“La cultura de la acogida y el encuentro”, el card. Parolin en el coloquio sobre migraciones
en México
(RV).- “Llegar a un cultura de la acogida y del encuentro”, éste es uno de los puntos
del discurso del secretario del Estado Vaticano el Cardenal Parolin durante su intervención
en el Coloquio “México-Santa Sede sobre Migración Internacional y Desarrollo" que
comenzó este lunes en el país guadalupano. El cardenal Parolin, comenzó su ponencia
explicando que él tuvo la oportunidad de servir durante varios años a la Santa Sede
en este país y que aquella época fueron “años de siembra”, refiriéndose, explicó a
que “entonces se entendía que era preciso asentar unos procesos que sólo más tarde
fructificarían”, refiriéndose a “la paulatina maduración de la conciencia sobre los
derechos humanos en general y sobre el derecho fundamental a la libertad religiosa
en particular”. Durante la conferencia inaugural de este encuentro, que se desarrolla
del 14 al 15 de julio, el Secretario de Estado recordó que “cada ser humano por pequeño
y funcional que sea, posee una dignidad y unos derechos que nada ni nadie le puede
arrebatar”. Y enlaza esta aportación del cristianismo a la humanidad, que con el madurar
de los tiempos, fue recogido “por la Ilustración como categoría política en la fraternidad
universal. La razón iluminada por la fe descubre con gozo que en la gran familia humana
todos somos hijos de un mismo Padre. El relato del Génesis revela la explicación última
de la dignidad humana: a diferencia del resto de las criaturas, el hombre y la mujer
han sido creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que son como Él, seres racionales
y libres. De un modo radical, el cristianismo ha afirmado desde sus mismos inicios
que todos somos libres, que todos somos iguales, que todos somos hermanos”, aseguró.
Acerca del desafío de la inmigración, el Secretario de Estado Vaticano, explicó
que normalmente las causas por las que los migrantes decide de salir de sus países
son siempre las mismas: la violación de los derechos humanos más elementales, la violencia,
la falta de seguridad, las guerras, el desempleo y la miseria. “Intentando llegar
a una tierra de promisión en la que sea posible una vida digna, explicó, miles de
personas deben pasar hambre, humillaciones, vejaciones en su dignidad, a veces hasta
torturas y, algunos, morirán solos entre la indiferencia de muchos. Atónitos, contemplamos
en pleno siglo XXI a las víctimas de la trata humana, a los que son obligados a trabajar
en condiciones de semi-esclavitud, a los que son abusados sexualmente, a los que caen
en las redes de bandas criminales que operan a nivel transnacional y que a veces cuentan
con impunidad a causa de la corrupción y ciertas connivencias”. El Cardenal Parolin,
recordando las palabras del Papa Francisco, en su mensaje para la Jornada Mundial
del Emigrante y del Refugiado dijo que “Toda persona pertenece a la humanidad y comparte
con la entera familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor”. Y también quiso
recordar a San Juan Pablo II en su primer viaje a México cuando dijo: “No podemos
cerrar los ojos a la situación de millones de hombres que en su búsqueda de trabajo
y del propio pan han de abandonar a su patria y muchas veces las familias, afrontando
las dificultades de un ambiente nuevo no siempre agradable y acogedor, una lengua
desconocida y condiciones generales que les sumen en la soledad y a veces en la marginación
a ellos […] Hay ocasiones, en que el criterio puesto en práctica es el de procurar
el máximo rendimiento del trabajador migrante, sin mirar a la persona”. El cardenal
Parolin enfatizó en la frase “sin mirar a la persona”, y dijo que esta era la cuestión.
“Si sabemos mirar también el rostro de cada emigrante, aprenderemos a encontrar una
razón para afirmar que todos somos hermanos. En el fondo, aprenderemos a conocernos
mejor nosotros mismos y surgirá el anhelo del cambio”. Durante este discurso,
que tuvo lugar en la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y en el que también
estuvo presente el canciller mexicano José Antonio Meade, el cardenal Parolin reflexionó
sobre el hecho de que “el emigrante tiene el deber de integrarse en el país que lo
recibe, respetando sus leyes y la identidad nacional, pero que también por otro lado
el Estado tiene también el deber de defender las propias fronteras, sin olvidar en
ningún caso el respeto de los derechos humanos y el deber de la solidaridad”. Explicó
que este problema no puede ser resuelto únicamente con medidas legislativas o adoptando
políticas públicas. “La solución del problema migratorio pasa por una conversión cultural
y social en profundidad que permita pasar de la “cultura de la cerrazón” a una “cultura
de la acogida y el encuentro”.
