2014-01-23 15:12:23

Dios se mostró por completo en Jesucristo


Meditaciones para la fe,
con el Padre Guillermo Buzzo
(RV).- (audio) RealAudioMP3
La Iglesia nos enseña que cuando leemos con devoción las Sagradas Escrituras es Dios mismo, en persona, que sale a nuestro encuentro. Es nuestro Padre Dios que sale al encuentro de sus hijos para dialogar con nosotros, para manifestarnos su amor, y para que también nosotros le manifestemos nuestro amor.
Es que la Biblia no es para los cristianos un libro más. Ni siquiera, uno muy valioso. La Biblia, lo sabemos, es verdaderamente Palabra de Dios, de un Dios que ha asumido nuestro propio lenguaje, para poder compartir con nosotros.
Él nos habla con nuestras palabras, con nuestro lenguaje (así como es, pobre, limitado), para que la comunicación sea eficaz. Con el Señor, no necesitamos intérpretes, traductores. Él habla nuestra lengua.
Cuando hablamos entre nosotros ponemos en palabras lo que tenemos dentro de nuestra mente, de nuestro corazón. Es decir que la palabra humana, antes de tener sonido, antes de ser pronunciada, está en el interior de la persona. Antes de decirles estas cosas, tuve que pensarlas, seleccionarlas, encontrar el orden más adecuado. A veces, nos quedamos sin decirlas; otras veces, hubiera sido mejor guardarlas porque no era el momento de expresarlas.
La conocida como Carta a los hebreos dice que Dios habló de muchas maneras a su pueblo a lo largo de la historia, pero que en un momento expresó su Palabra definitiva. Jesús.
San Juan de la cruz, místico español, lo expresó de esta manera: en Jesús, Dios habló definitivamente, y después, calló.
Es que todo lo que Dios tenía para decirnos, todo el amor que tenía para comunicarnos, y que llenaba su corazón lo expresó, es decir, lo sacó fuera, en la vida, los gestos, las palabras, las obras de Jesucristo; especialmente en su pasión muerte y resurrección.
El evangelio de Juan llama a Jesús “el logos hecho carne”, es decir, la palabra viva de Dios, que existe desde siempre en la intimidad de Dios, y que cuando llegó el momento oportuno se expresó con todas las letras, se manifestó con toda claridad, o como decimos también, “se reveló”.
A nosotros, aunque nos esforcemos, tratándose de amor, siempre nos parece que nos faltó decir algo, que las palabras nos quedaron chicas, y que no llegamos a expresarnos perfectamente.
Dios, en cambio, nos manifiesta que lo ha expresado todo sin defecto. Jesús mismo, en la cruz, lo dijo: “Todo está cumplido” e inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Allí está su vida, sus palabras y obras, sus milagros, y sus silencios. Todo está allí. Todo lo que necesitamos. Nuestra tarea como Iglesia, es, hasta que nos encontremos definitivamente con él, escuchar, comprender, discernir, asimilar, asumir, y llevar a la práctica lo que Dios ya reveló una vez y para siempre.

Dios se revela para nuestra felicidad
Audio RealAudioMP3
La Iglesia enseña que todo lo que Dios ha revelado, y por lo tanto, también todo lo que Dios ha creado, tiene un único y común sentido, un único objetivo: Nuestra felicidad.
Por un lado, lo afirmamos respecto de nuestra felicidad más “terrenal” si cabe la expresión, es decir, nuestra felicidad dentro de los límites de esta vida, de este mundo.
Pero eso no nos hace perder de vista que nuestro anhelo de felicidad supera todo lo que podemos experimentar acá, mientras aún vivimos esta vida. Ansiamos una felicidad que supera completamente nuestras actuales posibilidades. Queremos ser amados y amar sin los límites que siempre aparecen, sean fallas propias o ajenas.
La mejor de todas las alegrías, el gozo más completo, el placer más loco, y el amor que nos viene de la persona más querida, termina desvaneciéndose cuando nos damos cuenta por ejemplo que no lo tendremos para siempre, que la muerte siempre está allí, al acecho, y que un día acontecerá lo inevitable.
¿Cómo es posible que Dios se equivocara tanto? ¿Por qué nos pondría en el corazón un anhelo infinito, si después tendríamos que conformarnos con lo limitado? ¿Qué nos sugiere el hecho de que absolutamente todas las personas en el mundo, las personas de todas las razas, de todas las épocas, tienen esa ansia, ese deseo tan profundo en el corazón? ¿De dónde lo hemos sacado? ¿Cómo llegó eso allí?
Si hablamos de un anhelo tan profundo, tan infinito, un deseo de eternidad, no podemos decir que recordamos una experiencia previa de tales características.
Les decía al comienzo que la Iglesia enseña que todo lo que Dios ha revelado, lo ha revelado para nuestra felicidad.
En una de las páginas del evangelio de Mateo, se nos narra el encuentro de un joven rico con Jesús. Este joven le pregunta qué debía hacer para ser feliz plenamente y para siempre.
Llama la atención esa pregunta que viene de alguien que aparentemente lo tiene todo… Es joven, es rico, y por lo que dice, ha vivido una vida honesta. En pocas palabras, tiene, aparentemente todo lo que hace falta para ser feliz. Pero, sin embargo, hace la pregunta, porque se siente incompleto.
Es que en realidad no nos alcanza; Nunca es suficiente. Siempre queremos más. No porque seamos unos egoístas desconformes, sino porque la sed sigue sin apagarse. Si no tenemos a Dios, no estamos en paz.
Dios nuestro creador, ha dejado su huella en su obra, sobre todo en su obra maestra, el ser humano.
Nuestro anhelo profundo, es también una de sus huellas. Y a través de esta marca, nos revela que no hay sobre la tierra un agua que pueda apagar nuestra sed. Que, como dijo San Agustín, hemos sido creados para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.







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