(RV).- El trabajo de cuantos están comprometidos en ayudar a las personas que sufren y salvaguardar su dignidad es un reflejo de la misericordia de Dios y un signo de que el mal tiene un límite y no la última palabra. Es uno de los conceptos que el Papa Francisco expresó durante su encuentro, del último jueves de septiembre, al centenar de miembros de los Organismos caritativos católicos que trabajan en el contexto de la crisis humanitaria en Siria, Irak y en los países limítrofes.
Al darles su bienvenida el Santo Padre saludó de modo especial al Señor Staffan de Mistura – Enviado Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para Siria – junto a Monseñor Giovanni Pietro Dal Toso, Secretario del Consejo Pontificio Cor Unum y a todos sus colaboradores, a quienes les expresó su aprecio por el apoyo atento y eficaz a cuanto la Iglesia está realizando para tratar de aliviar los sufrimientos de millones de víctimas de estos conflictos.
A un año de distancia del último encuentro celebrado con todos ellos, el Pontífice afirmó que hay que constatar, con gran tristeza, que a pesar de los muchos esfuerzos prodigados en diversos ámbitos, la lógica de las armas y del atropello, los intereses oscuros y la violencia, siguen devastando a estos países.
Al afirmar que hasta ahora no se ha sabido poner fin a los sufrimientos extenuantes y a las violaciones continuas de los derechos humanos, el Papa Bergoglio recordó que las consecuencias dramáticas de la crisis son visibles más allá de los confines de la región, tal como lo demuestra el grave fenómeno migratorio.
La violencia genera violencia y tenemos la impresión de encontrarnos envueltos en una espiral de prepotencia y de inercia de la que no parece que haya una salida. Este mal que atenaza a la conciencia y a la voluntad debe hacer que nos interroguemos. ¿Por qué el hombre, incluso al precio de daños incalculables a las personas, al patrimonio y al ambiente, sigue persiguiendo las prevaricaciones, las venganzas y las violencias?
Tras invitar a pensar en el reciente ataque contra un convoy humanitario de la ONU, Francisco dijo:
Es la experiencia de aquel mysterium iniquitatis, de aquel mal que está presente en el hombre y en la historia y que tiene necesidad de ser redimido. ¡Destruir para destruir! Por esta razón, en este Año Santo, durante el que fijamos más intensamente la mirada en Cristo, Misericordia encarnada que ha vencido el pecado y la muerte, me vuelven a la mente estas palabras de San Juan Pablo II: ‘El límite impuesto al mal, del que el hombre es artífice y víctima, es en definitiva la Divina Misericordia’ (Memoria e identidad). Es el único límite. Sí, la respuesta al drama del mal se encuentra en el misterio de Cristo.
Al dirigir su mirada a los tantos rostros que sufren en Siria, en Irak y en los países cercanos y lejanos donde millones de prófugos se ven constreñidos a buscar refugio y protección, el Obispo de Roma destacó que la Iglesia ve en todos ellos el rostro de su Señor durante la Pasión. Y añadió que el trabajo de tantos operadores en este sector es signo de que el mal tiene un límite y un signo de que el mal no tiene la última palabra:
Es un signo de gran esperanza, por el que quiero dar gracias, junto a ustedes, a tantas personas anónimas – ¡pero no para Dios! – quienes, especialmente en este Año Jubilar, rezan e interceden en silencio por las víctimas de los conflictos, sobre todo por los niños y por los más débiles, y así sostienen también su trabajo. En Alepo, ¡los niños están obligados a beber agua contaminada! Más allá de las necesarias ayudas humanitarias, lo que más desean hoy nuestros hermanos y hermanas de Siria y de Irak es la paz. Por lo tanto, no me canso de pedir a la comunidad internacional mayores y renovados esfuerzos para llegar a la paz en todo Oriente Medio y de pedirles que no miren para otro lado.
Después de recordar que el hombre tiene la capacidad de poner fin a los conflictos, puesto que cada uno de nosotros puede y debe hacerse constructor de paz, porque toda situación de violencia e injusticia es una herida en el cuerpo de la entera familia humana Francisco afirmó que su petición se hace oración cotidiana a Dios para que inspire las mentes y los corazones de cuantos tienen responsabilidades políticas, a fin de que sepan renunciar a los intereses parciales para alcanzar el bien más grande: la paz.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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