"Responder a Dios como María", invitación del Papa Francisco culminando las Jornadas
Marianas
(RV).- (Con audio) "Dios nos sorprende siempre". Los muchos "sí" de María. El Año
de la Fe en Roma vive con intensidad las jornadas marianas del sábado y de hoy. Este
domingo por la mañana ante más de cien mil fieles y peregrinos reunidos en la Plaza
de San Pedro alrededor de la estatua de Nuestra Señora de Fátima, el Papa Francisco
presidió la Santa Misa. Fijando la mirada en María, “criatura humilde y débil como
nosotros, elegida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador”, el Obispo de Roma
centró su homilía en tres puntos: Dios nos sorprende, Dios nos pide fidelidad, Dios
es nuestra fuerza. El Papa pidió la intercesión de María para que “nos ayude a dejarnos
sorprender por Dios sin oponer resistencia, a ser hijos fieles cada día, a alabarlo
y darle gracias porque Él es nuestra fuerza”. Al final de la Misa Francisco leyó el
acto de Consagración a Nuestra Señora de Fátima: "Nuestra Señora de Fátima, con renovada
gratitud por tu presencia materna, unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te dicen beata". “Custodia nuestra vida en sus brazos".
Consagración
a Nuestra Señora (Con audio de la crónica radial):
"Enséñanos
-ha dicho el Santo Padre- tu mismo amor de predilección por los pequeños y los pobres,
por los marginados y los que sufren, por los pecadores y los que perdieron el corazón".
“Reúnenos a todos bajo tu protección y entréganos a tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo".
Texto
de la homilía del Papa (audio de la crónica radial del evento):
En el Salmo
hemos recitado: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal
97,1).
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del Señor: ¡María!
Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser Madre de Dios, Madre
de su Creador.
Precisamente mirando a María a la luz de las lecturas que hemos
escuchado, me gustaría reflexionar con ustedes sobre tres puntos: primero, Dios
nos sorprende, segundo, Dios nos pide fidelidad, tercero, Dios es nuestra fuerza.
1.
El primero: Dios nos sorprende. La historia de Naamán, jefe del ejército del
rey de Aram, es llamativa: para curarse de la lepra se presenta ante el profeta de
Dios, Eliseo, que no realiza ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino
únicamente fiarse de Dios y lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes
ríos de Damasco, sino en el pequeño Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán
perplejo, también sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? Decide
marcharse, pero después da el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado.
Dios nos sorprende; precisamente en la pobreza, en la debilidad, en la humildad es
donde se manifiesta y nos da su amor que nos salva, nos cura y nos fortalece. Sólo
pide que sigamos su palabra y nos fiemos de Él.
Ésta es también la experiencia
de la Virgen María: ante el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro
de ver que Dios, para hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla
muchacha de Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no
ha hecho cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de Él, aunque
no lo comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu palabra”
(Lc 1,38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas,
pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate de mí, no tengas miedo, déjate
sorprender, sal de ti mismo y sígueme.
Preguntémonos hoy todos nosotros si
tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me
dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades, seguridades
materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas, seguirdades de mis
proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?
2.
En la lectura de San Pablo que hemos escuchado, el Apóstol se dirige a su discípulo
Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo, si perseveramos con Él, reinaremos con
Él. Éste es el segundo punto: acordarse siempre de Cristo, la memoria de Jesucristo,
y esto es perseverar en la fe: Dios nos sorprende con su amor, pero nos pide que
le sigamos fielmente. Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa,
con un proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades, hemos
tirado la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones fundamentales,
como el matrimonio. La dificultad de ser constantes, de ser fieles a las decisiones
tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil decir “sí”, pero después no
se consigue repetir este “sí” cada día. No se consigue a ser fieles.
María
ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su humilde existencia de Nazaret,
pero no ha sido el único, más bien ha sido el primero de otros muchos “sí” pronunciados
en su corazón tanto en los momentos gozosos como en los dolorosos; todos estos “sí”
culminaron en el pronunciado bajo la Cruz. Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta
qué punto ha llegado la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la
Cruz. La mujer fiel, de pie, destruida dentro, pero fiel y fuerte.
Y yo me
pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre cristiano? La cultura de lo provisional,
de lo relativo entra también en la vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles
cada día, en las cosas ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles,
Él siempre es fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos,
para animarnos a retomar el camino, a volver a Él y confesarle nuestra debilidad para
que Él nos dé su fuerza. Es éste el camino definitivo, siempre con el Señor, también
en nuestras debilidades, también en nuestros pecados. Jamás caminar sobre el camino
de lo provisional. Esto sí mata. La fe es fidelidad definitiva, como aquella de María.
3.
El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso en los diez leprosos del Evangelio
curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos:
“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados
de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos
a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese
alabando a Dios a grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han
dado gritos para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a
gritos y reconocer que en Él está nuestra fuerza. Saber agradecer, dar gloria a Dios
por lo que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación, lo
primero que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras
palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”, o sea, un cántico
de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo que ha hecho en Ella, sino
por lo que ha hecho en toda la historia de salvación. Todo es don suyo. Si nosotros
podemos entender que todo es don de Dios, ¡cuánta felicidad hay en nuestro corazón!
Todo es don suyo ¡Él es nuestra fuerza! ¡Decir gracias es tan fácil, y sin embargo
tan difícil! ¿Cuántas veces nos decimos gracias en la familia? Es una de las palabras
claves de la convivencia. "Permiso", "disculpa", "gracias": si en una familia se dicen
estas tres palabras, la familia va adelante. "Permiso", "perdóname", "gracias". ¿Cuántas
veces decimos "gracias" en familia? ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos ayuda,
se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida? ¡Muchas veces damos todo por descontado!
Y así hacemos también con Dios. Es fácil dirigirse al Señor para pedirle algo, pero
ir a agradecerle: "Uy, no me dan ganas".
Continuemos la Eucaristía invocando
la intercesión de María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer
resistencia, a ser hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque Él es
nuestra fuerza. Amén. (RC-RV)