2015-01-03 14:42:00

Testigos de la Fe, con P. Guillermo Buzzo


(RV).- Sonia es ya bisabuela por tercera vez. No es una mujer de 100 años. Tiene apenas 50 recién cumplidos. Su aspecto, sin embargo, podría confundirnos. Ha trabajado toda su vida en oficios que tradicionalmente hacen los varones, y que han ido dañando su frágil salud. Si llegamos un día cualquiera hasta su casa, la veremos, seguramente, cortando leña con un hacha, “haciendo astillas” de un tronco grueso; astillas que luego vende, si es que el clima ayuda, para los que usan la leña para el sistema de calefacción de su casa.

A veces el verano se hace largo –dice Sonia- y mientras no hace frío la leña se amontona, nomás… pero no se vende.

Su casa es el resultado de una serie de agregados sucesivos de pequeñas habitaciones, muchas de ellas, de materiales de descarte, y todos los ambiente (salvo el pequeño baño que se encuentra fuera de la casa, a unos 30 metros de la puerta del fondo) tienen piso de tierra.

Adentro no hay luz eléctrica ni agua corriente. Cuando hay sol, ilumina el sol. Cuando es de noche el fuego, o una vela.

En ocasiones veía a Sonia rezar frente a la imagen de la Virgen que se encuentra al frente de una de las capillas que me tocaba visitar.

Un día, me saluda con mucha emoción y me dice: Llegó Ramiro! No quiere venir a almorzar hoy con nosotros? Ramiro, su esposo regresaba después de unos días de trabajo fuera de casa, habiendo cobrado un poco de dinero, y el reencuentro era siempre una fiesta.

Fui, por supuesto. El menú consistía en una gran fuente de comida, rebosante de papas, carne, arroz, y otras verduras. Los comensales éramos cerca de una docena, pero reinaba un gozoso silencio. Ellos comían, yo casi era el único que hablaba. Comían, y esa era la fiesta. Comían con tanta alegría que me llamó la atención. La fuente, que yo pensaba exagerada fue desapareciendo hasta el último grano de arroz.

Una vez terminada esa fuente apareció otra (ya sin carne) que corrió la misma suerte y una tercera (que era casi solo arroz blanco), más pequeña, de la que tampoco sobró nada.

Entonces sí surgió la palabra. Comenzó la conversación, los diálogos, las anécdotas, las noticias.

Y es que en la casa de Sonia, no siempre había tanto para comer. Cuando había, era fiesta.

Después de un rato, me levanté para retirarme, saludé a todos, y mientras me iba, Sonia me dice: Padre, hay días que llega el mediodía y acá en casa no hay nada para comer. Cuando hay nos gusta invitar. Más de una vez he tenido que cruzar hasta ahí (dijo, señalando a la imagen de la Virgen de los Dolores) para pedir ayuda. Ella es madre y me entiende. Y aunque no haya nada, llegado el momento, no me pregunte cómo, aparece algo para comer. No siempre es fiesta, vio? Pero ella (la Virgen) no nos deja faltar lo necesario.

Sonia cree en Jesús, y le confía sus dolores a la Virgen. Ella puede enseñarnos a todos lo que significa creer.

Sonia, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.








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