(RV).- (Con audio) ¿En qué invertís
tu vida, tu tiempo más importante, tus fuerzas? ¿Buscas lo máximo que podes alcanzar
o te conformas y te instalas en el poquito de seguridad y comodidad que se te esfuma
y se escurre con el agua?
Hay una sed existencial; como un vació interior que
nos mueve a buscar lo más grande, lo mejor, lo más optimo a nuestra capacidad. “Capax
Dei” es una fórmula teológica. El hombre es capaz de Dios. Y hay varias imágenes bíblicas
de esto. San Pablo compara a la persona humana con una vasija de barro: “llevamos
un tesoro en vasijas de barro”. El lo dice hablando de la fragilidad de ese cacharro
de barro que somos. Pero la vasija de barro es un recipiente hecho para contener y
por más bello o fuerte que sea el cacharro, siempre lo más importante es el contenido,
no el continente. El Génesis refiere que después de amasar al hombre del barro
de la tierra, Dios sopló en él el aliento de Vida. Lo lleno de su Espíritu. Con el
pecado el hombre se vacía del Espíritu de Dios y se llena de egoísmo, de ídolos, de
dependencias y adicciones, de efímeras vanidades que se esfuman; se llena con el vacío
de la muerte.
¿Qué hay dentro del cacharro de barro de tu vida?
Jesús
en el Evangelio nos habla del Reino de Dios, de su Vida plena de resucitado, como
de un tesoro escondido que un hombre descubre en un campo. Va vende todo lo que tiene
y compra el campo, para quedarse con el tesoro.
Del Evangelio según san Mateo
capítulo 13, 44-52
“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido
en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende
todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un
negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor,
fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino de los Cielos se parece también
a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los
pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran
lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a
los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto
y rechinar de dientes…”.
Este barro que somos es corruptible, efímero, se
descompone, tiene fecha de vencimiento y la muerte trabaja como un virus invisible
y letal, que nos destruye si no buscamos y encontramos y nos llenamos del tesoro de
la Vida plena y verdadera de Cristo, que nos cura del mal y vivifica.
Pido
al Señor para mí y los míos; para cada uno de la Audiencia, por intercesión de los
grandes buscadores de Dios que son los santos -como el peregrino Ignacio de Loyola-,
que no perdamos nunca el deseo de buscar lo mejor, lo más grande, lo más importante
que Dios nos ha destinado, porque somos creados capaces de Dios.
Que no se
apague nuestra sed hasta que Dios nos colme con la Vida plena que Jesús resucitado
ofrece. Que no nos conformemos con vanidades efímeras ni nos instalemos en el poquito
de seguridad o de comodidad que encontramos; en el frágil afecto de alguno; en algún
aplauso, en alguna complacencia, en alguna golosina existencial.
Señor que
no nos cansemos de buscar el tesoro para el somos creados, aunque tengamos que vender
todo, trabajar duro, luchar hasta dar la vida, sacrificarnos hasta la muerte, para
encontrar el tesoro. Que invirtamos toda nuestra capacidad, nuestras fuerzas, nuestra
vida entera en la búsqueda del tesoro de la Vida plena.