Todo es don de Dios, como del sol descienden los rayos, como de la fuente las aguas
REFLEXIÓN DOMINICAL jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio)
No es la noticia principal
de los diarios pero visiblemente o de modo escondido, muchos en este preciso momento
están rezando. Con una vela encendida, las manos juntas o sobre las rodillas o sosteniendo
la Biblia; con los ojos concentrados en una imagen de Jesús de Nazaret, la Virgen
o los santos, o con los ojos cerrados para ir con el pensamiento más allá de las cosas,
en este momento hay miles de personas rezando. Y no solo rezan en los monasterios
los contemplativos, también hay personas rezando en sus casas, en sus altares familiares
o personales, en los santuarios, iglesias, templos, oratorios y grutas del camino.
El camino es lugar de oración, símbolo del “peregrino”, imagen del que busca el Encuentro
con Jesús vivo, la intercesión de la Virgen, del santo de su devoción o del santo
del día. Agradecen, piden perdón, reclaman una gracia de Dios.
En el santuario
del corazón, plataforma de la oración, los contemplativos rezan por vocación. Otros
rezan porque es parte de su vida cristiana, del movimiento o grupo espiritual de pertenencia.
Lo aprendieron en la familia de sus padres y abuelos y tantas veces rezando en familia.
Pero son muchísimos los que rezan porque saben en carne propia que todo es don de
Dios y que ningún otro puede darnos lo mejor; que todo lo bueno desciende de lo alto,
como del sol los rayos, como de la fuente las aguas. Y rezan porque necesitan la ayuda
de Dios como necesitas vos y yo de la luz y el agua elemental.
“Levanto mis
ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda? La ayuda me viene del Señor, que
hizo el cielo y la tierra”, repite el salmo 120.
Nuestra Ayuda está en el
Nombre del Señor
El salmo 120 del 1 al 8 habla de la oración: “Levanto
mis ojos a las montañas: ¿de dónde me vendrá la ayuda? La ayuda me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. Él no dejará que resbale tu pie: ¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita el guardián de Israel. El Señor es tu guardián, es la sombra
protectora a tu derecha: de día, no te dañará el sol, ni la luna de noche. El Señor
te protegerá de todo mal y cuidará tu vida. Él te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre”.
Algunos se sienten solos, desahuciados; acorralados
y presionados por la angustia hasta al suicidio. Son muchos los que solo encuentran
paz y consuelo, luz y sentido para sus vidas, tanto en la prosperidad, como en la
adversidad de las dificultades y desencuentros diarios y existenciales. Los estudiosos
acuñan una formula: “capax dei”, es la capacidad esencial que todo ser humano tiene
de Dios. Es que, en realidad, somos un vasija de barro destinada a contener un tesoro,
destinada a ser sagrario, templo de Dios santo, fuerte, inmortal; amor sin fin herido
y victorioso en el cuerpo de Jesús resucitado. “No temas, soy yo – dice Jesús en el
Apocalipsis – estuve muerto pero ahora vivo para siempre y tengo las llaves de la
vida y del abismo”.
La oración llena este vaso que somos, del amor, la paz
y la alegría de Dios. Tu corazón ¿de qué está lleno? La oración te cura del
mal y te llena de Dios.
Perseverancia Vs. Desánimo en la oración
Las
lecturas del domingo 29 de la liturgia del tiempo ordinario, hablan del tiempo de
la oración, es decir, no es magia, es un camino, un proceso interior que requiere
paciencia y perseverancia. Jesús nos invita a perseverar en la oración, a no desanimarnos.
En
el libro del Éxodo, los amalecitas atacan a Israel en Refidim y Moisés que ordena
combatir se pone de pie sobre la cima del monte, teniendo en su mano el bastón de
Dios. Y mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel; pero cuando los
dejaba caer, prevalecía el enemigo. Cuando Moisés se cansó, Aarón y Jur le sostenían
los brazos, uno a cada lado, hasta la puesta del sol. Vencieron con la oración sostenida
y larga de Moisés.
En el evangelio de san Lucas, en el capítulo 18 del 1 al
8, Jesús enseña con una parábola que es necesario orar siempre sin desanimarse: "En
una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la
misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas
justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después
dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta,
le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". Y el Señor dijo:
"Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que
claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar
de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre
la tierra?".
¿Perseveras con decisión y propósito en la oración o te desanimas
y dejas fácilmente de rezar porque Dios no te da rápidamente lo que necesitas?