'24 horas por el Señor'. "Convertirse no es cuestión de un momento, sino empeño que
dura toda la vida": el Papa en la Celebración penitencial
(RV).- (Con audio. Actualizado con video) Revestirnos del hombre nuevo que nace
en el Bautismo, y permanecer en el amor de Jesucristo que dura para siempre, que jamás
tendrá fin, porque es la vida misma de Dios, fueron los conceptos que expresó el Papa
Francisco en su homilía de la Celebración penitencial que presidió esta tarde en la
Basílica Vaticana, en el ámbito de la iniciativa cuaresmal del Consejo Pontificio
para la Promoción de la Nueva Evangelización titulada “24 horas por el Señor”.
Hacia
el final de su homilía, el Santo Padre recordó que tras esta celebración, muchos de
los presentes iban a hacerse misioneros para proponer a otros la experiencia de la
reconciliación con Dios. Y destacó que “24 horas por el Señor” es la iniciativa a
la que adhirieron tantas diócesis en todas partes del mundo. De ahí la invitación
del Papa Bergoglio a comunicar a cuantos encuentren “la alegría de recibir el perdón
del Padre y de volver a encontrar la amistad plena con Él”. Porque como dijo el Obispo
de Roma quien experimenta la misericordia divina, se siente impulsado a hacerse artífice
de misericordia entre los últimos y en los pobres, en los que Jesús nos espera.
Texto
completo de la homilía del Santo Padre Francisco (Audio de la crónica radial)
Hermanos y
hermanas,
En el período de la Cuaresma la Iglesia, en nombre de Dios, renueva
el llamamiento a la conversión. Es la llamada a cambiar de vida. Convertirse no es
cuestión de un momento o de un período del año, es un empeño que dura toda la vida.
¿Quién de entre nosotros puede presumir que no es pecador? Nadie. Todos lo sabemos.
Escribe el apóstol Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad
no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos
los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1, 8-9). Es lo que sucede
también en esta celebración y en toda esta jornada penitencial. La Palabra de Dios
que hemos escuchado nos introduce en dos elementos esenciales de la vida cristiana.
El
primero: Revestirnos del hombre nuevo. El hombre nuevo, “creado según Dios” (Ef
4, 24), nace en el Bautismo, donde se recibe la vida misma de Dios, que nos hace
sus hijos y nos incorpora a Cristo y a la Iglesia. Esta vida nueva permite ver la
realidad con ojos diversos, sin estar distraídos por las cosas que no cuentan y no
pueden durar por mucho tiempo, de las cosas que terminan con el tiempo. Por esta razón
estamos llamados a abandonar los comportamientos del pecado y fijar la mirada en lo
esencial. Fijar la mirada en lo esencial de la vida. “El hombre vale más por lo que
es que por lo que tiene” (Gaudium et spes, 35). Fijar la mirada sobre la realidad
esencial del hombre. He aquí la diferencia entre la vida deformada por el pecado y
aquella iluminada por la gracia. Del corazón del hombre renovado según Dios provienen
los comportamientos buenos: hablar siempre con la verdad y evitar toda mentira; no
robar, sino más bien compartir cuanto se posee con los demás, especialmente con quien
tiene necesidad; non ceder a la ira, al rencor y a la venganza, sino ser mansos,
magnánimos y dispuestos al perdón; no caer en la maledicencia que arruina la buena
fama de las personas, sino mirar mayormente el lado positivo de cada uno. Y esto es
revestirse del hombre nuevo, con estas actitudes nuevas.
El segundo elemento:
Permanecer en el amor. El amor de Jesucristo dura para siempre, jamás tendrá fin,
porque es la vida misma de Dios. Este amor vence el pecado y da la fuerza para volver
a levantarse y recomenzar, porque con el perdón el corazón se renueva y rejuvenece.
Todos lo sabemos: Nuestro Padre jamás se cansa de amar y sus ojos no se amodorran
al mirar el camino de casa, para ver si el hijo que se fue y se ha perdido regresa.
Podemos hablar de la esperanza de Dios: nuestro Padre nos espera siempre. No sólo
nos deja la puerta abierta: nos espera. Él está involucrado en esto, esperar a los
hijos. Y este Padre no se cansa ni siquiera de amar al otro hijo que, aun permaneciendo
siempre en casa con él, sin embargo no es partícipe de su misericordia, de su compasión.
Dios no sólo está en el origen del amor, sino que en Jesucristo nos llama a imitar
su mismo de amar: “Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los
otros” (Jn 13, 34). En la medida en que los cristianos viven este amor, se
convierten en el mundo en discípulos creíbles de Cristo. El amor no puede soportar
permanecer encerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza es abierto, se difunde y
es fecundo, genera siempre nuevo amor.
Queridos hermanos y hermanas, después
de esta celebración, muchos de ustedes se harán misioneros para proponer a otros la
experiencia de la reconciliación con Dios. “24 horas por el Señor” es la iniciativa
a la que han adherido tantas diócesis en todas partes del mundo. A cuantos encontrarán,
podrán comunicar la alegría de recibir el perdón del Padre y de volver a encontrar
la amistad plena con Él. Y díganles que nuestro Padre nos espera, nuestro Padre nos
perdona, y es más: ¡Hace fiesta! Si tú vienes con toda tu vida, con tantos pecados,
Él en lugar de reprocharte, hace fiesta. Esto es nuestro Padre, y esto lo tienen que
decir ustedes, decirlo a mucha gente, hoy. Quien experimenta la misericordia divina,
se siente impulsado a hacerse artífice de misericordia entre los últimos y los pobres.
En estos “hermanos más pequeños” Jesús nos espera (Cfr. Mt 25, 40). Recibamos
misericordia, y demos misericordia. ¡Salgamos a su encuentro! ¡Y celebraremos la
Pascua en la alegría de Dios!