REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
(Radio Vaticana) Dios es amor y el poder de Dios es el servicio por amor. Por eso, Jesús de Nazaret es aquel que dejó la felicidad de Dios para abrazarnos. El Hijo de Dios salió de lo más cómodo, seguro, tranquilo, placentero; del seno del Padre Dios y se hizo hombre en el vientre de María de Nazaret. Salió y descendió a lo más bajo de la miseria humana, con la herida supurante y necrosada del hombre. En su propia carne Jesús tiene todavía las marcas, porque asumió las consecuencias fatales y sufrimientos de tu error y el mío; entró en las ataduras y cadenas con las que el mal somete de cuerpos y almas; se puso en nuestro lugar; cargó sobre sí el dolor ajeno; soportó injurias, calumnias, tortura y el asesinato ignominioso de los crucificados por vos y por mí. Vivió en carne propia y como nadie la soledad más cruenta cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, porque me abandonaste”.
Y, aunque tuvo que rebajarse hasta lo más despreciable y repugnante, fue para salir a nuestro encuentro; para acercarse, mirarnos a los ojos, abrazarnos; para lavarnos los pies -como en la última cena; para purificarnos en cuerpo y alma con la sangre de su Corazón encendido y ardiente de amor por vos y por mí, como servicio de amor que cura del mal y llena con la fuerza de la Vida de Dios.
Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, lo hizo realmente. Por eso el Padre Dios le concedió el gozo y alegría de resurgir de entre los muertos como hombre-Dios vencedor. Viviendo definitiva y plenamente la Vida de Dios, Jesús con su corazón abierto es Puerta de la alegría del evangelio; es la puerta por la que fluye hasta mí y hasta vos; hasta el Pueblo entero liberado el amor misricordioso sanador y tonificante. Esta Vida plena de Dios amor, que cura del mal y vivifica con los sacramentos, por el ministerio apostólico en la Iglesia.
Jesús, quiero salir de mi mismo para encontrarte en mis hermanos en el abrazo de la cruz, para lavarme ahí, beber y nutrirme con el agua y la sangre de tu Corazón; para vivir con la comunidad la vida verdadera y plena de Dios.
De la segunda carta de san Pablo a los Filipenses, capítulo 2, 1-11
Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor… les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. ... Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás.Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres.Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor».
COMPLETO CON TEXTO BIBLICO
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