto, comprensión y amor».

El mismo nacimiento de Jesús en Belén nos lo pone de manifiesto. Deseando Dios Padre demostrar su amor a la humanidad - queriendo salvarnos - manda a su propio Hijo como Niño, ‘Niño nacido de María’. «El Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Haciendo esto, el Padre y el Hijo ponen de manifiesto la dignidad de cada niño. Jesús experimentó los gozos y retos de todo niño. Creció en sabiduría, edad y gracia, bajo la atención y el cuidado amoroso de su Madre María y de José, su Padre en la tierra.


Ya de adulto, iniciando su vida pública, jamás olvidó Jesús lo hermoso y maravilloso que es ser niño. En varias ocasiones sorprendió a sus oyentes y a sus apóstoles por su revolucionaria actitud hacia los niños. Aún más, en varias ocasiones Jesús desafió y revolucionó el modo de pensar de muchos. Como cuando dijo claramente: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el reino de Dios… Y los abrazaba y bendecía, poniendo las manos sobre ellos». (Mc 10, 14-16)

O como cuando Jesús recomendó a los adultos ser como «niños». «El que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mt 19,13). Según nos enseñó Jesús, no sólo hemos de ser bondadosos, considerados y respetuosos con los niños, sino que ¡debemos aprender de ellos, de su sencillez y apertura!
Jesús se identifica con cada niño. A Jesús se le encuentra, sirve y ama cuando acogemos amamos y atendemos al niño en nuestro ambiente: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Lc 9,48).

Además, Jesús dedica algunas de sus palabras más fuertes a los que causan algún daño a los niños: «Al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino y le hundan en lo profundo del mar.… (Mt 18, 5-6)

En el mes en que conmemoramos el nacimiento del Niño Dios, el Santo Padre hace hincapié en la dignidad especial de cada niño, destacando que Jesús, recién nacido, es signo de esperanza y de paz para toda la familia humana. «El Niño nace en un pesebre pobre; éste es un signo de Dios. Los siglos y los milenios pasan, pero el signo permanece y sigue siendo válido también para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio. Es signo de esperanza para toda la familia humana. Es signo de paz para quienes sufren en conflictos de todo tipo; signo de libertad para el pobre y el oprimido; signo de misericordia para los que están enredados en el círculo vicioso del pecado; signo de amor y consuelo para quienes se sientes solos y abandonados. Signo pequeño y frágil, signo humilde y sereno, pero lleno del poder de Dios que, por amor, se hizo hombre» (Juan Pablo II, Navidad, Misa del Gallo de 2002).







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