2014-12-12 14:28:00

Testigos de la Fe, con el P. Guillermo Buzzo


Serena tiene más de 50 años. Ese es el dato que está dispuesta a reconocer! Es médico, y una gran profesional en su trabajo. Vive en uno de esos países que fueron tradicionalmente muy católicos, pero que fueron perdiendo la fuerza inicial, descansados tal vez en la comodidad de pensar que la tarea ya está cumplida. Así fue que Serena conoció una Iglesia desinflada, “anémica” (como le gusta decir aplicando los conceptos de su profesión). “Se podría decir que yo fui siempre una atea, no por convicción, sino a falta de algo mejor. No era una enemiga de la religión, pero sentía que ese discurso no me decía nada. Yo quería ser una persona buena, y no veía la necesidad de creer en Dios para amar al prójimo”.

Serena siempre tuvo inquietudes e ideales humanitarios. Allí radica el porqué de su elección profesional. Algunos años atrás se integró a una misión humanitaria que se encaminó hacia Filipinas, un país golpeado por más de un desastre natural. Allí vio necesidades de todo tipo y tuvo que trabajar sin las condiciones a las que estaba acostumbrada. Los meses que estuvo allí, trabajando voluntariamente aprendió algo del idioma de aquella gente, y aprendió también a conocer y valorar su idiosincracia. El desastre había golpeado a un pueblo pobre, y lo había dejado más pobre todavía. “Ellos no tenían nada -nos dice- y no es una forma de decir, sino algo real: Nada. Lo poco que tenían se lo llevó el mar o se lo tragó la tierra”. Mirándolos, Serena sentía una gran compasión por su dolor, y tristeza ante los relatos de lo que habían sufrido. “Junto con esto -dice- esa gente me fue mostrando algo que me costó reconocer. Yo era el médico, y ellos los pacientes, pero en un momento, los papeles se alteraron. Un día conversando con una de las madres que acudían a la consulta sentí que era ella la que me estaba consolando, la que estaba curando mis heridas. Era ella la que sentía compasión por mí, por el vacío que a pesar de todo lo que hacía, llevaba en el corazón. Repito, yo estaba en un país del tercer mundo en términos económicos, pero que en cuestiones de fe eran y son el primer mundo. Allí, en ese contexto, encontré a Jesús. Allí nací a la fe.

Al regresar a mi país, busqué profundizar esa experiencia con otros cristianos, pero no fue fácil. No encontré muchas puertas abiertas. Algunos cristianos en otros países sufren a causa de la persecución religiosa que les impide manifestar su fe fuera de la Iglesia. Yo sufría porque en mi país a veces es difícil manifestarla dentro de la Iglesia, a causa del secularismo que nos ha secado el corazón.

El Señor me ha guiado y he encontrado un lugar dentro de la Iglesia donde poder crecer y donde alimentar mi fe en comunidad. Aprendí que no tenía que esperar de brazos cruzados que la Iglesia cumpliera mis expectativas, sino que debía ser protagonista dentro de esta familia, que como toda familia se sostiene con el compromiso de cada uno de sus miembros. 

Serena, alguien como yo, alguien como tú. Alguien que se animó a decirle sí a Jesús.








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