(RV).- (Con audio)
La naturaleza y la
vida dice Teófilo Pereira, tienen rastros de Dios. Hay que saber buscarlos. La vida...
se muere en la naturaleza. Mueren los años, las personas... pero en medio de tantos
duelos, la misma vida renace con fuerza en tantos nacimientos.
La celebración
de los nacimientos en medio de los duelos, son un misterio. Este misterio nos habla
de la Vida con mayúscula; nos habla de Dios, que pervive a todas las cosas: animales,
plantas y humanos, que en sus nacimientos y en sus agonías son rastro leve del Dios
incontenible y eterno. Incontenible de amor y eterno de vida buena. Por todo esto,
acerquémonos a los rastros de Dios en tantos nacimientos que alimentan en nosotros
la esperanza.
¡Cuánta esperanza! ¡Cuánta alegría provoca un nacimiento! ¡Cuánta
comunión y unidad alrededor de un nacimiento!
La gente viene a ver al recién
nacido, escondido hasta ahora en la pancita de su madre, que nos tenía esperando con
impaciencia.
Algunos, a propósito, prefieren saber si es varón o mujer recién
en el momento del parto. Entonces, con mayor expectativa todavía, nos acercamos al
recién nacido para saber qué es. “Les anuncio una gran alegría, dijeron los mensajeros
de Dios a los cuidadores de ovejas, encontrarán un niño envuelto en pañales y recostado
en un comedero de animales”.
Año tras año la liturgia nos repite el anuncio
feliz, celebramos el nacimiento de un niño, igual a los otros niños y a la vez muy
distinto. Un niño igual a todos los niños por la madre humana, María de Nazaret, pero
un niño distinto porque su Padre no es humano, su Padre es el mismo Dios.