2016-02-25 09:16:00

Diálogos de Radio Vaticano, con el padre Sergio Moreno


La muerte y la inmortalidad

¿Hasta qué punto es entendida la muerte, la resurrección, ese sufrimiento del cual quiere huir el hombre y que Cristo quiere para sí?

Vamos a analizarlo filosóficamente, en este tiempo de Cuaresma.

La muerte se impone en la vida del hombre. Querer esquivarla equivaldría sencillamente a una falta de realismo. Nada tan cierto como la muerte, dijo Séneca. Y san Agustín: «todo es incierto; sólo la muerte es cierta». «En este mundo nada es cierto, menos la muerte y los impuestos», escribía el estadista estadounidense Benjamin Franklin. Pero a pesar de esta certeza y de la universalidad fáctica de la muerte humana, han sido muchos los modos en que ha sido comprendida y explicada. Para comprender adecuadamente el tema, se puede partir de una común fenomenología de la muerte humana, ampliamente descrita por filósofos.

En primer lugar, la muerte se hace presente en medio de la vida del hombre. El hombre no sólo es un ser que en un futuro morirá, sino que, ya en esta vida, está muriendo, y lo sabe. Percibe la muerte como fin de su vida terrena, como la ruina de la existencia corporal, como una ruptura de las relaciones que le unen con los demás hombres, consigo mismo, con sus proyectos y aspiraciones. Con una fórmula sucinta, el teólogo luterano Eberhard Jüngel ha descrito la muerte como «el triunfo de la irrelacionalidad total». Algo semejante había dicho Karl Jaspers: «todos los hombres mueren solos. La soledad ante la muerte parece perfecta, para aquél que muere y para aquél que se queda. La manifestación de la convivencia está mientras hay conciencia, es decir, el dolor que viene de la separación es la última expresión de la comunicación».

24 de febrero








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