(RV).- El Cristo Redentor
del Corcovado, que acoge con sus brazos extendidos a quien llega a esta Ciudad maravillosa
ha dejado de esconderse tras las nubes que por fin decidieron disiparse, después de
tantos días, dejando la lluvia atrás…
Y bajo un sol que va perdiendo su timidez
el Papa Francisco no ha tenido un minuto libre con todas las actividades de este viernes:
Comenzó con la Santa Misa que rezó de modo privado en la Residencia de Sumaré, en
cuya homilía recodó a los abuelos, siguiendo la liturgia que nos presenta a Santa
Ana y a San Joaquín, los padres de la Virgen María y, por tanto, los abuelos de Jesús.
La apretada agenda papal prosiguió con la confesión de cinco jóvenes (tres
de Brasil, uno de Venezuela y uno de Italia) en la Quinta da Boa Vista, cuyos confesionarios
blancos, recuerdan vagamente las tiendas de un campamento indio… También mantuvo un
breve encuentro, a puertas cerradas, en el palacio arzobispal de San Joaquín con algunos
jóvenes reclusos: no dicen que fueron seis muchachos y dos muchachas, que llegaron
acompañados por sus asistentes y cuya situación representa otra de esas tantas “periferias
existenciales” de las que nos habla este Papa Pastor.
Antes de rezar el ángelus
desde el balcón central del palacio arzobispal Francisco saludó a los miembros del
Comité organizador de esta XXVIII Jornada Mundial de la Juventud junto a los benefactores.
Y concluyó la mañana almorzando, como es tradicional en cada JMJ, con doce
jóvenes, un muchacho y una muchacha por continente, más otros dos del país anfitrión.
El almuerzo se realizó en el Salón del palacio arzobispal, en compañía del Arzobispo
de San Sebastián de Río de Janeiro, Mons. Orani Joao Tempesta.
También en esta
ocasión el Papa nos regaló tantas, nuevas, imágenes, semejantes sí a las ya vistas
tanto en la - desde aquí lejana - Plaza de San Pedro, como en las calles recorridas
en esta gran ciudad.
Y si bien la seguridad del Papa impuso, en algunos trayectos,
que el automóvil en que viajaba lo hiciera a velocidad sostenida, para llegar puntualmente
a cada una de las etapas programadas, Francisco no dudaba en bajar la ventanilla para
saludar a su paso a esas tantas hileras de fiesta que esperaban tan sólo verlo pasar
a lo largo de las avenidas…
Pero una vez en el papamóvil, no ahorró besos
ni caricias, a niños y bebés, ni abrazos prolongados, como hemos visto, con una anciana
en medio de la multitud - nos gusta pensar que se trate de una abuela - con quien
el Papa conversó sonriente durante algunos instantes, mientras con su mano derecha
le tocaba la frente…
Las manos. Las manos del Papa Francisco, del “Pastor
de todos”, como lo han bautizado aquí, se suman a la expresión de su rostro, de su
sonrisa y de sus ojos, brillantes y perspicaces. Son esas manos las que realizan los
gestos que tanto acercan al pueblo y a su Obispo, en ese diálogo que él mismo deseó
al inicio de su pontificado…
Manos que se entrelazan, como las redes de los
pescadores. Manos que a veces se tocan furtivamente, logrando ese ansiado momento,
y manos que no logran “despegarse” ante un contacto tan especial, e inusual, como
es tocar las manos del Sucesor de aquel Pescador que conoció, amó y aprendió el sentido
de la vida de su Maestro. Nuestro Maestro, a quien Francisco no deja de presentar.
¡También con sus manos!
¡Cuánta paciencia! Ante las innumerables manifestaciones
de afecto. ¡Cuánta entrega ante tantas manos y brazos tendidos, como las ramas de
los árboles y de los arbustos llevadas en dirección del viento…
Y el Espíritu,
lo sabemos,… sopla donde quiere. Aunque sin ser caprichoso.
En estos días
ha soplado fuertemente aquí, en Río, alternando fuerza y poder. Pero también lo ha
hecho con suavidad, con esa brisa ligera… ¡Cuán ligeros se sentirán los corazones
de los jóvenes que recibieron, de esas manos, el sacramento del perdón! ¡Cuán ligeros
se sentirán esos otros corazones, que viven “enjaulados”, y que hoy tocaron esas manos,
las manos de quien ha sido elegido para darnos a todos la riqueza más grande, también
y sencillamente, a través de estos gestos que no dejan de enamorar (Desde Río de Janeiro,
María Fernanda Bernasconi, RV)