(MZ-RV)
Palabras completas
del Cardenal Parolin:
Mirar hacia el futuro, mirar a la persona Movilidad
humana y acontecimiento cristiano Palabras de S. E. el Señor Cardenal Pietro
Parolin Secretario de Estado de su Santidad Ciudad de México 14
de julio de 2014
Lic. Miguel Ángel Osorio Chong, Secretario de
Gobernación, Dr. José Antonio Meade Kuribreña, Secretario de Relaciones
Exteriores, Señores Obispos, Servidores públicos, Académicos y ciudadanos
preocupados por la migración internacional y el desarrollo de México, Amigas
y amigos todos:
Es para mí un gran honor y un placer poder estar hoy
entre ustedes. Como bien saben, durante varios años tuve el privilegio y la oportunidad
de servir a la Santa Sede en este País. Les confieso que recuerdo aquel período de
mi vida con nostalgia, pues ya entonces era consciente de que estaba siendo un testigo
privilegiado del inicio de las importantes transformaciones que la sociedad y las
instituciones mexicanas experimentarían en un futuro cercano. Como me gusta decir,
aquellos eran “años de siembra”: entonces se entendía que era preciso asentar unos
procesos que sólo más tarde fructificarían. No me refiero solo al reto de hacer de
México una de las economías más abiertas del mundo y un destino deseado a nivel mundial
para la inversión económica. Me refiero, sobretodo, a la paulatina maduración de
la conciencia sobre los derechos humanos en general y sobre el derecho fundamental
a la libertad religiosa en particular.
1. Cooperamos y trabajamos unidos
por la dignidad humana…
Precisamente gracias al reconocimiento explícito
del derecho a la libertad religiosa, es posible que en la actualidad autoridades civiles
y eclesiásticas podamos encontrarnos en una nueva atmósfera de diálogo confiado, aprecio
recíproco y colaboración fructuosa. De una lógica de la desconfianza y del recelo
mutuos, se han dado pasos importantes hacia una nueva lógica de mutuo respeto que
permitirá la construcción de un nuevo México para las generaciones venideras. Por
muy diversos factores, la promoción y la protección de los derechos humanos no siempre
ha sido una tarea fácil para ninguna sociedad democrática avanzada. Tampoco para el
pueblo mexicano en su convulsa historia de los últimos doscientos años. Sin embargo,
tenemos que reconocer todos que esta nueva dinámica ha conllevado realizar en tiempos
recientes algunos pasos importantes. La apertura de miras y el trabajo constante de
muchos por la igual dignidad de todos, ha permitido modificar y mejorar el actual
marco normativo mexicano. A lo largo de este proceso, se ha hecho evidente,
una vez más, que la fuente más originaria del derecho no se encuentra en los mecanismos
de consenso y pacto entre mayorías y minorías, propios de cualquier asamblea legislativa,
sino en el reconocimiento de la dignidad inalienable de toda persona. El “derecho
personal” a tutelar, el principio innegociable e irrenunciable que la razón descubre
como una necesidad a promover en todo ser humano, surge de una realidad pre-positiva
que sostiene todo el orden jurídico. No estamos ante ningún concepto metafórico o
ante una ficción moral. Al contrario, esta realidad es de lo más concreto: cada ser
humano, por pequeño y poco funcional que sea, posee una dignidad y unos derechos que
nada ni nadie le pueden arrebatar. La gran aportación del cristianismo
a la humanidad, que luego, con el madurar de los tiempos, será recogida por la Ilustración
como categoría política es la fraternidad universal. La razón iluminada por la fe
descubre con gozo que en la gran familia humana todos somos hijos de un mismo Padre.
El relato del Génesis revela la explicación última la dignidad humana: a diferencia
del resto de las criaturas, el hombre y la mujer han sido creados a imagen y semejanza
de Dios, por lo que son como Él, seres racionales y libres. De un modo radical, el
cristianismo ha afirmado desde sus mismos inicios que todos somos libres, que todos
somos iguales, que todos somos hermanos. Como consecuencia, la dignidad
de las personas no procede de su situación económica, de su filiación política, nivel
educativo, pertenencia étnica, estatus migratorio o convicción religiosa. Todo ser
humano, por el mismo hecho de ser persona, posee una dignidad tal que merece ser tratada
con el máximo respeto. Más aún, el único criterio absolutamente válido para evaluar
si una comunidad política cumple con su vocación de servicio al bien común, es precisamente
éste: la calidad de su servicio a las personas, pero de un modo especial, a las más
pobres y vulnerables. Para los católicos esta convicción no es un dato
extrínseco, secundario o estático. De hecho, a lo largo de los siglos, ha sido un
continuo estímulo a desinstalarnos y a salir de nuestras seguridades. Muchas veces,
vivido con auténtico heroísmo, hasta dar la vida. La verdad sobre el hombre que nos
ha revelado Jesucristo, ha sido para los cristianos una verdadera exigencia, en el
sentido de ser siempre empáticos y solidarios con todo lo humano, con todo lo que
es justo, bello y bueno. Sobre todo, con aquellas dimensiones periféricas de la existencia,
las más lastimadas y humilladas, pues ellas son la imagen más nítida del Crucificado.
