Sean hombres capaces de cultivar los campos de Dios, el Papa a los nuevos obispos
(RV).- El Papa recibió la mañana del jueves a los obispos nombrados durante el año,
que participan en el congreso promovido por la Congregación para los Obispos y por
la Congregación para las Iglesias Orientales. Francisco manifestó su alegría al encontrarlos
diciendo: ''Son el fruto del trabajo duro y la incansable oración de la Iglesia que
cuando tiene que elegir a sus pastores recuerda aquella noche que el Señor pasó en
el monte, en presencia de su Padre, antes de llamar a aquellos que quería que estuvieran
con él y que fueran enviados al mundo''.
El Papa pidió a los obispos, ahora
que han superado los primeros miedos y las emociones de la consagración, que no den
'nunca por sentado el ministerio del que han sido investidos, no dejen de asombrarse
ante el diseño de Dios ni el temor de caminar en conciencia hacia su presencia y hacia
la presencia de la Iglesia que es ante todo suya''. También les recordó ''el vínculo
inquebrantable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento del rebaño''.
''Cuando el pastor falta o no se le encuentra, están en juego el cuidado pastoral
y la salvación de las almas. De hecho, en los pastores que Cristo da a la Iglesia,
Él mismo ama a su Esposa y da su vida por ella''.
El Obispo de Roma mencionó
que ''no necesitamos obispos felices en la superficie; hay que cavar hondo para rastrear
lo que el Espíritu sigue inspirando a su Esposa. No son obispos con fecha de caducidad,
que tienen que cambiar siempre de dirección, como medicamentos que pierden la capacidad
de curar, o como esos alimentos insípidos que acabarán en la basura porque han perdido
sabor. Es importante no bloquear la fuerza salvífica que fluye desde la intimidad
del don que han recibido: los defiende de la tentación de ir y venir sin un objetivo,
porque ''no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va''. Nosotros hemos aprendido
dónde vamos: siempre vamos hacia Jesús''. ''Que en su mirada -añadió- el rebaño encuentre
siempre la llama del Resucitado''. ''Por favor -continuó- no se dejen engañar por
la tentación de cambiar a la gente. Amen a las personas que Dios les ha dado, aun
cuando hayan cometido ''grandes pecados'', sin cansarse de ''acudir al Señor'' para
obtener el perdón y un nuevo comienzo, aún a costa de ver eliminadas tantas falsas
imágenes suyas del rostro divino o fantasías que han alimentado de cómo despertar
su comunión con Dios''. ''Acojan a todos, sin discriminación, ofreciendo la firmeza
de la autoridad que hace crecer y la dulzura de la paternidad que genera. Y no caigan
en la tentación de sacrificar su libertad rodeándose de cortes, facciones o coros
de consenso, ya que en los labios del obispo, la Iglesia y el mundo tienen el derecho
de encontrar siempre el Evangelio que nos hace libres''.
Imitar la paciencia
de Moisés para guiar a la gente, Fue la recomendación final del Santo Padre, porque
''nada es más importante que acercar a las personas a Dios'' empezando con los jóvenes
y los ancianos ''porque los primeros son nuestras alas - constató-, y los segundos
nuestras raíces. Alas y raíces sin las cuales non sabemos quiénes somos y mucho menos
hacia dónde vamos''. Antes de concluir Francisco los definió como ''centinelas", capaces
de despertar sus Iglesias... "hombres capaces de cultivar y de hacer madurar los campos
de Dios y pastores en grado de recomponer la unidad". "No pierdan energías para oponerse
y enfrentarse, sino para construir y amar", pidió, deseándoles "fecundidad, paciencia,
humildad y mucha oración". (RC-RV)
TEXTO COMPLETO DEL DISCURSO
DEL PAPA A LOS NUEVOS OBISPOS
Queridos Hermanos,
estoy contento
de encontrarlos ahora personalmente, porque en verdad debo decir que de alguna manera
los conocía ya. Hace no mucho tiempo me han sido presentados por la Congregación para
los Obispos o por aquella para las Iglesias Orientales. Son el fruto de un trabajo
asiduo y de la incansable oración de la Iglesia que, cuando debe elegir a sus Pastores,
quiere actualizar aquella entera noche pasada por el Señor sobre el monte, en presencia
de su Padre, antes de llamar a aquellos que ha querido para que estén con Él y para
ser enviados al mundo.
