2015-11-11 12:25:00

La convivialidad generada por la familia y ensanchada en la Eucaristía puede construir puentes de acogida y caridad


(RV).- “En un tiempo marcado por cerrazones y muros, la convivialidad generada por la familia y ensanchada en la Eucaristía puede construir puentes de acogida y caridad”. Es el concepto desarrollado por el Papa Francisco en el miércoles 11 de noviembre centrando su catequesis en la “actitud de compartir con alegría los bienes de la vida”, característica de la vida familiar que se aprende desde los “primeros años de vida”.

“La bellísima virtud de la convivialidad nos enseña a compartir, con alegría, los bienes de la vida, cuyo símbolo más evidente es la familia reunida entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino también los afectos, los acontecimientos alegres y tristes” dijo el Sucesor de Pedro. Una virtud que es experiencia fundamental en la vida de cada persona y “un termómetro seguro” para medir la salud de las relaciones familiares. “Una familia que no come unida o que mientras come no dialoga, mira la televisión, o cada uno está con su telefonito o con su pequeño aparato, es una familia ‘poco familiar’. ¡Yo diría que es una familia ‘automática’!”

Hablando de la especial vocación a la convivialidad de los cristianos, el Papa señaló que Jesús “no desdeñaba comer con sus amigos” y que “representaba el Reino de Dios como un banquete alegre”. Fue precisamente en el contexto de una cena donde el Señor entregó a los discípulos su testamento espiritual e instituyó la Eucaristía, en cuya celebración, la familia, “se abre a la gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras, según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre por la salvación de todos”. Participando en la Eucaristía la familia “se purifica de la tentación de cerrarse en sí misma”, y así, la Eucaristía de una Iglesia de familias se vuelve una “escuela de inclusión humana”. “No hay pequeños, huérfanos, débiles, indefensos, heridos y desilusionados, desesperados y abandonados que la convivialidad eucarística de las familias no pueda nutrir, proteger y recibir”.

Apelando a la memoria de las virtudes familiares, el pontífice recordó los milagros que pueden suceder cuando una madre ensancha su atención hacia los hijos de los demás,  y por lo tanto, reiteró la necesidad de recuperar la convivialidad: “Sabemos bien la fuerza que adquiere un pueblo cuyos padres están listos para moverse para proteger a los hijos de todos, porque consideran a los hijos un bien indivisible, a los que están felices y orgullosos de proteger”.

Asimismo llamó la atención sobre la vergüenza de la exclusión insensata que se genera en los países ricos en los cuales se induce primero a gastar por una nutrición excesiva, y luego, para remediar el exceso. “Un negocio insensato que distrae la atención del hambre verdadera, del cuerpo y del alma, mientras tantos hermanos y hermanas nuestros quedan afuera de la mesa”.

En sus saludos finales, el Papa invitó a rezar para que cada familia “participando en la Eucaristía”, se abra al amor de Dios y del prójimo especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. “Que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir”.

(GM – RV)








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