Como señaló el Papa Francisco a los catequistas en el encuentro de septiembre del
2013, “Dios no tiene miedo a las periferias. Por esto, si ustedes van a las periferias,
lo encontrarán allí”.
2. El desafío de la emigración…
Cada
día nos llegan nuevas noticias del ingente número de personas que en el mundo deben
salir de su tierra entre situaciones lacerantes de sufrimiento y dolor. Las causas
son siempre las mismas: la violación de los derechos humanos más elementales, la violencia,
la falta de seguridad, las guerras, el desempleo y la miseria. ¡Cuánta violencia política,
económica y social en nuestro mundo! Intentando llegar a una tierra de promisión en
la que sea posible una vida digna, miles de personas deben pasar hambre, humillaciones,
vejaciones en su dignidad, a veces hasta torturas y, algunos, morirán solos entre
la indiferencia de muchos. Atónitos, contemplamos en pleno siglo XXI a las víctimas
de la trata humana, a los que son obligados a trabajar en condiciones de semi-esclavitud,
a los que son abusados sexualmente, a los que caen en las redes de bandas criminales
que operan a nivel transnacional y que a veces cuentan con impunidad a causa de la
corrupción y ciertas connivencias. El tema que hoy nos ocupa, el de la
“movilidad humana” en el mundo de hoy, se enmarca en este universo de dolor que no
puede dejar indiferente a nadie, especialmente a la Iglesia. El Papa Francisco, en
su más reciente Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado nos
ha dicho: “Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera
familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor”. Y poco más
adelante añade:“Es impresionante el número de personas que emigra de
un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios
países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen
el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. Creo
poder afirmar con razón que en nuestro mundo globalizado, el progreso no se logra
únicamente con un mayor flujo de capitales, mercancías e información. Un incremento
del intercambio comercial y financiero entre las naciones no conlleva, de manera automática,
una mejora en los niveles de vida de la población, ni tampoco genera automáticamente
más riqueza. Al respecto, observamos que las naciones, especialmente aquellas más
avanzadas desde el punto de vista económico y social, deben su desarrollo en gran
parte a los emigrantes. Ello es así porque el progreso está muy ligado al factor humano,
a la cultura, a la inventiva, al trabajo, a las condiciones sociales y familiares.
Como bien dijo Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate: “El desarrollo de
los pueblos depende sobre todo de que reconozcan que son una gran familia, profundizando
desde el punto de vista crítico y valorativo en la categoría de la relación” (n. 53).
La discriminación, el racismo, el trato vejatorio, las injusticias
laborales… ¡no son un buen negocio! Aquellas sociedades en las que los emigrantes
legales no son acogidos abiertamente, sino que son tratados con prejuicios, como sujetos
peligrosos o dañinos, demuestran ser muy débiles y poco preparadas para los retos
de los decenios venideros. Por el contrario, aquellos países que saben ver a los recién
llegados como elementos generadores de riqueza ante todo humana y cultural y, por
tanto, que saben acogerlos debidamente; aquellas sociedades que hacen los pertinentes
esfuerzos por integrar a los emigrantes, dan un mensaje inequívoco a la entera comunidad
internacional de solidez y garantía que, en sí, generan aún un mayor progreso.
Por
eso les invito al reto de una sociedad más justa y solidaria, que reconoce el valor
de la movilidad humana y no se cierra en sí misma sino que está dispuesta a la acogida
y a dejar espacios abiertos. Me parece que a este respecto pueden ser significativas
las palabras que Juan Pablo II pronunció en Monterrey durante su primera visita al
México: “No podemos cerrar los ojos a la situación de millones de hombres que
en su búsqueda de trabajo y del propio pan han de abandonar a su patria y muchas veces
las familias, afrontando las dificultades de un ambiente nuevo no siempre agradable
y acogedor, una lengua desconocida y condiciones generales que les sumen en la soledad
y a veces en la marginación a ellos […] Hay ocasiones, en que el criterio
puesto en práctica es el de procurar el máximo rendimiento del trabajador migrante,
sin mirar a la persona”.
