En la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor infinito de
Dios y la raíz de nuestra salvación, dijo el Papa a la hora del Ángelus
(RV).- (Con audio) A la hora del Ángelus
dominical en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa recordó a los miles
de fieles y peregrinos que se habían dado cita en la soleada Plaza de San Pedro que
nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces; sino que exaltamos
la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad,
tal como nos lo recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día.
Por
esta razón dijo Francisco, nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la
cruz. De ahí que el Obispo de Roma haya invitado – mientras contemplamos y celebramos
la santa Cruz – a pensar con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que
son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Y añadió que esto sucede
especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente
realizada; así como también en países y ambientes que, en principio, tutelan la libertad
y los derechos humanos, pero donde concretamente los creyentes, y de modo especial
los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.
(María Fernanda
Bernasconi – RV).
Texto de la alocución del Papa antes de rezar el Ángelus
Queridos hermanos
y hermanas, ¡buenos días!
El 14 de septiembre la Iglesia celebra la
fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos:
¿por qué “exaltar” la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera,
o todas las cruces: exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo
el amor de Dios por la humanidad.
Es esto lo que nos recuerda el Evangelio
de Juan en la liturgia del día: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito”
(3, 16). El Padre ha “dado” al Hijo para salvarnos, y esto ha comportado la muerte
de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz?
A
causa de la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa ambas
cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia
de Dios. La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria.
En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: “Si eres el Hijo de Dios, baja
de la cruz” (Cfr. Mt 27, 40). Pero era verdad lo contrario: precisamente porque era
el Hijo de Dios Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el fin al designio del amor
del Padre. Y precisamente por esto Dios ha “exaltado” a Jesús (Fil 2,9), confiriéndole
una realeza universal.
Y cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde
Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por
cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia
del Padre que abraza al mundo entero. Por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha
sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto
la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto
la esperanza.
¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza!
He aquí porqué la Iglesia “exalta” la Santa Cruz, y he aquí porqué nosotros, los cristianos,
bendecimos con el signo de la cruz. Es decir, nosotros no exaltamos las cruces, sino
“la” Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Signo de nuestra salvación,
y camino hacia la Resurrección. Y ésta es nuestra esperanza.
Mientras
contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensemos con conmoción en tantos hermanos
y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo.
Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada
o plenamente realizada.
También sucede en países y ambientes que en
principio tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, concretamente, los
creyentes y, de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.
Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo especial por ellos. En
el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María (Cfr. Jn 19, 25-27). Es
la Virgen Dolorosa, que mañana celebraremos en la liturgia. A Ella encomiendo el presente
y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos descubrir y acoger siempre el mensaje
de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Le encomiendo de modo particular a las
parejas de esposos que he tenido la alegría de unir en matrimonio esta mañana en la
Basílica de San Pedro.