Meditaciones para la fe, con el Padre Guillermo Buzzo (RV).- (audio) Cuando nos presentan
un personaje famoso, un deportista, un sabio, un empresario, o un político, suelen
darnos a conocer su curriculum vitae, es decir, el recorrido que ha hecho en su vida
en la adquisición de sus habilidades, sus estudios, en el crecimiento de su experiencia,
los logros cada vez mayores, las responsabilidades en aumento, desde lo más sencillo
a lo más importante. Así vemos que un gran matemático comenzó por hacer la escuela,
siguió con los estudios secundarios, terciarios, especializaciones, y así en una escalera
siempre en ascenso más o menos constante. Para nosotros, crecer es subir. Subir escalones,
alcanzar nuevas alturas, que a la vez serán trampolín para otros pasos más altos aún.
Por el contrario, fracasar es descender por la misma escalera, o caer al vacío directamente.
El que sube crece, el que baja fracasa. Esa parece ser la forma de entender éxito
y fracaso en la actualidad. Tratándose de la fe, este esquema parece que no sirve.
Me lo hacía ver un sacerdote amigo: la fe no se desarrolla así. No es que uno va subiendo
lenta y fatigosamente por una pendiente o una escalera, y que allá arriba, en la cumbre
te espera la santidad, la perfección. Esto significaría que cada escalón que dejo
atrás es un escalón que ya no vuelvo a ver. Si nos referimos a fe cristiana, a
fe en Jesucristo, tenemos que referirnos a cómo vivió él la fe. Creer en Él, es también
creer como Él. Si nos fijamos bien, la fe de Jesús atraviesa momentos de mucha
luz y gozo, y otros de mucha oscuridad y dolor. Y su camino no es de ascenso continuo
de perfección en perfección, de la oscuridad a la luz. El camino de Jesús es muerte
y resurrección. Nuestra fe no es un tesoro al que cada día le sacamos brillo cuidadosamente
para que no se ensucie. No. Nuestra fe se puede comparar a aquellos talentos que el
hombre rico de la parábola dio a sus servidores. Unos invirtieron el capital y obtuvieron
ganancias, pero hubo uno que lo escondió con miedo y terminó perdiendo todo. En
el camino de la fe toca morir y resucitar. Perderlo todo, y unirse a la cruz del Señor,
donde se experimenta el silencio más difícil. Y no una, sino muchas veces. Los que
hemos sido bautizados, dice San Pablo, hemos sido sumergidos en la muerte de Jesús,
y hemos sido unidos ya a su resurrección. Por eso, el cristiano vive ya hoy ambas
experiencias por anticipado: la muerte y la resurrección. Y a lo largo de la vida,
vamos aprendiendo a dejarlo todo, a perderlo todo por amor, y a esperarlo todo de
Dios. No por nuestra capacidad, sino gracias a su misericordia.