"Hay muchas ofertas de alimentos que no provienen del Señor y que aparentemente satisfacen
más", el Papa en la misa del Corpus Christi
(RV).- (con audio) El Papa esta tarde presidió en la plaza de san Juan de Letrán frente
a la fachada de la basílica-catedral de Roma la Santa Misa por la celebración del
Corpus Christi. En su homilía hizo alusión a las palabras de Moisés que hacen referencia
a la historia del pueblo de Israel, que Dios hizo salir de Egipto, de la condición
de esclavitud: “el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la
boca del Señor". Además del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un
hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre
de amor, hambre de eternidad. Y Jesús nos dona este alimento, es más, es Él mismo
el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento en forma de
pan; su Sangre es la verdadera bebida en forma de vino. No es un simple alimento;
el Cuerpo de Cristo es el pan capaz de dar vida eterna, porque la sustancia de este
pan es Amor. Un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y
necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa
dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales,
sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo. Si
miramos a nuestro alrededor, afirmó Francisco, nos damos cuenta que hay muchas ofertas
de alimentos que no provienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos
se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el
orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es solamente
aquel que nos da el Señor! Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿Y yo?
¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño
con comer alimentos gustosos, pero en la esclavitud? ¿Cuál es mi memoria? ¿La del
Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria
sacio yo mi alma? Aprendamos a reconocer el falso pan que ilusiona y corrompe,
porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. Jesús, terminó diciendo
el Papa, defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano que nos hace esclavos;
purifica nuestra memoria para que no quede prisionera en la selectividad egoísta y
mundana, sino que sea memoria viva de tu presencia a lo largo de la historia de tu
pueblo, memoria de tu gesto de amor redentor. (ER-RV)
Audio de la radio
crónica de Radio Vaticano
Homilía
completa del Santo Padre Francisco
“El Señor, tu Dios,…te dio a comer
el maná, ese alimento que ni tú ni tus padres conocían”. Estas palabras del Deuteronomio
hacen referencia a la historia de Israel, que Dios hizo salir de Egipto, de la condición
de esclavitud, y por cuarenta años guió en el desierto hacia la tierra prometida. Una
vez establecido en la tierra, el pueblo elegido alcanza una cierta autonomía, un cierto
bienestar, y corre el riesgo de olvidar los tristes acontecimientos del pasado, superados
gracias a la intervención de Dios y a su infinita bondad. Entonces las Escrituras
exhortan a recordar, a hacer memoria de todo el camino hecho en el desierto, en tiempo
de carestía y de desconsuelo. La invitación de Moisés es aquella de regresar a lo
esencial, a la experiencia de la total dependencia de Dios, cuando la sobrevivencia
estaba confiada a su mano, para que el hombre comprendiera que “el hombre no vive
solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor.» (Dt 8,3). Además
del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un hambre que no puede ser saciado
con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad.
Y el signo del maná – como toda la experiencia del éxodo - contenía en sí también
esta dimensión: representaba un alimento que satisface esta hambre profunda que hay
en el hombre. Jesús nos dona este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da
la vida al mundo (cfr Jn. 6,51). Su Cuerpo es el verdadero alimento en forma de pan;
su Sangre es la verdadera bebida en forma de vino. No es un simple alimento con el
cual saciar nuestros cuerpos, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos
tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la sustancia de este pan es Amor. En
la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos
nutre con Sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta
y necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa
dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales,
sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo. Si
miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta que hay muchas ofertas de alimentos
que no provienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con
el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero
el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es solamente aquel que nos
da el Señor! El alimento que nos ofrece el Señor es diferente de los otros, y tal
vez no nos parece tan gustoso como ciertos manjares que nos ofrece el mundo. Entonces
soñamos con otros alimentos, como (hacían) los judíos en el desierto, que echaban
de menos la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que aquellos
alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación,
tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava,
no libre. Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿Y yo? ¿Dónde quiero comer?
¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer alimentos
gustosos, pero en la esclavitud? Cada uno de nosotros puede preguntarse cuál es mi
memoria? ¿La del Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la esclavitud?
¿Con qué memoria sacio yo mi alma? El Padre nos dice: “Te he alimentado con maná
que no conocías”. Recuperemos la memoria. Este es el deber, recuperar la memoria.
y aprendamos a reconocer el falso pan que ilusiona y corrompe, porque es fruto del
egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. Dentro de poco, en la procesión,
seguiremos a Jesús realmente presente en la Eucaristía. La Ostia es nuestro maná,
a través de la cual el Señor se nos dona a Sí mismo. A Él nos dirigimos con fe: Jesús,
defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano que nos hace esclavos; alimento
envenenado; purifica nuestra memoria para que no quede prisionera en la selectividad
egoísta y mundana, sino que sea memoria viva de tu presencia a lo largo de la historia
de tu pueblo, memoria que se hace “memorial” de tu gesto de amor redentor. Amén.