¡Sin mirar a la persona! Esta es la cuestión.
Podemos empezar a cambiar hoy el futuro si somos capaces de mirar y servir a las personas
concretas, aquellas que conocemos, aquellas que tratamos cada día. Si sabemos mirar
también el rostro de cada emigrante, aprenderemos a encontrar una razón para afirmar
que todos somos hermanos. En el fondo, aprenderemos a conocernos mejor nosotros mismos
y surgirá el anhelo del cambio.
Al respecto, las palabras del Papa
Francisco en Lampedusa, lejos de perder su vigor, resuenan cada día con más fuerza:
“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta
no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno
de nosotros. […] Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes,
esas personas para las que la pobreza de los otros es una fuente de lucro
3.
La respuesta común al desafío de la emigración… La Iglesia católica, especialmente
en México, está desarrollando múltiples iniciativas concretas para acompañar y acoger
con hospitalidad a las personas migrantes. La Iglesia, “maestra en humanidad”, no
puede ser un “lugar cerrado” en el que vivir una fe desencarnada. En verdad, no sería
la “esposa del Crucificado” si no se volcase a favor del bien común. Cuando
la Iglesia encuentra un interlocutor receptivo, un Estado convencido de su vocación
de servicio a las personas y, por tanto, no meramente “tolerante” con el hecho religioso,
sino dispuesto a promover cualquier instancia que trabaje por mejorar la sociedad,
la potencialidad del bien realizado se multiplica y el tejido social se impregna de
humanidad. Los estados autoritarios buscan controlar toda la vida social: el aparato
estatal es omnipresente, debe hacerlo todo, aunque lo haga mal. No acepta a la llamada
“sociedad civil”, basada en el principio de la subsidiaridad, por el cual la instancia
superior debe renunciar a hacer aquello que pueden hacer las instancias inferiores,
en aras de una mayor eficiencia del servicio prestado. Hoy sabemos que un estado omnipresente
no sólo es injusto sino radicalmente ineficiente, puesto que corta de raíz cualquier
brote de creatividad y de iniciativa. Al respecto, quisiera subrayar que
la Iglesia ha sido uno de los factores sociales que históricamente más ha trabajado
por el reconocimiento de la “sociedad civil”. Cuando un País no sólo tolera a la Iglesia,
sino que en el marco de una sana laicidad establece los medios jurídicos para su protección
y promueve su acción social a favor del bien común, garantiza un elemento meta-político
clave para el progreso: la confianza. Un estado de derecho en el que los ciudadanos
confían en sus políticos, en sus jueces y en las fuerzas del orden, tiene futuro.
Una sociedad abierta en la que los consumidores confían en los actores de la economía,
tiene futuro. Un estado que confía en las Organizaciones no gubernamentales como expresión
de la pluralidad del tejido social, tiene abiertas las puertas del futuro. Es
cierto que la movilidad humana y su impacto en el desarrollo son dos de los fenómenos
sociales más complejos, difíciles de resolver sin un espíritu general de confianza.
Por un lado el emigrante tiene el deber de integrarse en el País que lo
acoge, respetando sus leyes y la identidad nacional. Por otro lado el Estado tiene
también el deber de defender las propias fronteras, sin olvidar en ningún caso el
respeto de los derechos humanos y el deber de la solidaridad. Es evidente
que el fenómeno de la migración no puede ser resuelto únicamente con medidas legislativas
o adoptando políticas públicas, por buenas que sean, y mucho menos únicamente con
las fuerzas de seguridad y del orden. La solución del problema migratorio pasa por
una conversión cultural y social en profundidad que permita pasar de la “cultura de
la cerrazón” a una “cultura de la acogida y el encuentro”. Por ello, si
buscamos dar soluciones satisfactorias que logren tener un impacto positivo en la
movilidad humana, será necesario reconocer que las personas individuales, las organizaciones
de la sociedad civil, las diversas instituciones públicas y privadas y los mismos
países, son interdependientes todos entre sí y que, en consecuencia, es indispensable
la cooperación. En este contexto, la Iglesia siempre ha sido y será una
leal colaboradora. Cuenta con un acerbo moral y religioso basado en una tradición
con dos mil años de antigüedad. Su implantación en algunos países como México, es
vasta y reconocida. Por definición, es católica, es decir, universal, transnacional.
