2014-11-17 17:16:00

Ángelus: No sepultar la Palabra del Evangelio, sino hacerla circular


Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás.

Este domingo al mediodía, antes del rezo a la Madre de Dios, el Santo Padre reflexionó sobre la parábola de los talentos:

“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25,14-30). Narra de un hombre que, antes de partir para un viaje, convoca a sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres servidores deben hacer fructificar este patrimonio. El primer y el segundo servidor duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor, los primeros dos reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.

El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a Jesús, los servidores somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el Patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, tantas cosas, sus más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. No solamente para custodiar, sino para multiplicar. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una resaltante cualidad individual – por ejemplo un talento en la música, en el deporte, etcétera –,  en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el  temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesus no nos pide esto, sino que quiere que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así se multiplican. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y  úsalos abundantemente”. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien formularnos. Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.

Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer los muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación… Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto con nuestro testimonio”.








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