2014-01-06 14:25:10

Entre la Adicción y la Dicción de Dios


REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz

(RV).- (Con audio) RealAudioMP3 En Nitramnas había una familia en la que el padre castigaba a los hijos con su silencio. Por debilidad de carácter, no por maldad, cuando estaba enojado les negaba la palabra y no dejaba que los hijos o la esposa hablasen. El silencio marchitaba la vida y apagaba la luz de la alegría.

Pero ¡Dios no es así! Dios no es como este padre humano. El Padre Dios es todo lo contrario, porque Dios nos habla, nos da su palabra, se comunica con cada uno. Y esta Palabra de Dios es vida para cada uno, es luz que conjura las tinieblas interiores, es cercanía. La palabra de Dios no es la mentira de los falsos líderes, que tanto nos desilusiona. Es una palabra de verdad, dicha por alguien que nos quiere tanto, con un amor que no puede ser destruido por nada y que termina seduciéndonos a pesar de nuestro rechazo. Porque el poder de Dios es precisamente su palabra de Amor; su promesa; su perdón, su construcción de una familia de hermanos en torno a este diálogo con él; a su palabra de Amor.

Y esta certeza es nuestra fe: Dios habla con nosotros. Que Dios con su palabra nos comunica vida y alegría es nuestra sabiduría más grande, nuestra esperanza más firme, sobre la cuál construimos la vida en comunidad, en familia.

Dios habla a través de la creación y especialmente nos habla con su hijo Jesús

El evangelio de san Juan comienza afirmando la dicción de Dios, su Palabra, su diálogo y comunicación, como parte de la esencia misma de Dios: “Al Principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Por medio de la palabra se hizo todo…”.
Inés, Beatriz, Cecilia, también Gustavo y Raúl, recuerdan el primer texto escuchado de la Biblia en el catecismo, cuando las cosas comienzan a existir en el momento mismo en que Dios las pronuncia: “Dios dijo ‘luz’ y la luz se hizo…”.

Pero el Padre Dios no nos habla solamente en la creación. Aunque todavía no hemos terminado de descubrir y descifrar todo lo que nos dice, tanto en la inmensidad de las constelaciones, como en la microscópica partícula en el interior de nuestro cuerpo, Dios profundiza su diálogo contigo y conmigo dándonos a su propio hijo, Jesús. Porque Dios nos habla finalmente en su Hijo, porque Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, hecho hombre.
Es sobre Jesús que el evangelista Juan nos dice que “la Palabra de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros”.

Tenemos que aprender el lenguaje de Dios para conocer su amor, vivir su vida y su alegría

¿Por qué me debería interesar escuchar a Dios, saber lo que me dice? afirma Estanislao descreído, que se hace el fuerte, grita y trata de imponerse porque en realidad es muy frágil y está herido por la a-dicción, es decir por la no palabra; por el silencio oscuro y sepulcral de su padre carnal de Nitramnas.

Querido Estanislao, es que solamente si vos y yo aprendemos el lenguaje de Dios podremos gozar la plenitud de su amor, vivir su vida plena y su alegría desbordante. La vida plena, la alegría que buscamos es lo que Dios n os comunica con su Palabra hecha carne. Su Palabra conjura las tinieblas del corazón, lo cura del mal y nos llena de su alegría y vida plena.

Dice el apóstol Juan en su evangelio que en Palabra de Dios, está la vida y que esta Palabra es la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió –dice-. Pero a cuanto la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios.

Por eso Estanislao, igual que cuando chicos, con trabajo, tuvimos que aprender a hablar, a leer y escribir para comunicarnos con los humanos y conocer la realidad, así, cada día, debemos ir a la escuela de la oración humilde, para aprender a hablar con Dios, escuchar lo que él quiere decir a cada uno persona, porque cada uno de nosotros es distinto y especial para Dios. Y si dialogamos con Dios en la oración, escuchando su Palabra, él conjurará nuestras tinieblas interiores con su luz, nos curará del mal, nos llenará con su vida plena, el corazón rebosará de la alegría y esperanza que tanto necesitamos.

En la oración, en el Encuentro con Jesús, Dios nos hace hijos suyos y hermanos entre nosotros. Dios nos hace familia feliz.







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