(RV).-
(Con audio) Nuestra frontera existencial
de hoy es esa casita precaria o esa casa linda y grande de tu barrio, donde arde o
ya se apagó el fuego del hogar, el fuego del amor. La familia es hoy una frontera
existencial enorme. Ahí se entrecruzan todas las dificultades juntas del tiempo que
vivimos, por ejemplo, la cruz de los desocupados o aquellos con trabajo precario del
barrio donde vivís, que son hoy millones en el mundo. Igual que los exiliados y migrantes
forzados, como fue la sagrada familia de Jesús, María y José en su tiempo y que hoy
pasan frente a tu puerta como rostros desconocidos.
Miramos con sospecha y
desconfianza a familias que la pobreza, la guerra los desventró de su propia comunidad.
¿Y qué pasa con la salud, la educación y la fe, cuando no tienen esta matriz como
custodia? Las consecuencias de la cultura del provisorio y del descarte se abaten
sobre la familia, sobre los padres, los hijos, los abuelos.
Sin embargo, el
26 y 27 de octubre de 2013, como una flor que brota en el desierto miles de familias
peregrinaron a la tumba de pedro para confesar su fe junto al Obispo de Roma. Ninguna
vino porque la vida les resulta color de rosa. Todos los testimonios pusieron énfasis
en la fe, porque es la fe la que les permitió superar las crisis, dificultades, problemas.
Papa
Francisco no ofreció a las familias una solución mágica, ni los anestesió por un rato.
El Sucesor de Pedro invitó a todos a escuchar a Jesús que con los brazos abiertos
dice: “Vengan a mi todos los que están cansados y oprimidos que yo les daré fuerza”.
Invitó al encuentro con Jesús en la oración en familia para vivir el amor que viene
de Dios.
Lo que más pesa cuando falta, no son las cosas materiales sino el
amor. Cuando falta el amor falta todo, dijo Francisco, que también dejó una consigna
de tres palabras claves para construir la familia: “Permiso, gracias, perdón”.
El
lema de la Jornada era “Familia, vive la alegría de la fe”, y soy testigo de que la
alegría de tantas familias heridas pero que siguen adelante gracias a la fuerza de
la fe se hizo visible, palpable, audible, como algo muy bello en la plaza del santuario
de San Pedro, en Roma.