El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda y nos hace hablar: el Papa en Pentecostés
(RV).- (Con audio) “Un cristiano sin
memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento,
que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación.
En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones
interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús”.
Son
palabras de la homilía del Santo Padre Francisco, en la Santa Misa que presidió esta
mañana, en la solemnidad de Pentecostés, en la Basílica Vaticana.
El Papa
explicó el sentido profundo de aquella efusión extraordinaria, que significó el descendimiento
del Espíritu Santo sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Una efusión, que
no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se renueva
y sigue repitiéndose. Cristo, glorificado, continúa realizando su promesa, enviando
sobre la Iglesia el don del Padre en Espíritu Santo.
Francisco subrayó que
el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de
Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo
fraterno y en la profecía.
(ER RV)
Texto completo de la homilía
en italiano del Santo Padre Francisco
«Todos
quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2, 4).
Hablando a los Apóstoles
en la Última Cena, Jesús les dijo que, luego de su partida de este mundo, les enviaría
el don del Padre, o sea el Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26). Esta promesa se
realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende
sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, si bien extraordinaria,
no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se ha renovado
y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando
su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, nos
recuerda, nos hace hablar.
El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior.
Nos guía por el camino justo, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña
el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el
Camino” (cfr. Hch 9,2), y el mismo Jesús es el Camino. El Espíritu Santo nos
enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el
Espíritu es un maestro de vida. Y ciertamente de la vida forma parte también el saber,
el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El
Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria
viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras
del Señor.
Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce
a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros
y en su Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo aquello que
Cristo ha dicho, nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras.
Todos nosotros tenemos esta experiencia. En un momento, en una situación, nos viene
una idea y esto se une, se relaciona con una parte de la Escritura. Ese es el camino
de la memoria viviente de la Iglesia. Esto requiere de nosotros una respuesta: mientras
más generosa es nuestra respuesta, en nosotros se transforman más en vida las palabras
de Jesús, volviéndose actitudes, elecciones, gestos, testimonio. En esencia, el Espíritu
nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.
Un cristiano sin
memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino es un hombre
o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla
y vivirla como una historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo,
podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida
a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria,
la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. ¡Que el Espíritu Santo reviva
en todos nosotros la memoria cristiana!
En aquel día con los Apóstoles, estaba
la Mujer de la memoria. Que desde el inicio meditaba todas esas cosas en su corazón.
Pidamos a su Madre que nos ayude en este camino de la memoria.
El Espíritu
Santo nos enseña, nos recuerda y, otro aspecto, nos hace hablar, con Dios y con los
hombres. ¡No hay cristianos mudos, eh! No hay lugar para ellos. Nos hace hablar con
Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con
Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo
Padre, Papá, Abba (cfr. Rm 8,15; Gal 4,4); y ésta no es solamente
una “forma de decir”, sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios.
«Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm
8,14).
Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie puede decir Jesús es el Señor
– lo hemos escuchado hoy – sin el Espíritu Santo.
Y el Espíritu nos hace hablar
con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo
en ellos a hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, comprendiendo las
angustias, las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero
hay más: el Espíritu Santo nos hace también hablar a los hombres en la profecía, o
sea haciéndonos “canales”, humildes y dóciles, de la Palabra de Dios. La profecía
es hecha con franqueza para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias,
pero siempre con docilidad e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de
amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Resumiendo:
el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de
Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo
fraterno y en la profecía.
El día de Pentecostés, cuando los discípulos «quedaron
llenos del Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nació “en salida”,
en “partida” para anunciar a todos la Buena Noticia. Jesús fue perentorio con los
Apóstoles: recordemos a nuestra Madre, que partió rápidamente. La Madre Iglesia y
la Madre María. Las dos vírgenes, las dos Madres, las dos mujeres.
Jesús fue
perentorio con los Apóstoles, no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido
desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Hch 1,4.8). Sin Él no existe
la misión, no existe la evangelización.
Por esto con toda la Iglesia, con
nuestra Madre Iglesia, toda, invocamos: ¡Ven, Santo Espíritu!