2014-12-15 19:13:00

Que el futuro de América Latina sea forjado por los descartados del sistema, pide Francisco a la Virgen de Guadalupe


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz, para Tu Radio

En el santuario de San Pedro en Roma y en los corazones atentos a la voz del Papa, en la celebración de la patrona de América Latina, con la música y los cantos de la Misa Criolla del argentino Ariel Ramírez, resonó la petición de Francisco a la Virgen de Guadalupe: la gracia de ser forjados por los pobres y los que sufren, por los humildes, a los cuales hoy día el sistema idolátrico de la cultura del descarte, los relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento, o simplemente de desperdicio.

Escuchamos la parte final de la homilía del Papa el 12 de diciembre:

“A su luz –la de las bienaventuranzas-, nos sentimos movidos a pedir una gracia, la gracia tan cristiana de que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, “porque de ellos es el Reino de los cielos” (cf. Mt 5,1-11). La gracia de ser forjados por ellos a los cuales hoy día el sistema idolátrico de la cultura del descarte, los relega a la categoría de esclavos, de objetos, de aprovechamiento, o simplemente de desperdicio.

Y hacemos esta petición porque América Latina es el “continente de la esperanza”!, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.

Ponemos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. El es el único Señor, el “libertador” de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la historia y fue el gran descartado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida más humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos» (Ap 21,1). Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina, a la Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó San Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con que se dirigen a Ella en la piedad popular– le suplicamos, que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, y especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, en los que sufren y en los humildes de corazón. Y si este programa tan audaz nos asusta o la pusilanimidad mundana nos amenaza, que ella nos vuelva a hablar al corazón y nos haga sentir su voz de Madre, de Madrecita, de Madraza. ¿Por qué tienes miedo, acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”

 








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