2014-10-18 11:54:00

Pablo VI: María Madre de Dios, de la Iglesia y de la familia


(RV).- El Papa Montini puso de relieve «la sensibilidad y comprensión de la Virgen ante las dificultades humanas y la voluntad de Jesús de escuchar la súplica de María». «¡Sigámosla. Es el cauce por donde Jesús llegó y que nos atrae y lleva hasta Dios!».  No se puede dejar de recordar que el gran amor a Cristo llevó a Pablo VI a una tierna devoción a la Madre de Cristo y Madre nuestra, la Virgen María... «Que la Virgen a la que Pablo VI amó tiernamente y proclamó ‘Madre de la Iglesia’, interceda para que la luz de las enseñanzas y del testimonio de Pablo VI siga iluminando el camino de la Iglesia y de la sociedad», rogó el Card. Re, en el 30 aniversario de la muerte del Papa Montini (Homilía, 6 de agosto de 2008)

Entre las numerosas muestras de su profunda devoción mariana, podemos recordar que en su primer Mensaje para Jornada Mundial de la Paz - que fechó el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de 1967 - el Papa Montini anunciando la institución de este día, para cada primer  día del año civil y llamando a todos los amigos de la paz, sin distinción de pertenencia religiosa, escribe: «La Iglesia Católica, con intención de servicio y de ejemplo, quiere simplemente «lanzar la idea», con la esperanza que alcance no sólo el más amplio asentimiento del mundo civil, sino que tal idea encuentre en todas partes múltiples promotores, hábiles y capaces de expresar en la «Jornada de la Paz», a celebrarse al principio de cada nuevo año, aquel sincero y fuerte carácter de humanidad consciente y redimida de sus tristes y funestos conflictos bélicos, que sepa dar a la historia del mundo un desarrollo ordenado y civil más feliz».

En ese también histórico primer Mensaje para la primera Jornada de la Paz, Pablo VI pone de relieve «la necesidad de defender la paz frente a los peligros que siempre la amenazan: el peligro de supervivencia de los egoísmos en las relaciones entre las naciones; el peligro de las violencias a que algunos pueblos pueden dejarse arrastrar por la desesperación, al no ver reconocido y respetado su derecho a la vida y a la dignidad humana; el peligro, hoy tremendamente acrecentado, del recurso a los terribles armamentos exterminadores de los que algunas Potencias disponen, empleando en ello enormes medios financieros, cuyo dispendio es motivo de penosa reflexión ante las graves necesidades que afligen el desarrollo de tantos otros pueblos; el peligro de creer que las controversias internacionales no se pueden resolver por los caminos de la razón, es decir de las negociaciones fundadas en el derecho, la justicia, la equidad, sino sólo por los de las fuerzas espantosas y mortíferas».

Pablo VI destacó su entrañable devoción a la Virgen en su discurso a las nuevas familias cristianas, en Bogotá, (24 de agosto de 1968), en el marco de su Viaje Apostólico. Ella «asunta a los Cielos... con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» y «precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor»:

Amadísimos:

Gracias por vuestro ferviente homenaje. Lo aceptamos para ofrecerlo, en este sábado marianamente consagrado, a la que es «Madre de Dios Hijo y, por eso, Hija Predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo» (Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, n. 53).

En estos días, cuando la Iglesia converge a Bogotá para adorar el fruto de las entrañas de la Virgen María, que real y substancialmente se contiene, se ofrece y se da en alimento bajo las especies sacramentales, queremos también honrar a esa criatura, singular y santísima, que con íntimo gozo proclamamos Madre de la Iglesia; e invitaros a mantener e intensificar vuestra devoción hacia Ella, en conformidad con las nítidas orientaciones del Concilio que quiso colocarla come en el vértice de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.

Es Ella modelo de tantas virtudes necesarias para superar cristianamente los peligros de la vida. Es modelo de oración humilde, de fe en la Providencia, de sacrificio constante, de obediencia sumisa, de caridad ardiente: actitudes que deben imitarse para garantizar una existencia, individual y familiar, serena y feliz.

Que su figura luminosa siga proyectando — como lo hace desde sus Santuarios de Chinquinquirá y de Las Lajas— destellos de confianza y de amor en todos, sobremanera en vosotros, unidos hoy con el sacramento del matrimonio a los que va Nuestra enhorabuena con los mejores votos de creciente prosperidad.

¿Recordáis aquella página evangélica, cuando el Señor obra en Caná en un banquete de bodas, su primer milagro a instancias de su Madre? Esa narración refleja la sensibilidad y comprensión de la Virgen ante las dificultades humanas y la voluntad de Jesús de escuchar la súplica de María.

Pues bien, Ella «asunta a los Cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» (Ib. n. 62) y «precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor» (Ib. n. 68).

Sigámosla. Es el cauce por donde Jesús llegó y que nos atrae y lleva hasta Dios. Que en este caminar os aliente y acompañe Nuestra Bendición Apostólica».

(CdM – RV)








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