Para la propagación de la fe: Jornada Misionera Mundial
(RV).- (Audio) Los orígenes de esta
Jornada remontan al año 1926, cuando la Obra de la Propagación de la Fe, por sugerencia
del Círculo misionero del Seminario de la ciudad italiana de Sassari, propuso al Papa
Pio XI convocar una jornada anual a favor de la actividad misionera de la Iglesia
universal. La petición fue acogida favorablemente y el año sucesivo (1927) fue celebrada
la primera “Jornada Misionera Mundial para la propagación de la fe”, estableciendo
que esta se conmemore cada penúltimo domingo de octubre, tradicionalmente reconocido
como mes misionero por excelencia.
En este día los fieles de todos los continentes
están llamados a abrir sus corazones a las exigencias espirituales de las misiones
y a comprometerse con gestos concretos de solidaridad en apoyo de todas las Iglesias
jóvenes. De esta manera con las ofrendas de la Jornada, se sostienen proyectos para
consolidar la Iglesia mediante la ayuda a los catequistas, a los seminarios con la
formación del clero local, y a la asistencia socio-sanitaria de la infancia. (MZ-RV)
Mensaje
del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas: Hoy en día todavía
hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes,
en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la
iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada
Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes
continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar
a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de
gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece
sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo,
Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra
misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera
ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).
1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en
dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a
preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión
de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante
de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No
estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres
están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu
Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...” (…) Y volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros
veis!”» (Lc 10,20-21.23). Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero,
Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza
a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los
discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado. 2.
Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de
los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por
el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están
inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor
de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos
es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo
en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu
Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota
del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la
tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado
a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración
de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado?
Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria
sobre Satanás. Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de
sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no
dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos
de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que
siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños”
son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que
están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar
fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados
a lo largo del camino, en el curso de su predicación. 3. «Sí, Padre, porque así
te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia
a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente
del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija,
porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para
el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica
al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la
Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el
Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de
gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y
por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración.
En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el
amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu
Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad. El Padre es la
fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador.
Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos
invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad
mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso.
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena
el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar
por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).
De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular
y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido
la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf.
Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros
en este torrente de alegría? 4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple
y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón
cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia
aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una
gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos
son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego
de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio.
Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización.
Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover
la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la
alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo
en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del
propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan. En muchas regiones
escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe
a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta
entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro
con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales,
asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús
y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo
de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben
olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia
de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel
cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio.
Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a
una acción apostólica eficaz. 5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7).
La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y
el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución
económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor
y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento
de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor. Queridos hermanos
y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas
las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os
invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra
vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el “primer
amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por
un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del
Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte
la fe, la esperanza y la caridad evangélica. Dirigimos nuestra oración a María,
modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos,
una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo.