Pablo VI: María Madre de Dios, de la Iglesia y de la familia
(RV).- (con audio) El Papa Montini puso
de relieve «la sensibilidad y comprensión de la Virgen ante las dificultades humanas
y la voluntad de Jesús de escuchar la súplica de María». «¡Sigámosla. Es el cauce
por donde Jesús llegó y que nos atrae y lleva hasta Dios!». No se puede dejar de
recordar que el gran amor a Cristo llevó a Pablo VI a una tierna devoción a la Madre
de Cristo y Madre nuestra, la Virgen María... «Que la Virgen a la que Pablo VI amó
tiernamente y proclamó ‘Madre de la Iglesia’, interceda para que la luz de las enseñanzas
y del testimonio de Pablo VI siga iluminando el camino de la Iglesia y de la sociedad»,
rogó el Card. Re, en el 30 aniversario de la muerte del Papa Montini (Homilía, 6 de
agosto de 2008)
Entre las numerosas muestras de su profunda devoción mariana,
podemos recordar que en su primer Mensaje para Jornada Mundial de la Paz - que fechó
el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de 1967 - el Papa Montini
anunciando la institución de este día, para cada primer día del año civil y llamando
a todos los amigos de la paz, sin distinción de pertenencia religiosa, escribe: «La
Iglesia Católica, con intención de servicio y de ejemplo, quiere simplemente «lanzar
la idea», con la esperanza que alcance no sólo el más amplio asentimiento del mundo
civil, sino que tal idea encuentre en todas partes múltiples promotores, hábiles y
capaces de expresar en la «Jornada de la Paz», a celebrarse al principio de cada nuevo
año, aquel sincero y fuerte carácter de humanidad consciente y redimida de sus tristes
y funestos conflictos bélicos, que sepa dar a la historia del mundo un desarrollo
ordenado y civil más feliz».
En ese también histórico primer Mensaje para la
primera Jornada de la Paz, Pablo VI pone de relieve «la necesidad de defender la paz
frente a los peligros que siempre la amenazan: el peligro de supervivencia de los
egoísmos en las relaciones entre las naciones; el peligro de las violencias a que
algunos pueblos pueden dejarse arrastrar por la desesperación, al no ver reconocido
y respetado su derecho a la vida y a la dignidad humana; el peligro, hoy tremendamente
acrecentado, del recurso a los terribles armamentos exterminadores de los que algunas
Potencias disponen, empleando en ello enormes medios financieros, cuyo dispendio es
motivo de penosa reflexión ante las graves necesidades que afligen el desarrollo de
tantos otros pueblos; el peligro de creer que las controversias internacionales no
se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas
en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas
y mortíferas».
Pablo VI destacó su entrañable devoción a la Virgen en su
discurso a las nuevas familias cristianas, en Bogotá, (24 de agosto de 1968), en el
marco de su Viaje Apostólico. Ella «asunta a los Cielos... con su múltiple intercesión
continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» y «precede en la tierra con
su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo
hasta que llegue el día del Señor»:
Amadísimos:
Gracias por vuestro
ferviente homenaje. Lo aceptamos para ofrecerlo, en este sábado marianamente consagrado,
a la que es «Madre de Dios Hijo y, por eso, Hija Predilecta del Padre y Sagrario del
Espíritu Santo» (Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, n.
53).
En estos días, cuando la Iglesia converge a Bogotá para adorar el fruto
de las entrañas de la Virgen María, que real y substancialmente se contiene, se ofrece
y se da en alimento bajo las especies sacramentales, queremos también honrar a esa
criatura, singular y santísima, que con íntimo gozo proclamamos Madre de la Iglesia;
e invitaros a mantener e intensificar vuestra devoción hacia Ella, en conformidad
con las nítidas orientaciones del Concilio que quiso colocarla come en el vértice
de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.
Es Ella modelo de tantas virtudes
necesarias para superar cristianamente los peligros de la vida. Es modelo de oración
humilde, de fe en la Providencia, de sacrificio constante, de obediencia sumisa, de
caridad ardiente: actitudes que deben imitarse para garantizar una existencia, individual
y familiar, serena y feliz.
Que su figura luminosa siga proyectando — como
lo hace desde sus Santuarios de Chinquinquirá y de Las Lajas— destellos de confianza
y de amor en todos, sobremanera en vosotros, unidos hoy con el sacramento del matrimonio
a los que va Nuestra enhorabuena con los mejores votos de creciente prosperidad.
¿Recordáis
aquella página evangélica, cuando el Señor obra en Caná en un banquete de bodas, su
primer milagro a instancias de su Madre? Esa narración refleja la sensibilidad y comprensión
de la Virgen ante las dificultades humanas y la voluntad de Jesús de escuchar la súplica
de María. Pues bien, Ella «asunta a los Cielos, no ha dejado esta misión salvadora,
sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación
eterna» (Ib. n. 62) y «precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios,
como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor» (Ib.
n. 68).
Sigámosla. Es el cauce por donde Jesús llegó y que nos atrae y lleva
hasta Dios. Que en este caminar os aliente y acompañe Nuestra Bendición Apostólica».