Por lo tanto agradezco en las personas de los Señores
Cardenales Ouellet y Sandri a todos aquellos que han contribuido a preparar su elección
como Obispos y se han prodigado en organizar estas jornadas de encuentro, seguramente
fecundas, en las que se saborea la alegría de ser Obispos no aislados sino en comunión,
de sentir la corresponsabilidad del ministerio episcopal y la solicitud por la entera
Iglesia de Dios.
Conozco sus hojas de vida y nutro grandes esperanzas en sus
potencialidades. Ahora puedo finalmente asociar la primera impresión obtenida con
los papeles a los rostros, y después de haber oído hablar de ustedes, puedo escuchar
personalmente el corazón de cada uno y fijar la mirada sobre cada uno para percibir
las tantas esperanzas pastorales que Cristo y su Iglesia vuelven a proponer en ustedes.
Es hermoso ver reflejado en el rostro el misterio de cada uno y poder leer cuánto
Cristo allí ha escrito. Es consolador poder constatar que Dios no hace faltar a su
Esposa los Pastores según su corazón.
Queridos Hermanos, nuestro encuentro
se desarrolla al inicio de su camino episcopal. Ya ha pasado el estupor suscitado
por su elección; han sido superados los primeros miedos, cuando sus nombres han sido
pronunciados por el Señor; también las emociones vividas en la consagración se van
ahora depositando gradualmente en la memoria y el peso de la responsabilidad se adapta,
de alguna manera, a sus frágiles hombros. El aceite del Espíritu versado sobre sus
cabezas perfuma aún y al mismo tiempo va descendiendo sobre el cuerpo de las Iglesias
confiadas a ustedes por el Señor. Han ya experimentado que el Evangelio abierto sobre
sus cabezas se ha convertido en casa donde se puede vivir con el Verbo de Dios; y
el anillo en su mano derecha, que a veces aprieta mucho o a veces corre el peligro
de resbalar, posee la fuerza de solidificar sus vidas a Cristo y a su Esposa.
Al
encontrarlos por primera vez, les pido principalmente jamás dar por descontado el
misterio que los ha investido, no perder el asombro ante el diseño de Dios, ni el
miedo de caminar conscientemente en su presencia y en presencia de la Iglesia que
antes que nada es suya. En alguna parte de sí mismo es necesario conservar protegido
este don recibido, evitando que se desgaste, impidiendo que haya sido en vano.
Ahora
permítanme hablarles con sencillez sobre algunos temas que me son muy queridos. Siento
el deber de recordar a los Pastores de la Iglesia el inseparable lazo entre la presencia
estable del Obispo y el crecimiento del rebaño. Toda reforma auténtica de la Iglesia
de Cristo comienza en presencia, de aquella de Cristo que no falta jamás, pero también
de aquella del Pastor que sostiene en nombre de Cristo. Y esta no es una pía recomendación.
Cuando el Pastor está ausente o no es localizable, están en juego la cura pastoral
y la salvación de las almas (Decreto De reformatione del Concilio de Trento IX). Esto
decía el Concilio de Trento, con mucha razón.
De hecho, en los Pastores que
Cristo dona a la Iglesia, Él mismo ama a su Esposa y da su vida por ella (cfr Ef 5,25-27).
