Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones
(RV).- Con ocasión de la 51ª Jornada Mundial de oración por las vocaciones que se
celebrará el domingo 11 de mayo, se hizo público el mensaje del Santo Padre Francisco,
titulado “Vocaciones, testimonio de la verdad”.
(MFB - RV).
Texto
completo del Mensaje del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas:
1.
El Evangelio relata que «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas… Al ver a las
muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas “como
ovejas que no tienen pastor”. Entonces dice a sus discípulos: “La mies es abundante,
pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores
a su mies”» (Mt 9, 35-38). Estas palabras nos sorprenden, porque todos sabemos
que primero es necesario arar, sembrar y cultivar para poder luego, a su debido tiempo,
cosechar una mies abundante. Jesús, en cambio, afirma que «la mies es abundante».
¿Pero quién ha trabajado para que el resultado fuese así? La respuesta es una sola:
Dios. Evidentemente el campo del cual habla Jesús es la humanidad, somos nosotros.
Y la acción eficaz que es causa del «mucho fruto» es la gracia de Dios, la comunión
con él (Cf. Jn 15,5). Por tanto, la oración que Jesús pide a la Iglesia se
refiere a la petición de incrementar el número de quienes están al servicio de su
Reino. San Pablo, que fue uno de estos «colaboradores de Dios», se prodigó incansablemente
por la causa del Evangelio y de la Iglesia. Con la conciencia de quien ha experimentado
personalmente hasta qué punto es inescrutable la voluntad salvífica de Dios, y que
la iniciativa de la gracia es el origen de toda vocación, el Apóstol recuerda a los
cristianos de Corinto: «Vosotros sois campo de Dios» (1 Co 3,9). Así, primero
nace dentro de nuestro corazón el asombro por una mies abundante que sólo Dios puede
dar; luego, la gratitud por un amor que siempre nos precede; por último, la adoración
por la obra que él ha hecho y que requiere nuestro libre compromiso de actuar con
él y por él.
2. Muchas veces hemos rezado con las palabras del salmista: «Él
nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño» (Sal 100,3); o también:
«El Señor se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (Sal 135,4). Pues
bien, nosotros somos «propiedad» de Dios no en el sentido de la posesión que hace
esclavos, sino de un vínculo fuerte que nos une a Dios y entre nosotros, según un
pacto de alianza que permanece eternamente «porque su amor es para siempre» (Cf. Sal
136). En el relato de la vocación del profeta Jeremías, por ejemplo, Dios recuerda
que él vela continuamente sobre cada uno para que se cumpla su Palabra en nosotros.
La imagen elegida es la rama de almendro, el primero en florecer, anunciando el renacer
de la vida en primavera (Cf. Jr 1, 11-12). Todo procede de él y es don suyo:
el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, pero asegura el Apóstol «vosotros
sois de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,23). He aquí explicado el modo de
pertenecer a Dios: a través de la relación única y personal con Jesús, que nos confirió
el Bautismo desde el inicio de nuestro nacimiento a la vida nueva. Es Cristo, por
lo tanto, quien continuamente nos interpela con su Palabra para que confiemos en él,
amándole «con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser» (Mc
12,33). Por eso, toda vocación, no obstante la pluralidad de los caminos, requiere
siempre un éxodo de sí mismos para centrar la propia existencia en Cristo y en su
Evangelio. Tanto en la vida conyugal, como en las formas de consagración religiosa
y en la vida sacerdotal, es necesario superar los modos de pensar y de actuar no concordes
con la voluntad de Dios. Es un «éxodo que nos conduce a un camino de adoración al
Señor y de servicio a él en los hermanos y hermanas» (Discurso a la Unión internacional
de superioras generales, 8 de mayo de 2013). Por eso, todos estamos llamados a
adorar a Cristo en nuestro corazón (Cf. 1 P 3,15) para dejarnos alcanzar por
el impulso de la gracia que anida en la semilla de la Palabra, que debe crecer en
nosotros y transformarse en servicio concreto al prójimo. No debemos tener miedo:
Dios sigue con pasión y maestría la obra fruto de sus manos en cada etapa de la vida.
Jamás nos abandona. Le interesa que se cumpla su proyecto en nosotros, pero quiere
conseguirlo con nuestro asentimiento y nuestra colaboración.
3. También hoy
Jesús vive y camina en nuestras realidades de la vida ordinaria para acercarse a todos,
comenzando por los últimos, y curarnos de nuestros males y enfermedades. Me dirijo
ahora a aquellos que están bien dispuestos a ponerse a la escucha de la voz de Cristo
que resuena en la Iglesia, para comprender cuál es la propia vocación. Os invito a
escuchar y seguir a Jesús, a dejaros transformar interiormente por sus palabras que
«son espíritu y vida» (Jn 6, 63). María, Madre de Jesús y nuestra, nos repite
también a nosotros: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Os hará bien participar
con confianza en un camino comunitario que sepa despertar en vosotros y en torno a
vosotros las mejores energías. La vocación es un fruto que madura en el campo bien
cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo, en el contexto de una auténtica
vida eclesial. Ninguna vocación nace por sí misma o vive por sí misma. La vocación
surge del corazón de Dios y brota en la tierra buena del pueblo fiel, en la experiencia
del amor fraterno. ¿Acaso no dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos
míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35)?
4. Queridos hermanos y
hermanas, vivir este «“alto grado” de la vida cristiana ordinaria» (Cf. Juan Pablo
II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 31), significa algunas veces ir a contracorriente,
y comporta también encontrarse con obstáculos, fuera y dentro de nosotros. Jesús mismo
nos advierte: La buena semilla de la Palabra de Dios a menudo es robada por el Maligno,
bloqueada por las tribulaciones, ahogada por preocupaciones y seducciones mundanas
(Cf. Mt 13, 19-22). Todas estas dificultades podrían desalentarnos, replegándonos
por sendas aparentemente más cómodas. Pero la verdadera alegría de los llamados consiste
en creer y experimentar que él, el Señor, es fiel, y con él podemos caminar, ser discípulos
y testigos del amor de Dios, abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes.
«Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Id siempre más
allá, hacia las cosas grandes. Poned en juego vuestra vida por los grandes ideales»
(Homilía en la misa para los confirmandos, 28 de abril de 2013). A vosotros
obispos, sacerdotes, religiosos, comunidades y familias cristianas os pido que orientéis
la pastoral vocacional en esta dirección, acompañando a los jóvenes por itinerarios
de santidad que, al ser personales, «exigen una auténtica pedagogía de la santidad,
capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe integrar las
riquezas de la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal
y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los
movimientos reconocidos por la Iglesia» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio
ineunte, 31).
Dispongamos por tanto nuestro corazón a ser «terreno bueno»
para escuchar, acoger y vivir la Palabra y dar así fruto. Cuanto más nos unamos a
Jesús con la oración, la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los Sacramentos celebrados
y vividos en la Iglesia, con la fraternidad vivida, tanto más crecerá en nosotros
la alegría de colaborar con Dios al servicio del Reino de misericordia y de verdad,
de justicia y de paz. Y la cosecha será abundante y en la medida de la gracia que
sabremos acoger con docilidad en nosotros. Con este deseo, y pidiéndoos que recéis
por mí, imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.