“No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros”,
Vía Crucis con Francisco en Copacabana
(RV).- (Con Audio) Las Estaciones del Vía Crucis, el camino de sufrimiento recorrido
por Jesús en Jerusalén, fue recreado el viernes en el Vía Crucis en Copacabana, en
presencia del Papa. Esta noche cada estación desarrolló algunos temas que atañen directamente
a la juventud contemporánea: misión, conversión, comunidad, madres adolescentes, seminaristas,
la religión en defensa de la vida, parejas, mujeres sufrientes, estudiantes, redes
sociales, jóvenes detenidos y la pastoral de la cárcel, enfermedades terminales, la
muerte de los jóvenes y la juventud de todo el mundo. Los textos de las meditaciones
estuvieron a cargo de los sacerdotes dehonianos P. Zezinho y P. Joaozinho, muy conocidos
en todo Brasil por su compromiso con los jóvenes. Dirigiéndose a los cientos de miles
de fieles y peregrinos de la JMJ, el Papa- que quiso tener a su lado a un grupo de
"cartoneros" argentinos- recordó que "Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para
cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los
más profundos". (RC-RV)
Discurso del Santo Padre durante el Vía Crucis
(Audio) Queridos
jóvenes
Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino
de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la
Jornada Mundial de la Juventud. Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato
Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla
por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo
en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar
la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1(1984), 1105). Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes
y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada
de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado. Nadie
puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo
algo de la cruz de Jesús a la propia vida. Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría
que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz,
queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país?
Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para
nuestra vida esta Cruz?
Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta
que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para escapar de la persecución de Nerón,
vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde
vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. En aquel
momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final,
pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre
aquel Jesús que lo había amado hasta morir. Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras
calles y cargar nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también
los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia,
que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con la cruz, Jesús
se une a las familias que se encuentran en dificultad, y que lloran la trágica pérdida
de sus hijos, como en el caso de los doscientos cuarenta y dos jóvenes víctimas del
incendio en la ciudad de Santa María a principio de este año. Recemos por ellos… Con
la Cruz, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que, por
otro lado se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos. Con la Cruz
Jesús, está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos, víctimas
de paraísos artificiales como la droga; Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido
por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz,
Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones
políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia,
e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
¡Cuánto hace sufrir a Jesús nuestras incoherencias! En la Cruz de Cristo está el sufrimiento,
el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos,
carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo.
Yo la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, y a
darte vida (cf. Jn 3,16).
Podemos responder ahora a la segunda pregunta:
¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja
en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del
amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo
perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también
en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el Amor de
Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que
podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen
fidei, 16), ¡Porque Él nunca defrauda a nadie!. Sólo en Cristo muerto y resucitado
encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no
tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz
de ser un instrumento de odio, de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria,
de triunfo y de vida.
El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra
de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de
cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño,
y en muchos otros pueblos. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros
que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o
grande que sea, que el Señor no comparta con nosotros. 3. Pero la Cruz nos invita
también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro
con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda,
a quien espera una palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos
para ir al encuentro y tenderles la mano. Muchos rostros, lo hemos visto en el Via
Crucis, muchos rostros acompañaron a Jesús en el camino al Calvario: Pilato, el Cireneo,
María, las mujeres… Yo te pregunto hoy a vos, vos, ¿Cómo quién querés ser? ¿Querés
ser como Pilato, que no tiene la valentía de ir a contracorriente para salvar la vida
de Jesús y se lava las manos? ¡Decíme! ¿Vos sos de los que se lavan las manos, se
hacen los distraídos y miran para el costado? También nosotros podemos ser para
los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar
la vida de Jesús y se lava las manos. Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña
a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María
y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con
amor, con ternura. Y vos, ¿como cuál de ellos querés ser? ¿Como Pilato, como el Cireneo,
como María? Jesús te está mirando ahora y te dice: ¿Me querés ayudar a llevar
la cruz, hermano, hermana?
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros
sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto
que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra
vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. Que así sea.