(RV).- (Con audio)
Algunos, como los
saduceos del evangelio de san Lucas, no creen en la resurrección. Entonces me pregunto
¿cómo es para ellos?, porque sin la resurrección de la carne, la tierra toda es una
inmensa necrópolis; ciudad de muertos, no solamente en su superficie, sino en todas
las capas de las eras geológicas, amasadas con minerales, plantas, animales y también
cadáveres humanos. ¿Qué pensás de esto?
Cuando estabas en el vientre de tu
madre, incluso ella misma desconocía cómo Dios tejía tus órganos complejos, tu cerebro,
tu corazón, tus ojos, tus manos. En ella anidó el misterio del poder creador y vos
y yo llevamos ese misterio desde el mismo cigoto, como tatuaje invisible, las huellas
digitales de Dios. Pero, si son huellas de amor ¿cómo podrían terminar en la tumba?
Dios no nos creo para la muerte sino para el amor que vence la muerte; para la fiesta
de amor sin fin.
El mismo don Mauricio, abuelo de los vecinos González, que
con más de 100 años terminó muriéndose de viejo, o porque el corazón ya quería latir
solamente plenitud de amor. Se durmió sin que los médicos pudieran descifrar el misterio
de su larga vida ni tampoco el de su muerte saludable.
Yo creo dice Hugo Antonio,
que Dios Padre me formó y que sostiene cada latido del corazón. Y que mi aliento,
mi respiro humano, mi hálito de vida, aunque es libre e inasible como el viento, siempre
se mueve dentro de la inmensa mano del Padre Dios. Y el mismo Dios que un día me tejió
las entrañas con ternura, con esa misma mano poderosa de amor, me pondrá en la fuente
de la misma ternura: su corazón volcánico de vida, para que goce allí de la fiesta
del amor sin fin, en cuerpo y alma, también yo resucitado y con los míos queridos
que se fueron antes.
Del Evangelio de San Lucas capítulo 20, 37-38
En
aquel tiempo Jesús dijo a los saduceos: “Que los muertos van resucitar, Moisés lo
ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes;
todos, en efecto, viven para él”.
Por Abraham pasa un árbol genealógico que
va desde nosotros hasta Adán. Una familia inmensa de hijos de Dios. No somos huérfanos,
ni fruto de una casualidad de la que resultó un corazón para sufrir la nada. Somos
creados en familia, con un corazón inteligente para amarnos entre nosotros, también
con los que ya partieron antes que nosotros. La muerte es una pascua, un paso. El
amor es un lazo más fuerte que la muerte, porque Jesús, Hijo de Dios rompió los cerrojos
de la muerte y la nada y romperá las lápidas de mármol, de hierro, de cemento y nos
resucitará en carne y huesos. Es que recién allí termina la obra creadora, en la resurrección
de la carne. Seremos transfigurados por la luz del amor de Dios.
En esto, en
la fe en la resurrección de la carne se funda el respeto y cuidado de la persona toda,
interior y exterior. El cuidado, el respeto, el amor por la carne y la vida propia
y de la carne viva del hermano.
Catecismo de la Iglesia Católica
Art.11
“CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE” 989 Creemos firmemente, y así lo esperamos,
que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y
que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre
con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día…
991 Creer en
la resurrección de los muertos ha sido desde sus comienzos un elemento esencial de
la fe cristiana. “La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos
cristianos por creer en ella” (Tertuliano, De resurrectione mortuorum 1, 1):
“¿Cómo andan diciendo algunos entre ustedes que no hay resurrección de muertos?” Si
no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo,
vana es nuestra predicación, vana también su fe [...] ¡Pero no! Cristo resucitó de
entre los muertos como primicia de los que durmieron» (1 Co 15, 12-14. 20).
La
resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su Pueblo. La
esperanza en la resurrección corporal de los muertos se gestó como una consecuencia
intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo.
993
Los fariseos (Cf. Hch 23, 6) y muchos contemporáneos del Señor (Cf. Jn
11, 24) esperaban la resurrección. Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que
la niegan responde: “Ustedes no conocen ni las Escrituras ni el poder de Dios, ustedes
están en el error” (Mc 12, 24). La fe en la resurrección descansa en la fe
en Dios que “no es un Dios de muertos sino de vivos” (Mc 12, 27).