El amor por Dios y por el prójimo son inseparables y complementarios: dos caras de
una misma medalla. El Papa en el Ángelus
(RV).- (Actualizado) Este mediodía ante una Plaza de San Pedro repleta de fieles
y peregrinos -más de 80 mil- el Obispo de Roma indicó que el Evangelio de hoy nos
recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. La
señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo el amor de
Dios es el amor por los hermanos, reflexionó Francisco. “El mandamiento del amor a
Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos.
Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual
debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.” “Jesús,
puntualizó el Papa, no nos entrega dos fórmulas o dos preceptos, sino dos rostros,
es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el
rostro de cada hermano, especialmente el mas pequeño, frágil e indefenso, está presente
la imagen misma de Dios.”
(RC-RV)
Palabras del Santo Padre antes
del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!
El
Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios
y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de
acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le
dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»(v.
36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande
y el primer mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús
agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Este
segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico.
Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos – el amor por Dios
y el amor por el prójimo – revelando que son inseparables y complementarios, son las
dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se
puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo
comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).
En
efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar el amor de
Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el amor por los hermanos. El mandamiento
del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los
mandamientos. Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón
desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.
Ya
en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo,
comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero,
el huérfano, la viuda (cfr Es 22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza,
Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio
de amor.
A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida
de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, de
piedad, del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos.
No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la
escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas. Acuérdense
de esto: el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto amas? Cada uno se responda ¿Cómo
es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.
En medio de la
densa selva de preceptos y prescripciones – de los legalismos de ayer y de hoy – Jesús
abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano.
No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega
dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros,
porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil, indefenso
y necesitado está presente la imagen misma de Dios. Y deberiamos preguntarnos, cuando
encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro
de Cristo: ¿somos capaces de esto?
De esta forma Jesús ofrece a cada hombre
el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él
nos dona el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con
corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para
acoger este don de amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que
son un solo rostro: la ley del amor.
(Traducción del italiano, Raúl Cabrera
- Radio Vaticano)
Saludos del Santo Padre después de la Oración Mariana:
Queridos
hermanos y hermanas,
Ayer, en São Paulo en Brasil, ha sido proclamada Beata
la Madre Assunta Marchetti, nacida en Italia, co-fundadora de las Hermanas Misioneras
de San Carlos Borromeo – Scalabrinianas. Era una hermana ejemplar en el servicio a
los huérfanos de los emigrantes italianos; ella veía a Jesús presente en los pobres,
en los huérfanos, en los enfermos, en los emigrantes. Demos gracias al Señor por esta
mujer, modelo de incansable trabajo misionero y de valerosa dedición en el servicio
a la caridad. Este es un llamado, sobre todo la confirmación de lo que hemos dicho
antes, acerca de buscar el rostro de Dios en el hermano y la hermana necesitados.
Saludo
con afecto a todos los peregrinos provenientes de Italia y de los diferentes Países,
iniciando por los devotos de la Virgen del Mar, de Bova Marina, en Reggio Calabria.
Recibo con alegría a los fieles de Lugana en Sirmione, Usini, Portobuffolê, Arteselle,
Latina e Guidonia; como también a aquellos de Losanna en Suiza, Marsella en Francia.
Dirijo un saludo especial a la comunidad peruana de Roma, aquí presente con la sagrada
Imagen, que veo del Señor de los Milagros. También saludo a los peregrinos
de Schoenstatt, estoy viendo desde aquí la imagen de la Madre.
Les agradezco
a todos y los saludo con afecto.
Por favor, no se olviden de rezar por mí.
Les deseo buen domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!