El amor vuelve similares a aquellos que lo comparten, por eso todo lo que es bello
en la Iglesia viene de Cristo, pero es también verdad que la humanidad glorificada
por el Esposo no ha despreciado nuestros rasgos. Dicen que después de años de intensa
comunión de vida y de fidelidad, también en las parejas humanas las huellas de la
fisionomía de los esposos gradualmente se comunican recíprocamente y ambos terminan
por parecerse.
Ustedes están ligados por un anillo de fidelidad a la Iglesia
que les ha sido confiada o que están llamados a servir. El amor por la Esposa de Cristo
les consiente gradualmente imprimir huella de ustedes en su rostro y al mismo tiempo
llevar en ustedes los rasgos de su fisionomía. Por ello sirve la intimidad, la asiduidad,
la constancia, la paciencia.
No necesitamos obispos felices en la superficie;
hay que cavar hondo para rastrear lo que el Espíritu sigue inspirando a su Esposa.
No son obispos con fecha de caducidad, que tienen que cambiar siempre de dirección,
como medicamentos que pierden la capacidad de curar, o como esos alimentos insípidos
que acabarán en la basura porque han perdido sabor. (cfr Mt 5,13). Es importante no
bloquear la fuerza sanadora que brota del íntimo del don que han recibido, y esto
los defiende de la tentación de ir y venir sin meta, porque “ningún viento es favorable
a quien no sabe a dónde va”. Y nosotros hemos aprendido a dónde vamos: vamos siempre
a Jesús. Estamos en búsqueda de saber «dónde vive», porque no se agota jamás su respuesta
dada a los primeros: «Vengan y verán» (Jn 1,38-39).
Para vivir en plenitud
en sus Iglesias es necesario vivir siempre en Él y de Él no escapar: vivir en su Palabra,
en su Eucaristía, en las «cosas de su Padre» (cfr Lc 2,49), y sobre todo en su cruz.
¡No detenerse de pasada, sino quedarse largamente! Así como permanece inextinguiblemente
encendida la lámpara del Tabernáculo de sus majestosas Catedrales o humildes Capillas,
así que su mirada al Rebaño no deje de encontrar la llama del Resucitado. Por lo tanto,
no Obispos apagados o pesimistas, que, apoyados sólo sobre sí mismos y por lo tanto
entregados a la oscuridad del mundo o resignados a la aparente derrota del bien, ya
gritan en vano que el fortín ha sido asaltado. Su vocación no es la de ser guardianes
de una masa fracasada, sino custodios de la Evangelii gaudium, y por lo tanto no pueden
estar privados de la única riqueza que verdaderamente tenemos para donar y que el
mundo no puede dar a sí mismo: la alegría del amor de Dios.
Les pido además
no dejarse engañar por la tentación de cambiar a la gente. Amen a las personas que
Dios les ha dado, aún cuando hayan cometido ''grandes pecados'', sin cansarse de ''acudir
al Señor'' para obtener el perdón y un nuevo comienzo, aún a costa de ver eliminadas
tantas falsas imágenes suyas del rostro divino o fantasías que han alimentado de cómo
despertar su comunión con Dios'' (cfr Es 32,30-31). Aprendan el poder humilde pero
irresistible de la sustitución vicaria, que es la única raíz de la redención.
