2015-02-07 13:33:00

'Testigos de la fe', con el Padre Guillermo Buzzo


(RV).- Álvaro es un adulto joven. Seguramente ya cumplió los 40. Se casó muy joven con María Angélica. Bueno, eso de “muy joven” es lo que decían los demás. En realidad, la poca o demasiada edad no siempre dicen mucho. Lo cierto es que ambos al momento de casarse estaban convencidos de que eso era lo que querían, y era también lo que quería Dios.

Cuando los conocí estaban ya casados. Eran una pareja feliz, y así los veía la gente. Querían además ser padres: soñaban con tener muchos hijos. Un día ella anuncia que estaba embarazada. Como es de imaginar, estalló la alegría en la familia y entre todos los amigos. Pero esa alegría se convirtió en silencio amargo cuando, próxima a nacer, la niña murió sin causas aparentes. Los brazos que se preparaban a recibir el fruto del amor, se quedaron vacíos y fueron otros los llantos que poblaron aquella casa. Dolor, frustración, preguntas, soledad… No fue fácil seguir adelante. Pero lo lograron. El amor de la familia, y la fe fueron su lámpara en la oscuridad. “Hubo personas claves que nos ayudaron a no caer” dice Álvaro. “La gente no soporta que uno quiera hablar del tema, no soporta que compartas tu dolor. En cuanto uno comienza a hablar, te cortan y te dicen que mejor es hablar de cosas alegres, del futuro, de la esperanza; que hay que ser positivos! Y no se dan cuenta que uno necesita hablar, necesita procesar ese dolor que jamás se borra, pero con el que un día aprendemos a convivir”.

Años más tarde, Álvaro vivió junto a su esposa otra experiencia similar que golpeó nuevamente a toda la familia y su entorno. “Es como que la vida nos decía: ¡basta, dejá de intentarlo! –confiesa Álvaro” Esta experiencia junto a otras tantas también muy difíciles marcaron definitivamente sus vidas. “Uno llega a hacerse muchas preguntas. Y la mayoría no tiene respuesta. Pero por sobre todo, nos mantenía firme el saber que este era nuestro camino”. Finalmente, y para regocijo de todos, recibieron una hermosa hija. “Fue para nosotros un triunfo, pero no un triunfo contra la muerte, sino contra el miedo.” Y es que arriesgarse a un nuevo fracaso requiere mucho valor, y sobre todo fe!

Ellos, que se diplomaron en esa “escuela del dolor” no se sienten, sin embargo, dignos de dar lecciones de vida a los demás. “Lo que hemos aprendido en esos momentos dolorosos no se puede transmitir como se enseñan otras cosas. Ante todo, aprendimos a respetar el dolor de los demás, y a descubrir que aún allí donde los demás ven solo muerte, allí también es posible encontrar al Señor. Pero no te lo puede mostrar otro. Uno mismo debe buscarlo. Para mí –nos dice Álvaro- la fe no es solo un sentimiento. Es entregarme con coraje en la vocación que recibí, aunque todo parezca ir en contra. Cargar la cruz como Jesús, aunque duela, termina siendo el único camino de felicidad. Y hoy somos muy felices.” Y yo agrego: se les nota.

 

Álvaro, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.








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