(RV).- Finalizada la multitudinaria Misa en el Centro de Estudios Superiores de Ecatepec, el Papa Francisco regresó a Ciudad de México para una de las importantes citas de este viaje apostólico: la visita al hospital pediátrico «Federico Gómez», que cada día ofrece asistencia a cerca de ochocientos niños.
Después de repartir caricias y ternura a los pequeños, y de agradecer a Dios por la oportunidad de poder visitarlos, en su breve discurso el Papa les recordó un “pedacito del Evangelio”, aquel que relata la presentación de Jesús en el Templo, y explicó la figura del anciano Simeón, que, cuando ve al niño, lo toma en brazos y comienza a bendecir a Dios. “Simeón es el «abuelo» - dijo - que nos enseña esas dos actitudes fundamentales: la de agradecer y a su vez bendecir”. De ahí pues, el agradecimiento a los pequeños por el cariño dispensado, como a las personas que los cuidan y trabajan por su recuperación, y la bendición del Pontífice, tal como lo hiciera el anciano Simeón al ver al niño Jesús.
El hospital pediátrico «Federico Gómez», es uno de los centros para el cuidado de la infancia a la vanguardia del país, y además de la asistencia médica es un importante centro de investigación y enseñanza sobre las patologías infantiles.
Después del encuentro con los niños y el breve discurso, el Santo Padre fue acompañado a la Unidad de Hematología-Oncología (ludoteca y el departamento de quimioterapia) y posteriormente, visitó en forma privada a los niños internados en el segundo piso.
Uno, de los muchos momentos conmovedores que pudimos ver, se vivió cuando una de las niñas allí internadas cantó ante el Papa Francisco y todos los presentes el Ave María.
(GM – RV)
Texto y audio completo de las palabras del Papa Francisco:
Señora Primera Dama.
Señora Secretaria de Salud
Señor Director.
Miembros del Patronato.
Familias aquí presentes
Amigas y amigos. Queridos niños
Buenas tardes.
Agradezco a Dios la oportunidad que me regala de poder venir a visitarlos, de reunirme con ustedes y sus familias en este Hospital. Poder compartir un ratito de sus vidas, la de todas las personas que trabajan como médicos, enfermeras, miembros del personal y voluntarios que los atienden, tanta gente que está trabajando para ustedes.
Hay un pedacito en el Evangelio que nos cuenta la vida de Jesús cuando era niño. Era bien chiquito, como algunos de ustedes. Un día los papás, José y María, lo llevaron al Templo para presentárselo a Dios. Y ahí se encuentran con un anciano que se llamaba Simeón, el cual cuando lo ve, muy decidido el viejito y con mucha alegría y gratitud, lo toma en brazos y comienza a bendecir a Dios. Ver al niño Jesús provocó en él dos cosas: un sentimiento de agradecimiento y las ganas de bendecir. O sea, dar gracias a Dios y le vinieron ganas de bendecir, al viejo.
Simeón es el «abuelo» que nos enseña esas dos actitudes fundamentales de la vida: agradecer y a su vez bendecir.
Acá yo los bendigo a ustedes, los médicos los bendicen a ustedes, cada vez que los curan las enfermeras, todo el personal, todos los que trabajan los bendicen a ustedes, los chicos, pero ustedes también tienen que aprender a bendecirlos a ellos y a pedirle a Jesús que los cuide porque ellos los cuidan a ustedes. Yo aquí (y no sólo por la edad) me siento muy cercano a estas dos enseñanzas de Simeón. Por un lado, al cruzar esa puerta y ver sus ojos, sus sonrisas - algunos pillos-, sus rostros, me generó ganas de dar gracias. Gracias por el cariño que tienen en recibirme; gracias por ver el cariño con que se los cuida aquí, con el cariño con que se los acompaña. Gracias por el esfuerzo de tantos que están haciendo lo mejor para que puedan recuperarse rápido.
Es tan importante sentirse cuidados y acompañados, sentirse queridos y saber que están buscando la mejor manera de cuidarnos, por todas esas personas digo: «¡Gracias!». «¡Gracias!».
Y, a su vez, quiero bendecirlos. Quiero pedirle a Dios que los bendiga, los acompañe a ustedes y a sus familias, a todas las personas que trabajan en esta casa y buscan que esas sonrisas sigan creciendo cada día. A todas las personas que no sólo con medicamentos sino con «la cariñoterapia» ayudan a que este tiempo sea vivido con mayor alegría. ¡Tan importante «la cariñoterapia»! ¡Tan importante! A veces una caricia ayuda tanto a recuperarse.
¿Conocen al indio Juan Diego, ustedes, o no? (Responden: Si) A ver, levante la mano quien lo conoce. Dos Cuando el tío de Juanito, Juan Diego, estaba enfermo, él estaba muy preocupado y angustiado. En ese momento, se aparece la Virgencita de Guadalupe y le dice: «No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».
Tenemos a nuestra Madre, pidámosle para que ella nos regale a su Hijo Jesús. Y ahora, a los chicos les voy a pedir una cosa, cerremos los ojos, cerremos los ojos y pidamos lo que nuestro corazón hoy quiera, un ratito de silencio con los ojos cerrados y adentro pidiendo lo que queremos. Y ahora juntos digamos a nuestra Madre
Dios te salve Maria…
Que el Señor y la Virgen de Guadalupe los acompañe siempre. Muchas gracias. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. No se olviden, que Dios los bendiga.
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