También
la misión, vuelta tan urgente, nace de aquel «ver dónde vive el Señor y quedarse con
él» (cfr Jn 1,39). Sólo quien encuentra, permanece y vive adquiere la fascinación
y la autoridad para conducir el mundo a Cristo (cfr Jn 1,40-42). Pienso en tantas
personas de conducir a Él. A sus sacerdotes, en primer lugar. Hay tantos que no buscan
más donde Él vive, o que viven en otras latitudes existenciales, algunos en los bajos
fondos. Otros, olvidándose de la paternidad episcopal o tal vez cansados de buscarla
en vano, viven ahora como si no hubiesen más padres o se ilusionan de no tener necesidad
de padres. Los exhorto a cultivar en ustedes, Padres y Pastores, un tiempo interior
en el que se pueda encontrar espacio para su sacerdotes: recibirlos, acogerlos, escucharlos,
guiarlos. Los quisiera Obispos disponibles no por la cantidad de medios de comunicación
de los que disponen, sino por el espacio interior que ofrecen para acoger a las personas
y a sus necesidades concretas, dándoles la integridad y la amplitud de la enseñanza
de la Iglesia, y no un catálogo de lamentos. Y que la acogida sea para todos sin discriminación,
ofreciendo la firmeza de la autoridad que hace crecer y la dulzura de la paternidad
que genera. Y, por favor, no caigan en la tentación de sacrificar su libertad rodeándose
de cortes, facciones o coros de consenso, porque en los labios del Obispo la Iglesia
y el mundo tienen el derecho de encontrar siempre el Evangelio que hace libres.
Luego
está el Pueblo de Dios confiado a ustedes. Cuando, en el momento de su consagración,
el nombre de su Iglesia ha sido proclamado, se reflejaba el rostro de aquellos que
Dios les estaba donando. Este Pueblo tiene necesidad de su paciencia para curarlo,
para hacerlo crecer. Sé bien cuánto se ha vuelto desierto nuestro tiempo. Sirve, entonces,
imitar la paciencia de Moisés para guiar a su gente, sin miedo de morir como exiliados,
sino agotando hasta su última energía no en ustedes mismos sino para hacer entrar
en Dios aquellos que ustedes guían. ¡Nada es más importante que introducir a Dios
en las personas! Les encomiendo sobre todo los jóvenes y los ancianos. Los primeros
porque son nuestras alas, y los segundos porque son nuestras raíces. Alas y raíces
sin las cuales no sabemos qué cosa somos y ni siquiera donde debemos ir.
Al
final de nuestro encuentro, permitan al Sucesor de Pedro que los mire profundamente
desde lo alto del Misterio que nos une de manera irrevocable. Hoy, viéndolos en sus
diversas fisionomías, que reflejan la inacabable riqueza de la Iglesia difundida en
toda la tierra, el Obispo de Roma abraza la Católica. No es necesario recordar las
singulares y dramáticas situaciones de nuestros días. Cuánto quisiera entonces que
volviese, por medio de ustedes, a resonar en toda Iglesia un mensaje de aliento. Regresando
a sus casas, en donde éstas se encuentren, lleven por favor el saludo de afecto del
Papa y aseguren a la gente que está siempre en su corazón.
Veo en ustedes
los centinelas, capaces de despertar a sus Iglesias, levantándose antes del amanecer
o en medio de la noche para volver a despertar la fe, la esperanza, la caridad; sin
dejarse adormecer o conformarse con el lamento nostálgico de un pasado fecundo pero
ya declinado. Excaven aúnen sus fuentes, con el valor de remover las incrustaciones
que han cubierto la belleza y el vigor de sus antepasados peregrinos y misioneros
que han implantado Iglesias y creado civilización.
Veo en ustedes hombres capaces
de cultivar y de hacer madurar los campos de Dios, en los que los nuevos sembrados
desean manos dispuestas a irrigar cotidianamente en espera de cosechas generosas.
Veo
finalmente en ustedes Pastores capaces de recomponer la unidad, de tejer redes, de
remendar, de vencer la fragmentación. Dialoguen con respeto con las grandes tradiciones
en las que están inmersos, sin miedo de perderse y sin necesidad de defender sus fronteras,
porque la identidad de la Iglesia está definida por el amor de Cristo que no conoce
fronteras. Si bien custodiando celosamente la pasión por la verdad, no desperdicien
energías en oponerse y enfrentarse sino en construir y amar.
De esta forma,
centinelas, hombres capaces de curar los campos de Dios, pastores que caminan delante,
en medio y detrás del rebaño , los despido, los abrazo, deseándoles fecundidad, paciencia,
humildad y mucha oración. Gracias.