2004-11-24 13:00:51

Noviembre: intención general para el Apostolado de la Oración


«Para que los hombres y mujeres cristianos, conscientes de su propia vocación en la Iglesia, respondan con generosidad a la llamada de Dios y caminen hacia la santidad en los ambientes donde viven». Ésta es la intención general para el Apostolado de la Oración, que presenta Juan Pablo II para el mes de noviembre.

Para este mes de noviembre, Juan Pablo II propone rezar «Para que los hombres y mujeres cristianos, conscientes de su propia vocación en la Iglesia, respondan con generosidad a la llamada de Dios y caminen hacia la santidad en los ambientes donde viven». Reflexionando sobre esta intención general para el Apostolado de la Oración, el Consejo Pontificio para los Laicos recuerda que el Santo Padre inauguró el Tercer Milenio indicando que «la santidad sigue siendo hoy más que nunca una ‘urgencia pastoral’ (Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 30).

Poniendo de relieve que «la vocación de todo cristiano es la santidad», el Santo Padre hace hincapié en lo que señala la Constitución del Concilio Vaticano II Lumen Gentium, es decir que «todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (n.40)

Tal como subraya el Apóstol Pablo, «ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación» (1 Ts 4,3), Juan Pablo II reitera la invitación a todo bautizado a tomar conciencia de la propia vocación en la Iglesia, viviendo el seguimiento de Cristo, Dios hecho hombre, y a ser perfecto como es perfecto el Padre celestial. Y puesto que la perfección de Dios es, sobre todo, la perfección de la caridad, el Papa vuelve a recordar que «la caridad, el amor, es la perfección de la realización del ser humano. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creando Dios a la humanidad a su imagen y conservándola continuamente en el ser, inscribe su vocación en la humanidad del hombre y de la mujer y, por consiguiente, le otorga la capacidad y responsabilidad del amor y de la comunión (cf Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes, 12 )». Por lo tanto, como pone de relieve Juan Pablo I en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, «el amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano» (n. 11).

Como en numerosas oportunidades, el Santo Padre insiste en que «la vocación del cristiano consiste en vivir el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo en comunión en Él. Es amor de donación, de entrega de sí, ya que ‘mayor felicidad hay en dar que en recibir’ (Hch 20, 35)» Y «es vocación porque es respuesta a una llamada de Dios, inscrita en la naturaleza misma del hombre y reforzada por la Revelación, en la que ‘Dios invita explícitamente a vivir en el amor y para el amor’. Es vocación porque la iniciativa parte de Dios que invita, no de una decisión del hombre».

«Ante el odio en todas sus formas, la humanidad tiene necesidad de Dios y de su gracia para caminar por el sendero del amor». Sin Dios no podemos conseguirlo. «Sólo mediante la gracia y partiendo de la gracia podemos vivir la vocación al amor. Gracia y libertad se enlazan en un dinamismo que conduce al hombre a su realización plena en el amor». Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder conocerle y amarle. Dios toca y mueve con la gracia el corazón del hombre, pero necesita su colaboración generosa en el ejercicio de su libertad. Con esta intención de oración, Juan Pablo II renueva la exhortación del Señor a los cristianos a llevar su luz, siendo sal y levadura en el mundo.







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