“Estén siempre
alegres en el Señor; se lo repito: estén alegres. (Flp 4,4). La vida cristiana no
es una vida triste. La vida cristiana tiene motivos para estar siempre alegre. No
se trata de una alegría chabacana, ni de la alegría efímera de quien se pone cualquier
elemento externo que le aliena – droga, alcohol, comilonas, etc. – y le deja más hundido
que antes. La alegría cristiana brota de adentro y se alimenta de Dios. La alegría
cristiana es gratuita, es un don de Dios y es para todos. La alegría cristiana, cuando
llega al corazón del hombre, lo eleva potenciando su dignidad humana, la dignidad
de hijo de Dios. La alegría cristiana produce paz y gozo en el alma. La alegría surge,
en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta nuestro espíritu las cosas
que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas malas, elige sufrir. Quien decide
que su paz es mayor que las cosas externas, entonces se acerca más a una alegría.
Una alegría que viene desde adentro.
La fuente más común, más profunda y más
grande de la alegría es el amor, Cristo es amor, amor en la familia, el amor en la
pareja, amor a tu hermano, eso da alegría.
Pocas veces pensamos en el hecho
de estar alegres, pues en algunos momentos la alegría surge de manera espontánea por
diversos motivos: una mejor oportunidad de trabajo, la propuesta para emprender un
negocio, el ascenso que no esperábamos, un resultado por encima de lo previsto en
los estudios y dejamos que la vida siga su curso, sin ser conscientes que a la alegría
no siempre se le encuentra, también se le construye.
Tampoco es válido pensar
que la solución consiste en tomar con poca seriedad nuestras obligaciones y compromisos
para vivir tranquilamente y de esta manera estar alegres. Por eso es necesario
afrontar la situación para conseguir la alegría verdadera que se encuentra en Cristo.