Su mensaje no se agota en la vida privada de los fieles, sino que buscando su conversión,
se expande y alcanza los caminos de la cultura y de la justicia social puesto que
no es posible definirse cristiano y vivir de espaldas a la justicia y fraternidad,
también con los no creyentes. Dicho de otra manera, sería injusto y radicalmente falso
considerar a la fe cristiana como un obstáculo para desarrollo. Por otra
parte, la Santa Sede, gobierno central de la Iglesia universal, es un sujeto con plena
soberanía en el derecho internacional que goza de plena personalidad jurídica. Mantiene
relaciones diplomáticas con 181 Estados, con la Soberana Orden de Malta y con la Unión
Europea, además de participar como Miembro o como Observador permanente en la ONU,
en varias Agencias especializadas y en fondos o programas de multitud de Organizaciones
e Instituciones internacionales. Ayudada por sus Representantes Pontificios, participa
en los más variados foros políticos con el objeto de que los derechos humanos universales
sean plenamente tutelados desde el respeto a los principios éticos y morales que conforman
la vida social. La Iglesia siempre apoyará a nivel nacional e internacional
cualquier iniciativa dirigida a la adopción de políticas de concierto. Ninguna institución,
ni siquiera el Estado, posee los recursos económicos, políticos, informativos, de
capital social o de legitimidad, necesarios para solucionar de raíz los problemas
asociados a la emigración. Ante el hecho migratorio, necesitamos
urgentemente que se superen los recelos atávicos y se planteen de una vez estrategias
comunes a nivel sub-regional, regional y mundial que incluyan a todos los sectores
de la sociedad. Pensemos, por ejemplo, en los Estados Unidos de América, cuya Administración
ha difundido en estas semanas los datos que se refieren al flujo migratorio de los
niños que cruzan la frontera sin estar acompañados por adultos. Su número crece cada
día de modo exponencial. Tanto si viajan a causa de la pobreza, de la violencia o
con la esperanza de unirse a los familiares que están al otro lado de la frontera,
es urgente protegerlos y asistirlos, pues su debilidad es mayor e indefensos, están
al albur de cualquier abuso o desgracia.
La política es el arte de lo
posible. Hagamos posible lo que parecía imposible. Seamos ambiciosos al plantearnos
los retos. No nos desanimemos por aquello que no son sino aparentes fracasos. Con
estos sentimientos me congratulo con ustedes por la realización de este Coloquio.
Estoy seguro que los trabajos de esta reunión serán de gran ayuda para avanzar nuevas
pautas de reflexión, que permitan a su vez nuevos escenarios de diálogo y cooperación.
S. Juan Pablo II decía que para un cristiano, “el emigrante no es simplemente alguien
a quien hay que respetar según las normas establecidas por la ley, sino una persona
cuya presencia interpela y cuyas necesidades se transforman en compromisos”. Quiera
Dios que este compromiso lo podamos compartir, para que nadie nos pueda reprochar
nunca que no hicimos lo que debíamos a favor de nuestros hermanos emigrantes.
¡Muchas
gracias!
1 FRANCISCO, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante
y del Refugiado 2014, 5 de agosto de 2013. 2 Ibidem. 3 JUAN PABLO II, Discurso
a los trabajadores, Monterrey, México, 31 de enero 1979. 4 FRANCISCO, Visita a
Lampedusa, 8 de julio de 2013. 5 A este respecto, vale la pena siempre consultar
el célebre diálogo: J. HABERMAS – J. RATZINGER, Entre razón y religión: dialéctica
de la secularización, FCE, México 2008. 6 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada
Mundial del Migrante, 25 de julio de 1995.
Inicia en Ciudad de México el
"Coloquio México-Santa Sede sobre Migración Internacional y Desarrollo"
(RV).-
(Con audio) 14-07-2014. 11.39 horas
Comienza hoy en Ciudad de México el
“Coloquio México-Santa Sede sobre Migración Internacional y Desarrollo", un seminario
internacional dedicado a los flujos migratorios de América Latina hacia los Estados
Unidos. El encuentro, que finalizará mañana 15 de julio, ha sido organizado por el
Ministerio de Asuntos Exteriores de México y por la Embajada de México ante la Santa
Sede. En él participan entre otros, el Secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro
Parolin y el Canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, Monseñor Marcelo
Sánchez Sorondo. La inauguración del encuentro, este lunes, tendrá lugar en la sede
de la Secretaría de Relaciones Exteriores y estará presidida por el canciller mexicano
José Antonio Meade y el cardenal secretario de Estado vaticano Parolin.
Acerca
de este importante evento, habla para Radio Vaticano, el Canciller de la Pontificia
Academia de las Ciencias, Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo. El micrófono es de nuestro
colega, Alberto Goroni: