(RV).- (con audio) Con un Mensaje y con
una celebración Eucarística, la Conferencia Episcopal Boliviana culminó el Año de
la Fe, el pasado domingo. En el marco de su 96 Asamblea, todos los Obispos de esta
nación participaron en la Santa Misa que presidió Mons. Tito Solari, Arzobispo de
Cochabamba. Y que, en su homilía, destacó los frutos de este año, el trabajo de reflexión
de todos los miembros de la Iglesia en torno a la fe, don de Dios. Recordó a los mártires
y destacó el ejemplo de fe de María, que nos guía a todos con la luz de la fe. Mons.
Solari alentó asimismo a asumir el desafío de sembrar la fe, invocando la ayuda de
la Madre de Dios y madre nuestra, «para que seamos comunidad y familia para poder
crear una luz nueva más grande y más santa».
Mons. Oscar Aparicio, Obispo Castrense
y presidente de la Conferencia Episcopal Boliviana, leyó el Mensaje titulado «El discípulo
vive de la fe», recordando en su introducción la exhortación del Papa Francisco a
compartir el gran tesoro de la fe y dirigiéndose al Pueblo de Dios y a la Iglesia
que peregrina en Bolivia. Escuchemos el comienzo de este Mensaje leído por Mons. Aparicio:
«A
las familias cristianas que viven día a día el reto de permanecer en el amor y la
unidad, de ser escuela de fe para sus hijos y de mostrarse como el rostro de Dios,
en medio de las dificultades. A los hombres y mujeres que forjan con tanto
esfuerzo su vocación de ser verdaderos padres y madres, con un amor incondicional. A
los niños y jóvenes, que nos regalan su vitalidad y dinamismo, alegrando permanentemente
nuestra existencia. A las autoridades de los diversos ámbitos de nuestra
sociedad que se esfuerzan por vivir en actitud de servicio. A los líderes
que son ejemplo de autenticidad, honestidad y fidelidad. A las personas
preocupadas y agobiadas por las necesidades urgentes del día a día y que, sin embargo,
trabajan y se abren a la esperanza de un mañana mejor. A los que viven
su fe con entusiasmo y se esfuerzan por compartirla
Al concluir el Año
de la Fe saludamos a todos con alegría y, juntos, damos gracias a Dios por este precioso
don. Con el Papa Francisco afirmamos que verdaderamente “somos vasijas de barro, frágiles
y pobres, pero dentro llevamos un gran tesoro” (2 Cor 4,7) que estamos llamados a
compartir con los demás».
Creemos que Dios es Padre y que es Amor.
Creemos y confesamos que Jesucristo, es único y verdadero Hijo de Dios. Creemos en
el Espíritu Santo que nos anima, confirma, fortalece y santifica cada día. Él recrea
y transforma toda la creación. Creemos en la Iglesia de Cristo, habitada por el Espíritu
Santo, servidora del Reino de Dios en los pobres y sacramento de salvación para todos.
Creemos en la vida nueva que nos regala Jesús en su Pascua gloriosa, una vida que
ya no tiene término, que es la misma vida de Dios en la abundancia de sus bienes y
de la comunión plena con Él. Después de reflexionar sobre estos puntos de la fe que
profesamos y ofrecemos al mundo, el Mensaje de los Obispos de Bolivia concluye invocando
la ayuda del Espíritu de Cristo, para que nos ayude a creer y aceptar la novedad
del Dios que nos ama. Escuchemos nuevamente al Presidente de la Conferencia Episcopal
de Bolivia:
«Ésta es la fe que profesamos, que celebramos, que nos esforzamos
por vivir y proclamar y que hemos renovado y profundizado en este año de la fe. Esta
es la fe que ofrecemos al mundo, a todos los seres humanos que habitamos el mismo
mundo. Hermanos y hermanas: aunque muchas veces no hayamos sabido ser testigos
creíbles de esta fe. Vale la pena creer y te invitamos a profesar juntos esta fe que
hemos recibido y que no podemos sino ofrecer. El Espíritu de Cristo nos
ayude a creer y aceptar la novedad del Dios que nos ama».
(CdM - RV)
Texto
del Mensaje completo de los Obispos de Bolivia:
EL DISCIPULO VIVE DE
LA FE
Mensaje de los Obispos de Bolivia en la clausura del Año de la
Fe
A las familias cristianas que viven día a día el reto de permanecer
en el amor y la unidad, de ser escuela de fe para sus hijos y de mostrarse como el
rostro de Dios, en medio de las dificultades. A los hombres y mujeres que
forjan con tanto esfuerzo su vocación de ser verdaderos padres y madres, con un amor
incondicional. A los niños y jóvenes, que nos regalan su vitalidad y dinamismo,
alegrando permanentemente nuestra existencia. A las autoridades de los
diversos ámbitos de nuestra sociedad que se esfuerzan por vivir en actitud de servicio. A
los líderes que son ejemplo de autenticidad, honestidad y fidelidad. A las
personas preocupadas y agobiadas por las necesidades urgentes del día a día y que,
sin embargo, trabajan y se abren a la esperanza de un mañana mejor. A los
que viven su fe con entusiasmo y se esfuerzan por compartirla
Al concluir
el Año de la Fe saludamos a todos con alegría y, juntos, damos gracias a Dios por
este precioso don. Con el Papa Francisco afirmamos que verdaderamente “somos vasijas
de barro, frágiles y pobres, pero dentro llevamos un gran tesoro” que estamos llamados
a compartir con los demás.
Creemos que Dios es Padre y que es Amor.
Jesús, que lo llama y reconoce como su Padre, lo anuncia también como Padre nuestro.
Creer en Dios Padre significa, para nosotros, sus hijos, sabernos fruto de una elección
gratuita, dispuestos a dialogar con Él y, sobre todo, sentirnos amados, acogidos,
perdonados y portadores de un amor que nos desborda. Creer en un Dios que es Padre
es vivir en la confianza, porque el Padre sabe lo que necesitamos, es celebrar que
este mundo tenga un sentido: porque Él nos ama más que a las aves del cielo y a los
lirios del campo. Creer en Dios Padre, quiere decir, entonces, sabernos nacidos del
amor, pensados desde el amor, sustentados por el amor y caminantes hacia le plenitud
del Amor. Creemos y confesamos que Jesucristo, es único y verdadero Hijo
de Dios, que es manifestación plena del Padre, que nos llama por medio del amor y
del perdón a la conversión, para que trasformados “en hombres nuevos” lo sigamos y
seamos discípulos suyos. Asumiendo nuestra condición humana, quiso también
salir a nuestro encuentro y estar cercano a nosotros compartiendo nuestros, sufrimientos,
desilusiones, agobios, incertidumbres; todo cuanto nos aflige, para que desde la
cruz, por medio de su resurrección, trasforme en gozo nuestras tristezas. En su cruz,
Cristo borró el pecado del mundo, fuimos perdonados y en su resurrección, destruyó
nuestra muerte. Aceptar a Jesucristo en nuestras vidas significa tener una experiencia
de encuentro y comunión con su estilo de vida y nos lleva a anunciarlo como misioneros
valientes. Creemos en el Espíritu Santo que nos anima, confirma, fortalece
y santifica cada día. Él recrea y transforma toda la creación. Está presente en nuestras
vidas, nos hace capaces de amar porque Él mismo es amor, es calor de hogar en las
familias creyentes, no permite que nuestra fe se adormezca por el tiempo y la rutina,
motiva nuestras luchas por la justicia y por un mundo mejor, renueva en cada amanecer
nuestra esperanza, dispone nuestro corazón y nuestros labios para intensificar nuestra
oración, invocar a Dios como Padre y afirmar nuestros vínculos de fraternidad y de
comunión entre los hermanos y hermanas en la comunidad cristiana, y compartir los
gozos y las esperanzas, las lágrimas y las angustias de las personas de nuestra sociedad,
sobre todo de los pobres y de los afligidos por tantos males y problemas, y nos compromete
a todos al servicio del Reino de Dios en la construcción de una sociedad nueva. Creemos
en la Iglesia de Cristo, habitada por el Espíritu Santo, servidora del Reino de Dios
en los pobres y sacramento de salvación para todos, llamada a suscitar la fraternidad
universal, hogar que acoge, comparte y envía, espacio de encuentro entre los hermanos
con el Señor resucitado, asamblea celebrativa, rostro alegre y festivo de la fe, perfume
de la presencia de Dios, dispensadora del perdón misericordioso de Dios y promotora
de la reconciliación, luz de los pueblos, madre de los bautizados, maestra de los
catecúmenos. Ella es santa y al mismo tiempo pecadora, llamada continuamente a la
conversión y convocada a configurarse con su Señor y Maestro. En su seno, el Espíritu
Santo distribuye los más variados carismas, servicios y ministerios que hacen a su
vida y misión en el mundo.
Creemos en la vida nueva que nos regala Jesús
en su Pascua gloriosa, una vida que ya no tiene término, que es la misma vida de Dios
en la abundancia de sus bienes y de la comunión plena con Él. Los cristianos afirmamos
la vida por encima del sufrimiento, de toda forma de mal y de la muerte, en la acción
victoriosa de Jesús sobre la crueldad de la cruz, la sepultura y el vacío de sentido
que amenaza toda existencia humana en la historia. En su muerte y resurrección Jesús
arrastra tras de sí a toda la humanidad solidaria con Él. La certeza de la fe nos
dice que resucitaremos con Él, y lo haremos con un cuerpo incorruptible e inmortal.
Por eso, en fe y en esperanza, los seguidores de Jesús nos esforzamos cada día por
mostrar y ser personas cargadas de alegría, de luz, de gozo y de fiesta. Nuestro espacio
no es una tumba vacía, sino la manifestación visible y constatable de una existencia
transfigurada, transformada. Somos testigos de la resurrección y no del fracaso, de
la luz y no de la oscuridad, de la alegría y no de la tristeza, de la vida y de ésta
en plenitud. Esta es la fe que profesamos, que celebramos, que nos esforzamos
por vivir y proclamar y que hemos renovado y profundizado en este año de la fe. Esta
es la fe que ofrecemos al mundo, a todos los seres humanos que habitamos el mismo
mundo. Hermanos y hermanas: aunque muchas veces no hayamos sabido ser testigos
creíbles de esta fe. Vale la pena creer y te invitamos a profesar untos esta fe que
hemos recibido y que no podemos sino ofrecer. El Espíritu de Cristo nos
ayude a creer y aceptar la novedad del Dios que nos ama.
Los Obispos
de Bolivia En la Clausura del año de la Fe. Noviembre del 2013